Hablemos de la forma demente de devaluación del propio trabajo.
1.
Nuestro cuerpo no está preparado para entender lo que no ocupa espacio. Es muy dificil entender lo virtual. Así, para poder analizar la trampa en la que hemos caído tendremos que traducir lo virtual a algo material.
Desde siempre, la concentración –y, como sabemos, la etimología de la palabra significa "con un centro", con un único centro– la concentración; decía, siempre ha dependido de la no interrupción. Quien quiera estar concentrado no puede ser interrumpido. Esto es obvio.
El espacio de concentración es un espacio profano, pero también sagrado, intocable. O tocable solamente por lo urgente.
Y lo sagrado no puede ser invadido por lo normal, por lo mezquino, por lo irrelevante.
Solamente las personas a las que estamos afectivamente ligadas deberían poder interrumpir el espacio individual de concentración. E incluso ellas solo en momentos necesarios, es decir, urgentes.
Hoy, si pensamos en el espacio y en el tiempo normales de trabajo entendemos la terrible trampa en la que los humanos han caído. Así como hay servidumbres voluntarias, esclavos voluntarios, hay también en proceso una voluntaria devaluación del propio trabajo.
2.
La concentración, como decíamos, no puede ser interrumpida. La concentración es que alguien siga mucho tiempo centrado, con la energía canalizada solo hacia un punto y un objetivo.
Pensemos pues en lo que es hoy un día normal de trabajo. Sabemos, por supuesto, que hay excepciones. Pero veamos la trampa del internet que nos interrumpe constantemente, tocándonos con un dedo en el hombro, minuto a minuto. De hecho, cuando alguien, en su trabajo, que debería ser de concentración, se mantiene conectado a internet, no por una investigación si no para recibir mensajes en redes sociales, SMS, noticias, etc., lo que está haciendo es abrir un espacio, o varios, de interrupción en cualquier momento.
Pasemos lo virtual a algo corporal para entender lo que realmente ocurre. Imaginemos a alguien trabajando en su despacho, solo, intentando concentrarse. Imaginemos ahora que entra un trabajador de la compañía eléctrica, abre la puerta del espacio, interrumpe el trabajo de este hombre y dice: -No olvide que tiene que pagar la electricidad hasta el día 29 sin falta. Ese trabajador de la compañía eléctrica sale y cierra la puerta de nuestro lugar de trabajo. Sin embargo, 2 minutos después, un amigo vuelve a abrir la puerta y dice: – ¿Se mantiene nuestra cena? ¿A qué restaurante vamos a ir? Y luego se va de nuestro despacho y cierra la puerta. Un minuto después, alguien, esta vez un desconocido, vuelve a abrir la puerta del despacho y dice: -¡Like! ¡Me ha gustado mucho! Cierra la puerta y se va; y volvemos entonces a nuestro trabajo, curvamos la espalda, allí estamos dos minutos concentrados cuando, de golpe una nueva persona desconocida abre la puerta y repite: -¡Like! ¡Me ha gustado mucho! Y tres minutos más tarde, volvemos a intentar reanudar nuestro trabajo, pero alguien abre la puerta una vez más, y dice: -No olvide, estimado cliente, que hay una promoción hasta el viernes: comprando dos pizzas solo paga una.
Esta descripción parece la de una comedia de los hermanos Marx, sin embargo, es la descripción de una tragedia que está en movimiento y que sencillamente es esta: la devaluación voluntaria del trabajo.
3.
Ya no son los demás –los que presencialmente incomodan, los tontos, los pesados– ya no son ellos los que interrumpen. Tampoco lo son las personas a las que amamos y ya no son los asuntos urgentes o realmente importantes los que interrumpen nuestro trabajo. En la época de las infinitas redes virtuales, y de la infinita comunicación, quien interrumpe el trabajo es cualquiera –amigo, conocido, desconocido. Y quien interrumpe nuestro trabajo es cualquier cosa, cualquier acontecimiento, cualquier hecho, cualquier noticia. Cualquier evento en la superficie de la Tierra, cercano o lejano, tiene la potencia de interrumpir, entrando en el lugar de trabajo por puertas no visibles ni materiales.
4.
Es bastante conocido el estratagema de Marcel Proust. Lo que se cuenta, en primer lugar, es que antes de escribir "En Busca del Tiempo Perdido", Proust organizó una fiesta e invitó a todos sus amigos y familiares. Los amigos y familiares no sabían que Proust estaba, básicamente, despidiéndose de ellos. No iba a morirse, iba a escribir millares de páginas. Una especie de desaparición en vida –eso que, a veces, es tan necesario. La historia cuenta también que Proust, para concentrarse, se encerró en la habitación y forró con corcho todas las paredes. Corcho para evitar escuchar cualquier sonido que viniera del mundo exterior.
En el siglo XXI, si alguien utiliza corcho para aislarse del mundo y concentrarse es evidentemente un loco y las locuras deben respetarse. No obstante, si alguien quiere aislarse del mundo, en lugar de corcho debe, como es obvio, desconectar internet, apagar el móvil, y encerrarse bien cerrado en casa o en su lugar de trabajo.
5.
Salvo algunas exepciones, muchas personas –aparentemente sensatas, inteligentes y lúcidas– aceptan, en 2024, que su trabajo sea constantemente interrumpido por asuntos y mensajes insignificantes. Y lo que cada persona, en el fondo, está diciendo, al aceptar voluntariamente cualquier interrupción virtual – es que su trabajo es una porquería.
6.
En lugar del lema de los versos budistas de Pessoa "Pon cuanto eres / En lo mínimo que hagas", quizá uno de los lemas contemporáneos sea: Distráete mucho, mientras poquísimo haces.
Traducción de Leonor López de Carrión. Originalmente publicado no Jornal Expresso