El geógrafo Cayetano Armando Rodríguez depara una certera explicación sobre las dos modalidades básicas que siguen los cauces de los ríos. Conforme a su supuesto, cuando las aguas de los ríos se desplazan por terrenos firmes y elevados preservan siempre su cauce en una sola dirección, aún en los períodos de grandes crecientes. Contrario a lo que acontece con aquellos ríos, como el Yaque del Norte, que nace en una región boscosa y húmeda de la Cordillera Central, que al correr sus aguas por llanuras bajas y cenagosas su trayectoria se torna errática, pues modifican su lecho con mucha frecuencia, al extremo que durante largos años el río desaguaba por seis lugares diferentes en la bahía de Manzanillo, lo cual provocaba graves inundaciones en muchas áreas. (1)

Los intentos por desviar el río Yaque

Por los estropicios que provocaba a la agricultura de la Región Noroeste, a lo largo del siglo XIX se realizaron ímprobos esfuerzos para contener las inundaciones. Durante el período de la ocupación haitiana (1822-1844), el presidente Boyer designó al general Mompoint, quien, al frente de 150 hombres abrió un caudal y logró desviar el río y las aguas corrieron por un solo cauce, pero solo por dos semanas. Por la impericia en el ramo, unida a la carencia de cálculos topográficos, el oficial haitiano hizo excavaciones en el terreno más fácil, sin percatarse en que el declive era opuesto y su empresa fracasó.

El terremoto, y posterior maremoto, del 7 de mayo de 1842 alejó aún más aguas del Yaque y provocó la desolación de Montecristi. En su tránsito por Montecristi en 1850, y a consecuencia del fenómeno anterior, el cónsul inglés Robert Schomburgk encontró que la ciudad se encontraba en “franca decadencia”, aunque por sus ruinas se podía determinar que “fue una ciudad de considerable importancia”, pero en el momento de su visita apenas poseía 12 bohíos o chozas y unos 1,100 habitantes.

Muelle de entrada y salida de Montecristi. Tarjeta postal de 1905. (2)

Agrega que antiguamente el río desembocaba en la bahía de Montecristi, a muy corta distancia de la población, pero en 1804 cambió su curso para desaguar en la bahía de Manzanillo, a unas veinte millas al oeste de su anterior salida al mar, cuando pasó a depositar sus aguas en el río Chacuey o Caño Blanco. (3)

Schomburgk no se refiere a los efectos catastróficos que provocó en Montecristi el maremoto generado por el terremoto del 7 de mayo de 1842, considerado como uno de los más “fuertes” y de mayor duración que se había producido en la isla hasta ese momento, el cual se caracterizó, de acuerdo a Carlos Nouel, por “su gran violencia e intensidad”, “la diversa variedad de sacudimientos de tierra”, “la irregularidad de sus movimientos” y los “sucesivos, rápidos y simultáneos fenómenos de trepidación, oscilación y ondulación”. Agrega que tanto en Montecristi como en Fort Liberté:

“las aguas del mar se unieron a los ríos Yaque del Norte y Masacre, devastando las comarcas circunvecinas, y con tal violencia inundaron la tierra que el Cabo Manzanillo o Punta Jicaco quedó sumergido en las profundidades del océano”. (4)

Cuando el general español José de la Gándara se estableció en Montecristi en 1864, al frente de un poderoso ejército compuesto por seis mil soldados, se quejaba de que “ni el más leve recurso nos ofrecía el país fuera del asiento de nuestros pies” y de que durante meses para atender a la “apremiante necesidad” de agua potable debió transportarla “en vapores de la desembocadura del río Yaque en la inmediata bahía de Manzanillo, con ímprobo esfuerzo y coste”. (5)

Para Fernández de Castro cuando el Yaque cambió su curso para desaguar dos leguas más al sur, en la bahía de Manzanillo, provocó la desolación de dos comarcas, la de Montecristi porque “le faltó el primer elemento de vida para un pueblo” y la de Manzanillo porque se inundaron sus campos.

A partir del análisis de los mapas de Antonio del Monte y Tejada y Robert Schomburgk infiere que este fenómeno debió repetirse con mucha frecuencia en el transcurso de los siglos debido a que toda la parte del litoral estaba constituida por un delta debido a la gran cantidad de limo y arena que arrastraba el río que era probable hubiera ocurrido en ocasiones por varias bocas de forma simultánea, lo cual se daba en ríos de caudal considerable que desaguaban en terrenos similares al Yaque. (6)

Durante los Seis Años (1868-1874) de Buenaventura Báez se realizaron múltiples esfuerzos para canalizar el río Yaque y hacerlo desaguar en la bahía de Montecristi, esta vez bajo la dirección de Arthur Pennell, para lo cual se invirtieron $25,000 en planos e instrumentos para la obra sin conseguir resultado alguno, en lo cual incidió la inestabilidad política que prevalecía en la región. En el gobierno de monseñor Meriño también se realizaron gestiones para ejecutar la obra, designándose al señor Juan Gualberto Blanco para que confeccionara los planos. (7)

En 1871, Samuel Hazard, miembro de la Comisión que vino a evaluar las condiciones del país para una posible anexión a los Estados Unidos, relata que para la fecha Montecristi se había convertido en un “pequeño pueblo” y la otrora “famosa, importante y populosa ciudad de Montecristi” se hallaba reducida a “un simple depósito para la exportación de cacao y otras maderas” que llegaban procedentes de los campos vecinos y que luego eran transportadas en goletas hacia Puerto Plata y de allí a los mercados de Europa.

