Nadie se sorprende del grotesco espectáculo. Nos tienen acostumbrados, desde la caída de los azarosos doce años, aquellos presididos por el doctor Joaquín Balaguer, al servicio de los Estados Unidos de Norteamérica. Es que, por el momento, no han podido entender cómo se puede aprovechar la etapa democrática del capitalismo sin caer en las garras de una derecha que se la sabe toda y de una lucha ideológica, despiadada e imperceptible.
De las cinco organizaciones políticas reconocidas por la Junta Central Electoral (JCE) y que se consideran representantes del progresismo, casi todas, excepto el PPT, han pactado con la derecha. Dejando a un lado todo el trabajo y el esfuerzo unitario desplegados por ellos por alcanzar la unidad. Se crearon expectativas positivas y entusiastas en toda la sociedad, en especial en el ámbito revolucionario, democrático y popular; para morir en una orilla que huele mal y “en la boca de todos”.
Se produjeron varios intentos fallidos de unidad para salir corriendo en una competencia nunca vista en la vida política republicana hacia el polo político conservador y negociar acuerdos y pactos electorales que garantizan beneficios personales y de grupos. El tiempo, intrínsecamente ligado al espacio, es implacable y se encarga de esclarecerlo todo y colocar a cada quien en su lugar en el tablero electoral.
La falta de ética política y moral ha dejado un hueco inmenso en la sociedad por donde caen sin ningún tipo de vergüenza, aquellas organizaciones que dicen y acuerdan un asunto y por debajo de la mesa hacen otras contrarias. Este es un proceder muy frecuente que refleja la profunda inversión de valores en el quehacer de los dominicanos. De ahí que el respeto a la dignidad humana y a la ética histórica no se tomaron en cuenta al maldecir el proyecto unitario para dar entrada con bombos y platillos a los acuerdos y negocios con la derecha.
Ahora tenemos a una izquierda y un progresismo compitiendo sin el menor sonrojo con los dirigentes y militantes de la derecha por cargos públicos y privilegios estatales. No es un delito llegar con sumo cuidado a acuerdos y pactos políticos con la derecha. La etapa democrática lo permite, siempre y cuando convengan a la Revolución. Sin disfrazar con vacuencias las apetencias personales y de grupos.
El Estado es una de las mayores fuentes de riqueza del país. Administrarlo se ha convertido en un objetivo deseado por los partidos políticos para consolidar el poder de la clase dominante y enriquecerse bajo el amparo de la corrupción y la impunidad. En esta pugna entre ellos buscan afanosamente incorporar a la izquierda y el progresismo a sus maquinarias electorales para darle una visión aglutinadora y diferente a sus proyectos coyunturales.
Se desprenden de sus proyectos electorales, unitarios e independientes, para sentarse en la mesa con sus verdugos, sin darse cuenta de que son el manjar principal de la comida. No van a confundir a nadie, menospreciando la capacidad política y de decencia de la población, en cuáles son las reales intenciones cuando se acercan a la derecha. Cada día se cuestiona por sus vaivenes y tácticas dilatorias, la credibilidad de la izquierda y el progresismo que terminan de brazos con el conservadurismo.
Apenas entramos en las elecciones municipales y todavía nos faltan muchos por ver. La adicción a la derecha, ahí hay melao, sigue sin parar. Las candidaturas originales y locales de la izquierda y el progresismo derivan de un acto, algunas veces, precipitado, valiente para ocupar las boletas electorales. Llegan divididos a la fiesta municipal y electoral. Su electorado tendrá que hacer un doctorado en pactos, acuerdos y alianzas para saber por quién votar. La derecha impondrá en una guerra avisada su santa voluntad.