El mundo atraviesa una crisis que debemos observar más allá de la coyuntura, pues se trata de desequilibrios estructurales que no podemos reducir solo a los asuntos relacionados con el poder -pues nos limitaríamos a la deslegitimación de los partidos tradicionales– porque se trata de riesgos de representación política que ponen en juego y comprometen el orden social vigente.
El crac económico mundial que a puesto al borde de la debacle al capitalismo, se ha llevado puestos de 40 gobiernos de Europa en los últimos tres lustros. Este mismo proceso ha hundido a los regímenes nacionalistas y progresistas en América Latina, que han caído como efecto dominó, con la onda expansiva que llegó desde Estados Unidos. El buen observador notará que no se trata de la suerte de uno o dos gobiernos, sino, que se está quebrando todo el régimen político, sus partidos y sus instituciones.
Ante esta crisis sistémica del capitalismo, en la que han sido seriamente afectadas las dimensiones económica, política, social, cultural y moral, en la región latinoamericana en los últimos 15 años se ha invocado, cual misterio metafísico y con poca fe de que se materialice, aunque con todas las expectativas de que sí, el ascenso de los partidos de izquierda, que han desarrollado muy bien la capacidad de la ubicuidad.
Vamos a partir de que las organizaciones de izquierda estuvieron demasiado involucradas en el desarrollo del capitalismo financiero como para que la crisis no les afectara. Mientras tanto el electorado que les votó, hoy no sabe muy bien qué y a quienes representa en verdad la izquierda. Tampoco lo saben los propios partidos que en los últimos años han ido perdiendo poco a poco su perfil político e ideológico, llegando a renunciar a la participación y a presentar proyectos progresistas auténticos y autónomos.
La cultura de dominio de las clases capitalistas sembró en el imaginario colectivo que somos incapaces de crear un futuro y ahora nos quiere despojar de la capacidad de pensar. Nos desafía a construir un nuevo paradigma político, un nuevo programa de la izquierda, una nueva política redistributiva y un Estado más activo que impulse a una democracia más participativa.
Si revisamos los resultados de los más recientes procesos electorales de la región Latinoamérica, nos damos cuenta de que han emergido con fuerza gobiernos que se declaran de izquierda y surgen varias interrogantes: ¿a cuál izquierda representan? ¿son distintos sus pensamientos ideológicos o todos ellos, desde su propia realidad, hacen eco de sus cimientos marxistas?
Yo, por ejemplo, no sabría a ciencia cierta a qué izquierda pertenecen, desde la gobernanza, los regímenes como el de Nicaragua, México, Guatemala o Chile, es como un arroz variopinto, un locrio hecho con lo que aparezca en la nevera, que tiene todo genérico. Como en las boticas populares.
Dice Josep Ramoneda en su libro “La izquierda necesaria” que La izquierda se plegó a la derecha por las migajas del pastel y hoy se hace necesario que resurja una izquierda como contrapeso a quienes ejercen la gobernanza. O sea que la izquierda de hoy es la alternativa, la otra cara del ejercicio del poder. Sin embargo algo en mí se resiste a verlo tan simple y la verdad es que no lo tengo tan claro.
Carlos Marx y Federico Engels se centraron en lo que denominaron socialismo científico, basado en la crítica sistemática al orden establecido y el descubrimiento de las teorías que llevarán a su superación, para plantear que las condiciones materiales de la vida de los seres humanos determinan siempre su forma de vivir y de pensar, es decir, su evolución.
En nuestro continente convivimos con vestigios de gobiernos dictatoriales que están arraigados en los sistemas constitucionales y en leyes que ponen de manifiesto que la memoria histórica es frágil y erramos. Nuestras democracias son jóvenes y se sostienen en Estados con instituciones débiles, donde la principal ocupación del liderazgo es posicionarse como marca, por encima incluso de la “marca país”.
Y lo más triste es que, ante cuestionamientos a la clase política y gobernante, basados en la lucha contra la corrupción, a favor de la transparencia en el uso e inversión de los recursos públicos, la ciudadanía no encuentra la manera de ponerse en pie y reclamar.
Pero llega un día, un despertar, unas ganas de renovación, de rejuvenecer el Estado y sus instituciones. Y como si fuera posible usar magia para la buena gobernanza, la gente se vuelca y vota por la opción que le parece diferente, refrescante. Muchas veces sin hacer un ejercicio de conciencia o un análisis sobre cómo piensan, qué persiguen y a quienes representa nuestra clase política.
Y es aquí que vuelve la palabra izquierda. Unos la mencionan y usan como un grito de esperanza, otros no se atreven a pronunciarla por temor a perder su confort, algunos la buscan pero no la entienden, ni encuentran su significado. Lo cierto es que aun ante la crisis actual, pienso como muchos otros, que la izquierda siempre será necesaria para el fortalecimiento de la democracia.
Veamos cómo se presenta el progresismo del siglo XXI en nuestra región: el mesianismo de Andrés Manuel López Obrador -AMLO– en México; el patetismo de Pedro Castillo en Perú; el “ménage a trois” que sostiene la economía en Bolivia, y Honduras un estado saqueado que sobrevive entre el narcotráfico, la trata de personas y el crimen organizado; Brasil, el retorno del mesías Lula Da Silva, esta vez sin el boom de los commodities. Argentina y el peronismo bicéfalo, cuando con ella no gana pero sin ella tampoco (Cristina Fernández). En Chile la muerte de un modelo y la espera de uno que no acaba de nacer (Sebastián Piñera y Gabriel Boric), definición Gramsciana de crisis. Y por otro lado los progresistas que por sus frutos los conoceréis: Maduro en Venezuela, Díaz Canel en Cuba y Daniel Ortega en Nicaragua.
Los seis principales países de América del Sur están en manos de gobiernos de centro izquierda o izquierda: Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Venezuela (autoritarismo) y Colombia. Si Lula gana en octubre, 7 de los diez países latinoamericanos de AdSur estarán gobernados por la izquierda. Las tres excepciones son Uruguay, Paraguay y Ecuador. Lo que deja a las seis principales economías de latinoamericanas en manos de gobiernos izquierdistas.
Las crisis son grandes oportunidades y la izquierda latinoamericana tiene ante sí el enorme desafío de redefinirse ideológicamente, al tiempo que afronta desde la gobernanza una crisis mundial que atenta contra la seguridad individual y el bienestar social. Hoy más que nunca estamos llamados a ser optimistas, recordando a Nelson Mandela más que optimistas debemos de estar llenos de esperanza, porque nos espera un gran futuro. Ese futuro que siempre está ahí.