La actuación de drag queens en la recreación de la Última Cena que se realizó en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos ha escandalizado a la ultraderecha y al fundamentalismo religioso, tanto en Francia como en otras latitudes.

Aquí, tronó el obispo de la diócesis de Higüey, Jesús Castro Marte.  Para el prelado, la ceremonia quedó “deslucida por una apuesta manifiestamente ofensiva y cargada de desprecio por la tradición cristiana. Una puesta en escena de la decadencia espiritual de occidente.”

También explotaron las redes sociales. Múltiples diatribas contra los realizadores de esta puesta en escena. ¡Cuánto se parece la ultraderecha y el fundamentalismo religioso, al menos en el discurso, al terrorismo islámico que en enero 2015 perpetró el atentado contra la redacción del periódico satírico Charlie Hebdo, acusado de ridiculizar a Mahoma!

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Recrear una puesta en escena de esta obra fundamental de Leonardo De Vinci, tal como él la concibió, hubiera sido irrelevante. No se trataba aquí de reproducir la extraordinaria capacidad de puesta en escena del genio florentino, ni su ingenio para dejar plasmada en su obra la tensión psicológica en el momento en que los apóstoles preguntaron a Jesucristo quien lo iba a traicionar, revelando así, por la reacción de estos, la personalidad de cada uno. Esto hubiera sido pura historia del arte o historia religiosa, ciertamente interesantes, pero inservible para una puesta en escena que refleje el mundo hoy.

La obra del genio florentino fue realizada entre 1495 y 1498, por eso no hay en ella mujeres, ni mucho menos gays. Ni unas ni otros cuadraban con la sociedad profundamente moralista, patriarcal y machista de la época.

Bien le hubiera gustado a De Vinci meter un gay en su obra (se da casi por seguro su homosexualidad, debido a la ausencia de mujeres en su entorno, su propensión a estar siempre acompañado de hombres, la realización de dibujos que dan testimonio de su evidente placer por pintar figuras masculinas o de ambigüedad sexual, entre otros indicios).

Pese a que el genio quiso siempre explorar horizontes más allá de los límites del hombre, su obra es un reflejo de la época que le tocó vivir. Recrear eso, tal cual, de nada hubiera servido. Lo relevante fue lo que se hizo, una puesta en escena donde se adapta la obra al mundo de hoy, que resalta uno de los grandes logros de estos Juegos Olímpicos: es la primera vez que se celebran con plena igualdad de género.

Se ha tenido que esperar más de un siglo para lograr esto.

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En cuanto a la presencia de Nicky Doll, Paloma y Pinche en la recreación de la Última Cena, tres famosos drag queens, es un oportuno guiño al colectivo LGTBIQ + para reconocer la diversidad de un mundo donde la gente pone cada vez más su identidad personal delante otras consideraciones.

La gente de hoy, en particular los jóvenes, reclaman autonomía, exigen que se respete su decisión ser quienes son, su elección de vida.

Pero la ultraderecha y el fundamentalismo religioso se resisten a estos cambios. Se aferran a la idea de que los valores sociales (conjunto de significaciones que rigen las interacciones entre los individuos y fijan las reglas de conducta que se concretizan en la moral) son estáticos, invariables.

Es lo que les conviene pensar y hacer pensar a la sociedad para mantener su vigencia y dominio sobre los demás. Por eso defienden a rajatabla su errónea idea de que los valores son estáticos, inmovibles.

Pero, quieran o no, estos evolucionan en el tiempo, bajo la influencia de otras culturas, filosofías, ideologías…

Para su mala suerte, dos de los principales agentes de reproducción de esta idea de la moral como algo inmóvil, la Iglesia y el Estado, están en crisis. La primera se derrumba ante sus propios ojos, bajo los efectos de la cuestionable conducta de muchas autoridades eclesiásticas, curas y pastores; y el segundo (el Estado) pierde credibilidad en todas partes.

Lejos de satanizar a los realizadores de esta puesta en escena, deberíamos felicitarlos por enriquecer los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, agregándole la aspiración de millones de hombres y mujeres de que se reconozca y respete la igualdad de género y la diversidad de identidades.