Tras el fin de la pandemia, la promoción, exposición y adopción de nuevas tecnologías, como las criptomonedas y la inteligencia artificial (IA), se dispararon hasta tal punto que acapararon todas las esferas de la opinión pública, impulsadas principalmente por las gigantes tecnológicas, conocidas como “Big Tech”. No obstante, la abrupta caída de la bolsa el pasado lunes, sugiere que esta fiebre tecnológica pudiese haber sido exagerada. Quizá, esta exposición fue un tanto desproporcionada. Al parecer, refleja evidencias de una burbuja especulativa, puesto que, cuántos de nosotros no habremos escuchado o leído, en estos últimos meses, tantas aseveraciones y predicciones sobre la IA: Que la IA es esto o que es aquello. Es cierto que la IA “llegó para quedarse”, pero ¿qué tan definitivas y ciertas eran estas predicciones? Esto nos recuerda lo que sucedió hace poco con la realidad virtual, con muchos que vaticinaron que las interacciones interpersonales iban a desaparecer y que todos íbamos a transportarnos al mundo virtual, donde lo tendríamos todo, gracias a las criptomonedas y a otro fantasma de ayer, como las NFT—aquellos activos digitales que prometían revolucionar los derechos de autor—, que colapsó sin retorno aparente y quedaron enterrados en el baúl del olvido.

Las tecnologías, desde siempre, han sido causantes de entusiasmo y fervor particulares. Y es que, como es entendible, muchas de estas invenciones dejan perplejas a la mente humana, siendo maravillosos ejercicios de la creatividad más pura y la inteligencia más capaz de algunos hombres. Pero, con ellas, también se disfrazan muchas otras tantas que no dejan de ser más que disparates, promesas sin fundamentos, o estafas a la clara, como sucedió durante la Edad Media.

Digo esto porque siempre me llamó la atención o la suspicacia de dónde Open AI, empresa creadora de ChatGPT, iba a sacar dinero para su subsistencia. Una app y página web que cuesta $700 mil dólares diarios para mantenerse encendida y funcionando y que es totalmente gratis de usar para el consumidor. Además de tener a todo el mundo intelectual y académico en contra y grandes multimillonarios, como Elon Musk, que abogan por su desaparición total.

A su vez, siempre me pregunté, qué estaba causando este repentino auge en las acciones de NVIDIA, empresa que aumentó más de 2700% su valor en bolsa en los últimos cinco años, y que se ha colocado como la empresa con mayor capitalización de la bolsa de valores de New York (NYSE). Piense usted, ¿es justificable que una empresa de softwares, que principalmente desarrolla GPUs, CPUs, y circuitos que son partes de las computadoras tiene un modelo de negocio capaz de superar en sus acciones a todas las demás compañías del mundo? Esta era una señal definitiva de que estaba ocurriendo una burbuja, un overhype, de que se estaba exagerando su valor. Los negocios requieren de fundamentos sólidos para su sostenibilidad. Y es por esto quizá que haya estallado la burbuja, en la cual estaban envueltas muchas de estas compañías tecnológicas, las cuales han sido protagonistas del desplome de la bolsa la pasada semana.

Ahora bien, es indudable que esta nueva tecnología es prometedora. Empero, en base a la carencia de un modelo de negocio viable, es decir, de fuentes de financiación y remuneración, es innegable que esta industria necesita, como mínimo, de una maduración superior a la que posee actualmente. Asimismo, dado que el mundo de la economía es un entorno complejo, no podemos atribuirle este desplome a una sola variable, que, en realidad, no ha sido la principal causa de la crisis. Para esto debemos analizar más factores. ¿De dónde proviene tanto dinero destinado a invertirse en la inteligencia artificial? ¿Será que los inversores confiaron de más en esta nueva industria y se dejaron llevar por las tendencias? O bien, como muchos economistas postulaban, ¿existe una burbuja de crédito o un déficit crediticio? Ambas postulaciones son certeras.

