Hoy en día la "economía naranja" se destaca como una fuerza emergente y prometedora alrededor del mundo. Pero, ¿qué es exactamente la economía naranja, y cómo puede beneficiar a un país como el nuestro, la República Dominicana? Esta y otras preguntas las responderemos, de manera breve, en los siguientes párrafos.
La economía naranja tiene dos propósitos claros: Fomentar la transmisión del conocimiento y profesionalizar la creatividad y la innovación. Esta, abarca todas las actividades económicas relacionadas con la creatividad, la cultura y el arte. Este sector incluye industrias como la música, el cine, la televisión, la moda, los libros, el diseño, las artes escénicas, los videojuegos, entre otras.
Economía naranja, como concepto, surgió en 2013, cuando el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) lanzó la publicación “La economía Naranja. Una oportunidad infinita”. En este manual se define a la economía naranja como “el grupo de actividades a través de las cuales las ideas se transforman en bienes y servicios culturales y creativos de valor económico”.
La economía de la República Dominicana ha dependido históricamente de sectores como el turismo, la agricultura y la manufactura. En tanto, y siguiendo la línea de grandes e importantes teóricos de la economía, como David Ricardo, Albert Hirschman y Arthur Lewis, la diversificación de la economía de un país es importante para maximizar el uso de los recursos, promover el bienestar, aumentar el crecimiento económico y protegerse de los eventos internacionales que afectan nuestra economía, que es global. Es por esto imperativo promover la creación y el desarrollo de nuevas y emergentes industrias en nuestro país, y que mejor que una con tantísimo potencial como lo es la economía naranja. Esta ofrece una gran oportunidad para diversificar la base económica del país, reduciendo la dependencia de ciertos sectores sobre abastecidos (turismo, agricultura y manufactura), fomentando la resiliencia económica. Países vecinos como Venezuela, ha sido uno de los muchos que han sufrido, amargamente, las consecuencias de una economía dependiente a una o pocas industrias, en su caso el petróleo, y se han visto vulnerables a cualquier fluctuación en sus precios para el comercio internacional. “Un pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla”, dijo Santayana. Aprendamos de las experiencias que han vivido nuestros vecinos y convirtámonos en los “centinelas de nuestro propio destino”, pues no podemos permitir que, como nos sucedió en la pandemia, un evento ajeno a nosotros provoque una desaceleración de nuestra vertiginosa economía.
Las industrias creativas ofrecen una cuasi ilimitada mano de obra y pueden crear empleos en una extensa variedad de áreas: desde la producción cinematográfica hasta el diseño de moda. Estos empleos no solo se limitan a los artistas, sino que también incluyen técnicos, gestores culturales, y otros profesionales. En nuestro país, hemos gozado de dominicanos que han logrado calar en la esfera nacional e internacional. Citando la atinada frase propagandística del turismo de nuestro país: “Republica Dominicana lo tiene todo”. Y es que con poco menos de 200 años de historia republicana, habiendo sufrido inmensidad de conflictos internos, guerras externas y desastres de toda índole, podemos exhibir un gran repertorio de artistas en todos los renglones, si nos disponemos a hacer esta tarea: desde Juan Luis Guerra, hasta Michel Camilo; desde Romeo Santos hasta Johnny Ventura; desde María Montez hasta Zoé Saldaña; desde José María Cabral hasta Nelson Carlos de los Santos; desde Oscar de la Renta hasta Jenny Polanco, y desde José Mármol hasta Pedro Henríquez Ureña o desde Ramón Oviedo hasta Iván Tovar. Esto es una muestra fehaciente de que el dominicano, cuando quiere, puede; además, de que tiene un don nato.
Como industria que atrae beneficios al país, la riqueza cultural de la República Dominicana, con su vibrante música, baile, festivales y patrimonio histórico, puede atraer a turistas interesados en experiencias culturales. Estos turistas, conocidos como “turistas culturales” o “turistas de patrimonio”, son los de más alta calidad y los que, en general, poseen mayor poder adquisitivo y, por tanto, gastan más dinero en su visita turística. La promoción de eventos culturales y la infraestructura creativa puede aumentar el flujo de turistas y generar ingresos mayores que los que generan los “mochileros”.
Como Estado, el Gobierno debe obligatoriamente dar una mano amiga a este sector, invirtiendo en programas de formación y capacitación en áreas creativas, como lo hace el Ministerio de Cultura. (Lo recuerdo con nostalgia porque esta fue, en un momento, y durante varios años, la labor de mi madre cuando fue subdirectora de formación y capacitación de dicho ministerio).
Las políticas públicas representan una responsabilidad estatal, y es, además, un deber del Gobierno con cada ciudadano. Y porque una industria de este tipo puede generar grandes ingresos fiscales al Gobierno, como lo hacen el Reino Unido y Estados Unidos, cuyos ingresos desde estos sectores en 2019 fueron aproximadamente de 4.3% y de 5.9% del PIB, respectivamente. Inclusive, este sector pudiese ser incluido en la inminente reforma fiscal, ya que muchos de estos sectores todavía no son gravados con impuestos en nuestro sistema tributario.
Apoyar la promoción de estos productos y servicios creativos, y dirigirlos hacia la exportación no solo beneficiaría a los productores, sino que posicionaría a nuestro país como una potencia creativa y destacaría nuestra riqueza cultural, colocándonos en un corto/mediano plazo como destino cultural.
Al interesarme con este tema, que vi por primera vez leyendo un artículo en el Wall Street Journal, le pregunté a mi padre si sabía de qué se trataba. Mi padre, bibliófilo al fin, me dijo: “El mejor libro que se ha hecho en este país sobre ese tema está sobre la mesa de la sala”. Este libro que mi padre me facilitó, de lujo, tapa dura, full color y color naranja, se titula “Dominicana Creativa. Talento en la Economía Naranja”, hecho por el Banco Popular Dominicano (Amigo del Hogar, 2021). Y de este hermoso y útil libro he decidido sacar algunos datos importantes sobre cómo está dicha industria en nuestro país.
“Durante los últimos años, según el Banco Central, la industria que genera la economía creativa aportó alrededor del 1.5% del PIB y el 12.5% de la empleomanía total.” Aunque este porcentaje pueda resultar baladí, resulta un número similar, aunque inferior, con los estándares y promedios latinoamericanos. “En términos de contribución al producto interno bruto, Ecuador, con un 4.7%, Paraguay, con un 3.85% y México, con un 3.3%, se destacan como las economías latinoamericanas que mayor porcentaje de sus PIB devenga de estos sectores”. Estas cifras, aunque superiores a la nuestra, nos deben servir como estímulo y motivación de avance, desarrollo y progreso.
En este libro podemos encontrar cifras citadas como las que proporciona Ernst & Young, que dice que “para el 2015 las ICC (Industrias Culturales y Creativas) concentraron el 2.2% del PIB de América Latina y el Caribe y generaron casi dos millones de empleos.”
El dominicano es creativo. Es parte de la idiosincrasia de nuestra identidad y es una característica distintiva de nuestra personalidad como pueblo. Todo dominicano tiene creatividad, desde las amas de casa que realizan malabares para sustentar a sus familias con un sueldo pírrico, hasta los grandes cantantes y músicos que han resonado su nombre a nivel mundial. Como Nación, debemos abrazar esta cualidad y protegernos los unos a los otros. Eliminar las barreras nacionales, el odio y la envidia es el primer paso. Trabajar todos unidos por un futuro de paz y libertad. República Dominicana tiene talento, y lo hemos demostrado y seguiremos demostrándolo siempre. Fomentemos las industrias culturales y creativas. ¡Prioricemos el talento local!