Hazard le atribuía escasa importancia a Montecristi pues su puerto no estaba acondicionado mientras que, de su otrora población de unos 26,000 habitantes, quienes vivían en casas de piedra, apenas quedaba una centena a causa de la escasez de agua, pues desde hacía muchos años el río Yaque había dejado de verter sus aguas en la bahía de Montecristi, y por la dificultad para abastecerse de agua potable sus habitantes abandonaron el lugar y las embarcaciones dejaron de frecuentar el puerto. (8)

En septiembre de 1874, durante el primer gobierno de Ignacio María González (22 de febrero de 1874 a 23 de febrero de 1876), se autorizó al comerciante José Manuel Glass (1834-1895) a emprender la excavación del río Yaque para hacerlo navegable hasta Montecristi, pero este principió desde Santiago y al advertir el ingente esfuerzo que dicha tarea comportaba en octubre de este mismo traspasó la concesión de la “Compañía para la navegación del río Yaque” a otro empresario que no continuó la ambiciosa y compleja empresa.

José Ramón Abad, agudo conocedor de la geografía nacional, refiere que uno de los brazos del caudaloso Yaque desaguaba en la bahía de Montecristi y que este “en una de sus grandes avenidas, se había desviado por completo de su antiguo lecho y llevaba todas sus aguas a la bahía de Manzanillo”. (9)

A pesar de las adversidades, mediante resolución del 12 de mayo de 1885, el gobierno del general Francisco Gregorio Billini otorgó a la compañía “Yaque”, propiedad de Juan isidro Jimenes, Máximo C. Grullón, Palmar Smith, Rafael Rodríguez Camargo, su cuñado, y Alejandro Grullón, una concesión para dar apertura a un canal que llevaría las aguas del Yaque del Norte hasta, 12 millas antes de llegar al mar, continuando por el antiguo cauce, es decir, desde el paso de Maguaca hasta encontrar el caño Julián.

El canal debía tener 20 pies de ancho y 40 en la superficie, con una inclinación de 10 pies en cada orilla. Los trabajos, dirigidos por el ingeniero norteamericano Palmer Smith, estaban supuestos a principiarse antes de un mes después de otorgada la concesión, que se hacía por diez años. En diciembre de 1884, antes de ser emitida la resolución, ya Juan I. Jimenes había iniciado las labores de excavación.

En principio, la obra comportó escaso avance por la dificultad para contratar mano de obra en una región donde existía tradición de trabajo asalariado, pero ya para el mes de marzo se hallaban laborando cerca de 300 jornaleros y finalizaron unos 500, la mayoría de ellos dominicanos, pues así lo establecía la concesión otorgada, quienes percibían un jornal de $5.00 a la semana, o $0.20 por cada pie cúbico cavado. Además, la compañía logró adquirir una draga que se había utilizado en la construcción del canal de Panamá.

A la compañía presidida por Jimenes se le facultó cobrar, por un período de diez años, un impuesto del 10% de los derechos a todos los productos que fueran transportados por la vía fluvial: por cada tonelada de campeche, $0.50; por el millar de horquetas de caoba, $2.0 y $1.0 por el millar de cañones o tablas. Por cada quintal de cualquier otro producto, se cobraría $0.25.

Asimismo, se le exoneró del pago de impuesto los materiales utilizados en la construcción y el Estado dominicano concedió a dichos empresarios el 10 por ciento de los derechos de importación y exportación de la aduana de Montecristi, que en 1889 totalizaron $11,300. La fabulosa obra de ingeniería hidráulica fue inaugurada el 30 de mayo de 1885.

Los periódicos del país dieron un seguimiento puntual a la obra. El Correo de Montecristi reseñó su inauguración y lo mismo hizo El Eco de la Opinión del 25 de junio de 1885, que resalta además la distribución de dos mil pesos entre los obreros por parte de J. I. Jimenes, a quien se le asignó el mote de “obrero del progreso”.

Esta fue sin duda la más relevante experiencia de trabajo asalariado que se verificó en toda la Región Noroeste hasta la instalación de la Grenada Company en 1936. La canalización del Yaque solucionó el abastecimiento de agua potable para los habitantes de Montecristi pues hizo posible la construcción en 1889 del primer acueducto de la República Dominicana, para lo cual se contrató a la empresa de los ingenieros Charles McGregor y L. B. Bidwell, aunque fue terminado por el ingeniero Palmer Smith.

