El número de haitianos y domínico-haitianos asesinados es una de las cuestiones más controversiales. El interés de muchos ha estado centrado siempre en la cantidad de víctimas, cuyo número exacto es imposible de determinar pues habría que estar presente en el hecho, pero no así en los efectos deletéreos de la masacre como el número de heridos, mutilados y traumatizados por la destrucción de su familia o el asesinato de un familiar cercano.

En principio, cuando aún la matanza se hallaba en proceso, las cifras de huidos y asesinados eran sumamente reducidas. El primer reporte lo hizo el coronel Jules André, el 5 de octubre de 1937, donde informaba que alrededor de 260 haitianos que llevaban mucho tiempo residiendo en la República Dominicana, y portaban documentos de identidad, habían entrado a Haití por la Aduana portando sus pertenencias. El 7 de octubre el ministro norteamericano en Santo Domingo reportó varios cientos y al día siguiente más de 500 muertos, en tanto el 11 de octubre el agente consular de ese país en Cabo Haitiano más de 1,000. Cinco días más tarde, el gerente del First National City Bank en Santo Domingo estableció la cifra de víctimas entre 1,300 y 1,400.

A partir de las cantidades de víctimas estimadas por historiadores, periodistas y exiliados antitrujillistas se puede inferir que a medida que pasaban los días en que aconteció la matanza las cifras se incrementaban. El 9 de diciembre de 1937 el presidente de Haití, Stenio Vincent, declaró a The New York Times y a Prensa Asociada que 8,000 haitianos habían sido asesinados. A mediados de diciembre de este mismo año, el obispo de Cabo de Haitiano, Jean-Marie Jan, basándose en una lista de 1,093 nombres confeccionada por un sacerdote y la de otro sacerdote que recopiló 1,037 nombres con sus edades, consideró en 3,000 las víctimas. El 21 de diciembre el The New York Times publicó que 12,000 haitianos habían sido asesinados. (Bernardo Vega, Trujillo y Haití, volúmenes I y II.

Diversos autores han ofrecido las cifras más dispares. El sobresaliente  historiador haitiano Jean Price Mars en 1953 (12,136 más 2,419 heridos), el exiliado antitrujillista Germán Emilio Ornes en 1958 (15,000), el exiliado antitrujillista Noel Henríquez en 1960 (20,000), el historiador puertoplateño Rufino Martínez en 1965 (más de 10,000), el escritor estadounidense Robert Crassweller en 1968 (entre 15,000 y 20,000) y el periodista neozelandés Bernard Diederich en 1972 (más de 20,000). Joaquín Balaguer en 1975 (17,000) y Frank Moya Pons en 1977 (18,000). La socióloga dominicana Lil Despradel ofreció la estrambótica cifra de 35,000 víctimas.

Para la intelectual haitiana Susy Castor en 1978 (entre 18,000 y 25,000), Franklin Franco en 1979 (cerca de 10,000), Danilo de los Santos y Valentina Peguero en 1983 (entre 12,000 y 25,000), el sociólogo dominicano Franc Báez Evertsz (más de 12,000) y Roger Dorsinville en 1986 (25,000), entre otros muchos. Sin ofrecer explicaciones ni basarse en ninguna fuente, como es típico de su talante como historiador, Euclides Gutiérrez Félix en su libro Trujillo. Monarca sin corona (2008) se limita a decir que la cantidad de víctimas no pasó de 5,000. Algunos libros de reciente publicación como Cimientos del despotismo (2017) de Richard L. Turits presentan un estimado de 15,000 víctimas.

De acuerdo con Virgilio Álvarez Pina, destacado personaje de la burocracia trujillista, cuando en 1939 periodistas estadounidenses le preguntaron a Trujillo sobre la cantidad de haitianos sacrificados en 1937, este reflexionó brevemente antes de contestar y dijo: “No sé con exactitud cuántos fueron los haitianos que murieron en esa ocasión, pero de lo que estoy seguro es que fueron muchos menos que los mejicanos que fueron muertos en la frontera”. (La Era de Trujillo. Narraciones de don Cucho, 2008).

El escritor Robert D. Crassweller es más preciso que Álvarez Pina, y conforme a su versión, en julio de 1939, cuando Trujillo visitó la Feria Mundial que se celebraba en la ciudad de Nueva York al ser cuestionado por los periodistas sobre el genocidio de 1937, respondió:

“Esos incidentes ocurrieron cerca de la frontera, pero han sido exagerados. Fue algo así como lo ocurrido entre los norteamericanos y los mejicanos en su propia frontera. Ustedes han oído hablar mucho de eso. No hay ningún fundamento para hablar de la matanza de 10,000 haitianos. Me consta que los soldados dominicanos permanecieron al margen de esos disturbios”. (Trujillo. La trágica aventura del poder personal, Barcelona, 1968, p. 189).

