En un mundo cambiante, posiblemente se crea siempre que todo acto se autodefine, en no pocas ocasiones, en que su contexto le confiere la calidad de lo que es y no su contenido. Hay seres humanos que tienen la capacidad de exhibir diferentes rostros de acuerdo con las circunstancias. Es fascinante la idea del ser humano como continente incompleto, algo así como proponía John Donne en Devociones emergentes.
“Ningún hombre es una isla, /Entero de sí mismo;/Cada hombre es un pedazo del continente, /Una parte de lo principal”. Ese poema inspiro a Ernest Hemingway para el titulo de uno de sus libros más famosos, Por quien dobla la Campana: “la muerte de cualquier hombre me disminuya, /porque estoy involucrado en la humanidad. /Y por lo tanto nunca envíes a saber/por quien dobla la campana/dobla por ti”.
No hay error tan inocente como para pasarlo por alto. Todos los errores son esencialmente no lineales, y mientras más los dejemos persistir, más tienden a divergir hasta alejarnos irreversiblemente del escenario al que aspirábamos. Le llaman efecto mariposa, le deberían llamar efecto huracán.
No insistimos en que los hechos nos definen, y con ello ignoramos que no es tan sencillo reducirnos a lo que hacemos. Quizá pueda parecer objetivo que lo cierto se establezca sobre lo que nos percibe, y no como nos percibimos, pero todos sabemos que en la introspección siempre hay una clave de nosotros mismos, por deshonesta que sea.
En una persona nunca habla como individuo, porque siempre hablan él y su circunstancia. En el reclamo de la libertad de expresión, por ejemplo, se recoge la libertad de que ciertas ideas tengan derecho a prevalecer, porque nadie habla tan solo para sentir la satisfacción de que lo escuchen, sino con el propósito de sea tomado en cuenta.
Todo verbo es, en ese sentido, violento. Y de lo que se trata es, como de cualquier otra violencia, saber los contornos que hacen éticamente necesaria, y en no menos medida, tolerable. Como tantas otras cosas de esto que llamamos lo social, lo que califica a un hecho son los apellidos y no la acción en sí. Son las circunstancias, objetivas o no, las que le confieren la calidad de lo que es.
No se trata de sucumbir al subjetivismo más ramplón, sino de negarlo. Las conciencias sociales son hijas de la realidad material. El plural aquí es consciente, y no un error. Una misma realidad material puede determinar varias conciencias colectivas, en una dependencia tan extraordinariamente complicada que nos hace olvidar que ella, la realidad objetiva, es el causal primogénito.
De ese remoto vinculo entre lo que se piensa socialmente, y las razones en la reproducción material de la sociedad que nos hace pensar de esa manera, se alimenta el liberalismo burgués. Crea la ilusión de que las ideas son hijas de ellas mismas y, por lo tanto, esclavas solo de ellas mismas, es decir, del libre albedrio. No es cierto. Como tampoco que sea posible aparcar la lucha de clases y lograr la conciliación universal de las buenas intenciones.
Las contradicciones de una sociedad no son el reflejo de la batalla de las buenas voluntades contra las voluntades perversas. Son el reflejo de las formas en que los seres humanos nos reproducimos materialmente, y las relaciones sociales que establecemos en ese proceso de reproducción. El egoísmo no es el resultado de una deformación del carácter, sino de una manera objetiva de vivir, propia o heredada socialmente.
Hay quienes lo han dicho de manera insuperable. “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Y como Carlos Marx nos resume, “el pasado hecho memoria histórica, si ha de ser leído en clave revolucionaria, debe servir para “encontrar de nuevo el camino de la revolución”
El verbo colectivo se redime cuando sirve para impulsar las circunstancias que hagan de los hechos avances y no retrocesos. Es en esa esencia que se define a sí mismo, y nos define diferentes de nuestros enemigos de clases. Y es en ese hombre, autor de sus cenizas, donde resucitamos siempre para seguir andando.