La desviación del Yaque representó el acicate indispensable para emprender uno de los más intensos procesos de explotación irracional de los recursos naturales en beneficio del interés particular, aunque, justo es reconocerlo, dio inicio a una de las etapas de mayor prosperidad en los anales del deprimido Distrito marítimo de Montecristi, bajo el monopolio de la Casa Jimenes. Algunos cálculos realizados estiman que la empresa comercializó unas 300,000 toneladas de campeche, valoradas en siete millones de pesos, a razón de veinte pesos la tonelada, aunque en 1889 se cotizó a cincuenta pesos. El general Ulises Heureaux poseía el 12.5 por ciento sobre los rendimientos netos de la Casa Jimenes. (10)

Resulta evidente que el objetivo de Jimenes no era proporcionar agua potable a Montecristi si no explotar la gran plantación de campeches que existía en el delta creado por el río.

El proceso de depredación de los recursos boscosos a que fue sometida la provincia de Montecristi, desde fines del siglo XIX, fue tan intenso que ya para 1940 quedaban muy pocos árboles con valor comercial, pues las áreas pobladas de campeche habían sido explotadas. Así, de 63,601 plantas de caoba contabilizadas en el censo de 1940, 41,935 estaban enclavadas en la entonces común de Santiago Rodríguez y 14,065 en Monción; lo mismo sucedió con el espinillo y otros árboles.

Los efectos negativos de la obra

Sin embargo, para Abad, “la obra de enderezar el cauce de este río por su antiguo lecho se ha realizado en estos últimos años, pero no con la perfección necesaria para garantizar que la parte baja de Manzanillo esté libre de inundaciones periódicas, que son “temibles” en las épocas de las grandes crecientes, además de que privaba a una considerable región de tierras muy fértiles de las aguas necesarias “a los usos de la vida” durante los meses de sequía, lo cual, a su entender podía ser “remediado fácilmente, por medio de otros trabajos de hidráulica, a que se prestan la disposición de los terrenos y al caudal de aguas permanentes con que cuenta el Yaque”. (11)

A la postre, la desviación del Yaque se ha valorado como un “gran crimen ecológico” ya que, al clausurar los cinco ramales restantes del río después de Guayubín, en los grandes períodos de lluvia se producen las “temibles inundaciones” a que se refiere Abad, las cuales destrozan tanto los cultivos como las viviendas.

“Cuando el Yaque del Norte se bota, dice el profesor Marcano, inunda toda esta región y Castañuelas queda entre sus aguas. Es la Venecia del Yaque”. “O la Venecia del Norte, agrega Félix Servio Ducoudray, para diferenciarla de la del Sur que el otro Yaque se inventa cuando crece. Y en eso han de andar los dos para justificarse. Porque contándose entre los ríos más caudalosos de la isla acaban en un desperdicio de aguas. […] en el tramo final, que es el más caudaloso, cuando ya han recogido todas las aguas de sus afluencias, van hozando el desierto”.

Las “dos Venecias repentinas” se forman porque ambos Yaques son “pequeños Nilos” que se esfuerzan por emular la misma obra del gran río africano, al desbordarse “para sacar de madre aluviones además del agua y dejar cubiertos con ello los desiertos circundantes” aunque sin vencer el desierto ya que no pueden provocar la lluvia. A causa de esto, la Región Noroeste continuaba siendo una región de castizales, como las dos especies de cayuco y el yaso. (12)

Referencias

(1) C. A. Rodríguez, Geografía de la isla de Santo Domingo y reseña de las demás Antillas, Barcelona, 1976, p. 379.

(2) Sócrates S. Solano, República Dominicana. Un viaje a través de postales antiguas, 1900-1930, Santo Domingo, 2020, p. 253.

(3) E. Cordero Michel y B. Vega (editores), Asuntos dominicanos en archivos ingleses, Santo Domingo, 1993, p. 27.

(4) Carlos Nouel, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo, primada de América, Santo Domingo, tomo I., 1979, pp. 413-419.

(5) J. de la Gándara, Anexión y guerra de Santo Domingo, t. II, Santo Domingo, 1975, p. 220.

(6) Manuel Fernández de Castro, “Noticias geográficas de la isla de Santo Domingo”, conferencia leída en La Habana en 1862, en E. Rodríguez Demorizi (editor), Relaciones geográficas de Santo Domingo, vol. I, Santo Domingo, 1970, pp. 195-196.

(7) El Eco de la Opinión, 13 de diciembre de 1884.

(8) S. Hazard, Santo Domingo, su pasado y su presente, Santo Domingo, 1974, p. 357.

(9) J. R. Abad, La República Dominicana. Reseña general geográfica estadística, Santo Domingo, 3a edición, 1993, p. 23.

(10) El dato aparece en el texto Resumen general del activo y pasivo de la Sucesión Heureaux, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1974, p. 15.

(11) J. R. Abad, La República Dominicana, p. 23.

(12) Félix Servio Ducoudray, La naturaleza dominicana, t. 5, Santo Domingo, 2006, pp. 291-292.