Un informe del Servicio de Inteligencia Militar norteamericano, publicado en los primeros días de diciembre, establecía un rango entre 5,000 y 6,000 víctimas. El mismo se basó en informaciones proporcionadas por estadounidenses residentes en República Dominicana, tales como cónsules, banqueros, diplomáticos e inspectores de aduanas. (B. Vega, Trujillo y Haití, vol. II, 1937-1938).

Otras fuentes referidas en este último libro también ofrecen la cantidad de 5,000 víctimas como un militar dominicano a la Legación norteamericana en Santo Domingo (25 de octubre, 1937), la Legación haitiana en Santo Domingo (26 de octubre), un observador norteamericano en la frontera (26 de octubre), el ministro inglés en Puerto Príncipe (30 de octubre), la Cancillería inglesa (6,000, 14 de diciembre), un oficial del servicio de inteligencia norteamericano en visita a Santo Domingo (entre 5,000 y 6,000, el 7-14 de diciembre), el canciller interino de Haití al ministro inglés en Puerto Príncipe (entre 4,000 y 5,000), la Legación norteamericana en Santo Domingo en noviembre), la conocida revista Reader’s Digest, entre otros.

La publicación en la prensa internacional de cifras exageradas sobre la cantidad de víctimas causó preocupación al interior de la dictadura. El 17 de diciembre de 1937 los directores de Estadística, Vicente Tolentino, y del Censo, Mario Fermín Cabral, publicaron de nuevo la población residente en las siete provincias del Cibao, según datos del censo de 1935. Dicha población haitiana ascendía a 8,442, y al 13 de mayo de 1935 se hallaba distribuida del siguiente modo: Montecristi (3,816), Santiago (1,255), Puerto Plata (2,313), Moca (112), La Vega (284), Duarte (301) y Samaná (361):

“para hacer luz en cuanto se refiere al incidente domínico-haitiano surgido con motivo de los choques ocurridos en los primeros días del mes de octubre entre nacionales fronterizos de ambos estados y poner cese a las versiones exageradas relativas al número de víctimas haitianas habidas en tales ocurrencias. El único propósito que persiguen los autores de tan infundadas propagandas es el de provocarle conflictos al gobierno del presidente Trujillo…”.

Para realizar un estimado de las víctimas del genocidio, el historiador Bernardo Vega toma como referencia los 8,442 haitianos registrados por el censo de 1935. Asume, que 3,000 haitianos de los 30,000 braceros deportados de Cuba en 1937 ingresaron al país, a los cuales adiciona los del censo supraindindicado para un total de 11,442.

A esta última cantidad le resta 6,150 que incluye 4,200 haitianos que escaparon a la matanza e ingresaron a Haití por Juana Méndez, 950 haitianos que según el Ministro inglés regresaron a Haití en barco por Puerto Plata y un estimado de 1,000 que penetraron al territorio haitiano por distintos lugares de la frontera. De esta manera, los asesinados en Santo Domingo totalizarían 5,292 (11,442 menos 6,150). Descartando algunas fuentes, Vega depara un estimado de víctimas entre 4,000 y 6,000 que concuerda con el estimado de la Legación norteamericana en un documento para consumo interno de Washington, confeccionado en septiembre de 1938. Este ha sido el cálculo más acertado realizado en la historiografía dominicana sobre este infausto acontecimiento.

A la descripción de Vega debemos agregar que la Región Noroeste en la época de la matanza poseía una muy baja densidad demográfica y aún no se había desarrollado la agricultura comercial. Como inicialmente los asesinatos se perpetraron principalmente con armas blancas era muy difícil que los guardias, reservistas, alcaldes (primeros y segundos) y otros matones pudieran exterminar un número considerable de seres humanos en un día, dada la inexistencia de caminos, la dispersión de las viviendas, de los conucos y lo extenso y accidentado del terreno, aunque es posible que en los primeros días del exterminio sí lo lograran.

Para realizar los asesinatos en zonas remotas y en las áreas montañosas, se requerían buenas bestias caballares, provisiones alimenticias y personas conocedoras del terreno, todo esto sin contar con la agotadora faena que implicaba perseguir a las eventuales víctimas por espacios escarpados y con una todavía espesa vegetación que favorecía los escondrijos. Las víctimas más fáciles de liquidar fueron los ancianos, mujeres embarazadas, personas con dificultades motoras, enfermos y muchos que se aferraron a los bienes que poseían.

Además, desde el momento en que en la frontera corrió la voz de que estaban liquidando a los haitianos y a personas de piel oscura se produjo una estampida masiva de estos hacia el otro lado de la frontera, mientras otros se escondieron en los espesos bosques y matorrales de la zona.