Primero, las grandes empresas tecnológicas, como Amazon, Microsoft, Google, entre otras, han venido registrando ingresos menores a los esperados en los últimos meses. Esta ralentización ha encendido las alarmas ante una posible recesión. Como bien es sabido, cuando las tasas de interés son altas, hay menos dinero en el mercado, y paulatinamente la actividad económica se frena, y a su vez, las empresas tienen menos habilidad para endeudarse y afrontar proyectos ambiciosos. Estas tasas de interés, en EE. UU. se han incrementado para moderar la inflación, que se encontraba en un punto muy alto, también provocada por las precedentes bajas tasas post-covid. Aunque, muchos economistas sospechan que esta subida de las tasas de interés de Powell se haya excedido un poco, y haya acelerado la inevitable recesión.

Como las Big Tech registraron menores ingresos de los esperados, lo que se asume que cualquier empresa haga es reestructurar sus estrategias y endeudarse para aumentar su productividad. Recordemos que la deuda puede ser tu mejor aliado cuando las tasas de interés son bajas. Pero endeudarse, cuando las tasas son altas, cuando al mismo tiempo registra números no deseados, es un muy mal presagio, no solo para estas compañías, sino también para la política industrial que ha adoptado el gobierno de Biden.

El otro motivo, que ha sido de los principales argumentos utilizados en EE. UU. para explicar esta reciente crisis, es la burbuja de crédito.

Cuando los precios de las acciones experimentan una rápida apreciación es señal de alerta; es señal de una especulación excesiva y  de un endeudamiento peligroso. Y es que, efectivamente, muchos de los inversores de la bolsa estadounidense, tomaron préstamos para comprar sus acciones. Esta alza vertiginosa, que han experimentado muchas de estas acciones, ha sido gracias a la deuda: una deuda proveniente de Japón.

Japón, a lo largo de los años, se ha caracterizado por tener unos tipos de interés extremadamente bajos: prácticamente en 0%. Por esto se han colocado en el foco de los inversionistas y también porque, de hecho, no ha variado prácticamente nunca, sin importar los eventos internacionales. Por esta tendencia a no modificar sus tasas de interés, muchos inversionistas utilizaban la banca japonesa para financiar sus acciones, ya que esta era prácticamente riesgo 0. Es decir, si un fondo de inversión quería invertir en estas grandes empresas tecnológicas, en vez de utilizar su capital o pedir prestado en Estados Unidos, a altas tasas, podía pedir las mismas cantidades en Japón a tipo cero y ganar dinero y liquidez de la nada. Esta práctica se llama “Carry-Trade”, y se masificó, dada la invariabilidad de las tasas de interés en Japón, ya que estas eran seguras y fijas. Pero, como dice el dicho: “Todo lo que sube baja”. Al parecer, al masificarse esta práctica, la ley de la oferta y la demanda, se efectuó como siempre. La oferta de yenes redujo el valor de la moneda, ya que los inversionistas tenían que cambiar los yenes japoneses por dólares estadounidenses. Al devaluarse la moneda japonesa, la deuda que solicitan en yenes, también se vuelve más barata. Al puro estilo de una estafa piramidal. Por eso, lo que ha sucedido este pasado lunes, es la caída de ese castillo de naipes. Porque, el Banco Central de Japón, aunque consciente de esto, decidió sorpresivamente subir las tasas de interés para revalorizar su moneda.

Si sumamos el miedo que hay actualmente en EE. UU., de una recesión, más este cambio repentino en las tasas de interés de Japón y una burbuja que estaba a punto de estallar, nos queda como resultado este crash del mercado bursátil ocurrido el pasado lunes. Ahora, pedir prestado en Japón, ya no es tan barato, como tampoco invertir en EE. UU. no será tan rentable, si se bajan las tasas de interés. También, al revalorizarse el yen, esas deudas que se pagaban en yenes ahora también han subido su valor y esto ha hecho que los poseedores de estas deudas tengan que vender sus acciones para poder pagarlas. Al estar saliendo tanto dinero del mercado, tan rápidamente, provoca que las acciones se desplomen en valor. De ahí la caída en los precios de las acciones. Todo el mundo vendió en estado de desesperación.