Lo que se funda como vertiente cotidiana. Es también aquello que habla y escenifica el pensamiento crítico. La tradición del pensar lo pensado. Así nace la palabra. Así como el drama. El lenguaje nace de ese conflicto del habla. La mentira. La verdad del mundo. La negatividad del sujeto es precisamente lo que rompe con ese modelo de servidumbre que respira profundo. Es poema. Recurrencia del lenguaje transgresivo. Epifanía. Embrión que estalla en la escritura. Dibujo y terremoto en el espacio de la diferencia. Presencia de Celan, Artaud, Rilke, Novalis, Kafka, Poe, Nerval…Chorrera del Poema. Nace el humo en la visión del otro. Sentencia del fuego. Piedra. Larvario natural. La boca se abre desde el vínculo. La boca se abre. Mastica; mete y saca lunas polos que se pierden en otra boca que es la historia. Náufrago perpetuo. Razón de muerte. Pero allí te acecha el ojo y te agarra. Y te muerde otra vez, una vez más la ciudad sola, sumergida en el tiempo; cuarteada y a veces angular sueña en lo más profundo del oído del mundo, de la mano, del hongo que sale de la nave y de la tierra. Se divide el trono. Letraviva y Letramuerta. Allí descansa el cuerpo, pesadumbre de la forma. La niña del relato alumbra el ojo del dios desde la lámpara con un dios sietemesino. Arranca de cuajo ese sueño: la memoria de una tierra negra habitada y perdida. Crujiendo. Rebotando en todas las historias nacionales con el himno, sin himno, con los héroes tirados por el suelo. Metales absorbidos por la punta del veneno. Porque, eso sí, prostituta serpiente que me sueña, nada podrás hacer por esa vida fragmentada por las coas diminutas. El relato vuelve atrás. Se trata de un espejo de noches turbulentas. De piélagos, derrumbes oceánicos. Cavernas del sentido, los sentidos a veces disueltos y en conflicto. Esqueletos de plomo, esqueletos de madera; uno dos y tres pido en grande la lectura, el “Sésamo, ábrete” noble. Polvo de Quevedo el bailarín de la poesía. Todo puede ocurrir. El orificio que mira y se “agarganta”. No cabe allí la duda. Signo. Signo que miente. Signo que traiciona. Grado cero del espacio; memoria del fragmento. Aquello que te dice grieta en cauce y tegumento. Ambos se abrazan en tiempo; compartidas cuitas memorizan la cadena homero, Virgilio, dante, alas de un hombre que soñó estar preciso, inciso en la vuelta en el orden, en la cruz y frente al sol; pero toda esta historia es falsa, texto que se borra texto y nace en la vigilia. Imagen pobre más imagen suspendida. La basura es el deber. La basura es el poder. La basura manifiesta escupe signos, escupe diosas, escupe dioses del parnaso nacional; escupe vulvas, lámparas y todo termina aquí, perdidamente, desgraciadamente, ciertamente en mente, fecha, clave, número, edad, domicilio, registro civil, registro privado. Es la palabra que rompe, se escurre, ilumina el tiempo; salida, sola salida, entrada, sola entrada; entrada y tuerca celestial: el andrógino vive; el andrógino vuela; nada puede quebrar los cristales; signos en vilo: todo lo traduce el tacto; es una revelación de lo visible y lo invisible; la navaja y el abismo dialogan entre voces. Las vocales sustituyen el mundo, el nombre, nombra la tierra, la casa del hombre y el filo de la espada. Qué ocurrencia, qué ironía! Pentagramas desechos vuelan desde el ojo. Lo inaccesible es el cuerpo y la metáfora. Todo hecho viral, nasal, abismal y circular nos cuenta una historia, se convierte en aullido y la sombra ya no es sombra; el eco ya no es número. Todo comenzó un maldito día. La borrachera, la virgen maría bailando desnuda en el pesebre; todo ocurre en el espejo; todo lo que ocurre se une a la ventisca, al nubarrón perdido, a la vieja escritura; al antiguo cuadro con señales, símbolos, elementos y entidades olvidadas; vocal y consonante aparecen debajo del fantasma. Fantasmas que se caen de la boca y resbalan por el piso. Una muñeca de carne y hueso transita por el aire, se vuelve espuma, estalla se vuelve agua y arena; se esfuma por lo visto. Punto. Punto compartido. Punto. El vuelo corta y mata la rosa en el origen. Es es el vínculo, es el triángulo nocturno el mito que asombra, nombra, cambia, desembraga la nada; quiere nada de la nada. Final abierto y la historia no es historia, el hueco ya no es hueco, el signo ya no es signo, el sol ya no es el sol ironía del dicente. La creación entera está en expectación de su creador, danza ahora en el seno materno. Todo ocurrió desde la nada. Todo lo ocurrido de la nada se une a las manos creadoras de un dios hacedor. La antigua historia de una nada aparece, cambia, brota de las manos, sobresale el techo. Este relato inunda el alma transitable por el aire. Nace y se esparce fecunda; no germina. Más bien se esfuma por sí misma. Pinto, dibujo el viaje. Corto el tronco del origen, de la esfera nocturna; androginia en movimiento. El misterio omnisciente nombra, forma, se transforma; cambia, se deforma. Lo eterno quiere ser eterno. Sin final de luz; matices del sentido. Nada de gestos ni palabras. Lo recordado es piedras encendidas, la tunantería. Nada de espacio. Solo tierra, infierno y paraíso. Luna de cobre y vértigo. Desastre de la razón. Entonces la historia no tiene nombre, no tiene huesos, no tiene carne la muerte que es la historia; se traga toda luz, mar y concha; planicie y ventisquero; dibujo abstracto en este caso, el nombre no es la gloria. Se pudre el escudo y la bandera no existe, la ciudad ni el polo. Cuajo de la vaca. Cae la dentadura de los dioses. Alguien contará esta historia. Pero la historia ya no existe, se la robaron, la desaparecieron. El individuo ha quedado mutilado; salitre del espejo; surco de luz y doble estambre. Ahora, hoy, mañana. El cuerpo. Semiborrado, nuboso y negro ha muerto. El secreto. La edad ha muerto. Ningún astro ayuda sin camino. Calambre. El hechizo de un cuerpo solo y roto en el hueso. Mayor duda no cartesiana. Espacio del origen. La culebra habla, pero… La culebra no dice su nombre porque el signo se ha convertido en borde y centro de todo y nada a la vez. El signo es el muro, palafito y máscara; mito y escritura; no cabe el ojo; no sueña, no surge ni adivina el antro; no muerde; el cuerpo pregunta en la ciudad solar; casi no anida la huella ni el estambre. Isla secreta, colgada sobre el techo de su origen; deshabitada estación que no acude al tiempo y nos amenaza. Qué se escucha; de qué sirve la palabra. Es el labio que supura órbitas. Todo lo que escribe el cuerpo, la huella, su claridad… Pero vuelve luego ese cadáver que narra el nudo, aquello que no ha sido truco del ojo, golpe de cabello y frente; celebración, oscuridad, liturgia del espejo. El agua se lo traga todo: el génesis y el fin; la memoria, nombres y cuerpos quemados como en un acto de fe… Todo se vuelve sombra y claridad. De pronto, signos, huellas, voces y deseos permanecen en la búsqueda y el tiempo.
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