Llegué a la fábrica dominicana de cemento en el 1955, con 15 años de edad, como mensajero interno y gracias a la generosidad de mi quería e inolvidable tía Lula, quién gestionó con don Federico Marchena mi empleo.
Ella había sido secretaria de don Federico en el Banco de Reservas. Don Federico era un hombre de confianza del JEFE, pues lo ponía de administrador donde quería que se arreglaran las cosas.
En la cementera conocí un personaje muy abusador, Manuel Imbert, hermano de Antonio Imbert barrera y padre de Moncho Imbert.
Ese personaje decía: “EL OBRERO ES COMO LA CAÑA, DESPUÉS DE QUE SE LE SACA JUGO SE BOTA EL VAGAZO“.
Conocí también otra persona muy generosa, don Alfonso Caffalo, padre de Jorge, Niní y cuatro varones más.
Bajo la dirección de don Alfonso había dos secretarias: Juana, secretaria exclusiva de don Federico, y otra para el Departamento de Contabilidad que dirigía Enriquillo Moreta.
Un día emplearon a otra secretaria, llamada Ivelise, persona muy averiguadora que le preguntó a don Alfonzo cuántos hijos tenía. Él le contestó que seis, todos varones, y ella le dice “qué lástima no tener hembras” y don Alfonso le respondió: “NO VOY A PAGAR A BOCA ARRIBA LO QUE HE HECHO BOCA ABAJO”.
Los uniformes para los mensajeros, obreros y vigilantes eran caqui; camisas, pantalones, corbatas, botas de la guardia y gorra verde olivo. Siempre viví con el uniforme puesto, por eso las secretarias me pusieron el mote de Veterano.
Algunas veces las secretarias llegaban sin desayunar; la cafetería quedaba a 200 metros en una cuesta desde la oficina. En una ocasión una me pide ir a la cafetería y le voy con mucho gusto, al rato me dice que le vaya de nuevo a la cafetería y voy, luego una tercera me pide lo mismo y me niego; le dan la queja a don Alfonso, este me tira el brazo en mis hombros, me saca al pasillo y me dice, ve de nuevo a la cafetería pues “FAVOR A MUJERES NO ES COSA PERDIDA”.
BLAS CARRASCO fue un personaje muy jocoso y su esposa Ángela era una mujer que sufría mucho, pues BLACITO era un bohemio, todo se lo bebía. Cuando llegaba la quincena empezaba a sumar lo que debía pagar; cuando totalizaba la suma que cobraría no le alcanzaba, entonces decía “no voy a pagarle nadie” y cogía la quincena y se la bebía.
En una ocasión dijo en plena dictadura de Trujillo: “Si yo hubiera nacido en la capital, y no en Dajabón, fuera presidente de la República Dominicana” y don Alonso lo mandó a callar. Igualmente decía: “Cuando llega septiembre ya estamos en diciembre”.
Ernesto Stamer, puertoplateño de origen, fue teniente de Ejército en la Intendencia, contaba que había un sargento mayor cuya mujer a las once en punto estaba con su comida en la puerta sin fallar día por día; lo ascendieron a Tete y su mujer pasaron semanas y no aparecía con la comida. Los compañeros extrañados le preguntaron por ella y él dijo: "Esa era mujer de guardia, ya soy oficial".
BOLIVAR ARVELO, el encargado de compras, eras muy mujeriego, si le gustaba una mujer y para conseguirla tenía que divorciarse, lo hacía. En una ocasión en un baile de carnaval vio una mujer muy linda, la invitó a bailar, poco a poco la fue empujando hacia detrás de una puerta, cuando la tuvo ahí le metió la mano en su parte íntima y resultó ser maricón.
PLINIO MACEO, nacido en San José de Ocoa, una persona muy tranquila, no hacía chiste ni cuentos, nunca le conocí enredos; vivía en el Ensanchez Ozama, donde Blanca, su esposa, tenía una farmacia.
DON FEDERICO MARCHENA, al que la cementera en el 1955 con 16 años de edad…
Me sentaba en un banquito junto a una columna donde había un timbre, frente al ventanal con un vidrio y una cortina. Un timbrazo era para mí y dos para don Alonso.
El primer día, cuando entré, don Federico me dijo que estuviera muy atento cuando me diera una orden, pues el no le gustaba repetir, pero resulta que hablaba entre los dientes; la primera vez me dijo algo que no entendí, le dije favor de repetir y me recordó lo que me había dicho el primer día; entonces me habló claro.
De ahí en adelante me la ingenié y cuando decía algo que no entiendía me encaminaba al Departamento que supuestamente era; así, cuando me equivocaba, volvía donde él y le decía: "Dice el Ing. Blanco que el memorándum no era para el Dpto. de Electricidad", entonces don Federico me decía: "Claro, es para el Lic. Miranda, en el laboratorio". Así resolví el dilema.
De mensajero interno me promovieron a encargado del inventario de útiles de escritorio e impresos. En una ocasión, BLASITO, a quien sustituí, me dijo que fuera a una imprenta en la zona colonial a buscar unos formularios que estaban listo. Llegué a la imprenta y me recibió el dueño; como estaba con mi uniforme caqui, y siendo tan joven, el señor me dijo: "MUCHACHITO, no hay recortes de papel hoy. Le respondí: "Yo soy el de la cementera".
De la papelería ascendí a auxiliar de contabilidad de costos con un sueldo mayor. Como mensajero interno ganaba diez pesos semanales y me quedaban ocho con veinte. El dinero se lo entregaban a mi mamá en sobre cerrado y ella me daba un peso.
En una ocasión, tuve una discusión con BLASITO por asunto de un san quincenal que él hacía. Le dije a don Alonso que renunciaría y este me dijo: "De acuerdo, vete a tu casa, consúltalo con la almohada y mañana si lo decides hacemos la renuncia". Cuando mi papá me vio llegar tan temprano me preguntó qué había pasado. Le conté lo de la bronca con BLACITO y que decidí renunciar. "Juan López te estás volviendo loco, lo que tú ganas y lo que hace tu mamá en la costura es con lo que nos mantenemos tus hermanos y nosotros". Al otro día temprano me puse el uniforme y tomé la guagua de la cementera. Cuando llegué a la oficina no sabía dónde poner la cara frente a don Alonso.
Llegué hastael cargo de auxiliar de costos de primera clase, con un sueldo mensualmente de ciento diez pesos; buen dinero para esa época.
A la memoria de don Alfonso Caffalo, señor quien me rescató de tantas malcriadeces.