(Extracto de la conferencia leída como parte del Seminario Corriente Cruzada del Semestre en el Mar. Otoño 2024)
En esta parte es donde entra en juego la paradoja del omnívoro de Pamela Kittler, quien expresa: “Los seres humanos son omnívoros, lo que significa que pueden consumir y digerir una amplia selección de plantas y animales de su entorno. La principal ventaja es que pueden vivir en distintos climas y terrenos. Dado que ningún alimento por sí solo proporciona la nutrición necesaria para la supervivencia, los humanos deben ser capaces de comer lo suficiente de una variedad de comida, pero lo suficientemente cautelosos como para no ingerir alimentos que sean perjudiciales y, posiblemente, mortales. Este dilema, la necesidad de experimentar combinada con la necesidad de precaución, se conoce como la paradoja del omnívoro” (2-3).
Según Kittler, la paradoja del omnívoro es el resultado de dos impulsos psicológicos contradictorios en relación con la alimentación: una atracción por los alimentos nuevos, pero una preferencia por los alimentos conocidos. Retengamos, por el momento,esta última frase.
La comunidad gastronómica imaginada desarrolla, prescribe, normatiza, legisla, prohíbe, regula qué tipo de alimentos debemos comer, dónde, cómo y con quién. Esta función sirve para proporcionar un marco que reduzca la ansiedad producida por estos deseos opuestos de la paradoja. Las normas sobre qué alimentos son comestibles, cómo se obtienen y se cocinan, qué sabor deben tener y cuándo deben consumirse proporcionan directrices tanto para probar nuevos alimentos (basándose en experiencias previas con plantas y animales o sabores y texturas similares) como para mantener las tradiciones alimentarias a través de rituales y repeticiones (2-3).
Como consecuencia de lo anterior, los sujetos occidentales son menos propensos a comer la comida del Otro, no sólo por el miedo a probar alimentos que puedan ser perjudiciales, sino también por lo que denomino “Gastrocentrismo”, que supone que nuestra comida es mejor o superior a la del Otro.
Y ahora hablemos de porno. . . comida porno. Algunas comunidades gastronómicas imaginarias europeas y americanas están acostumbradas a la pornografía culinaria. Richard Magee sostiene que “la pornografía alimentaria, el contrapunto obvio a la tendencia puritana, adopta la forma de fotografías lustrosamente exuberantes de postres voluptuosos y pecaminosamente ricos, o de imágenes de recetas y estilos de vida de fantasía que, en palabras de Molly O’Neill, están “tan alejadas de la vida real que no pueden utilizarse más que como experiencia vicaria”». Maggee continúa diciendo que “…Al otro lado de la línea divisoria de la cocina, aparentemente dispuesta a ponerse el delantal de pornógrafa gastronómica, está la descarada británica Nigella Lawson, que una vez llamó a su programa “gastroporno” (Hirschberg). . . parece obtener más placer sensual del sabor de la buena comida que cualquier figura famosa de la cocina”.
Sobre este concepto, el crítico francés Roland Barthes ya había escrito algo parecido en el capítulo “Cocina ornamental” de su libro Mitologías. Según Barthes, “La Revista Elle” (un tesoro mitológico) nos ofrece cada semana una bella fotografía en color de un plato preparado: perdices doradas cubiertas de cerezas, un pollo chaudfroid (caliente-frío) ligeramente rosado, un molde de cangrejos de río rodeados de sus caparazones rojos. . . De ahí una cocina que se basa en recubrimientos y coartadas e intenta siempre atenuar e incluso disfrazar la naturaleza primaria de los alimentos, la brutalidad de la carne o la brusquedad del marisco. . . Pero precisamente, los glaseados preparan y apoyan uno de los principales desarrollos de la cocina elegante: la ornamentación. El glaseado, en Elle, sirve de fondo a un embellecimiento incontrolado”. (68)
En ese sentido, la imagen de la comida es crucial para incitar a los comensales. Los humanos deben disfrazar con salsas y cremas el hecho de que lo que están comiendo es el cadáver de un animal. En uno de los debates en la clase, mis alumnos propusieron que la imagen es preponderante, luego viene el sentido del olfato, estrechamente relacionado con el gusto, y por último el sabor. Mis alumnos señalaron un posible experimento en el que se ofrece a una persona la carne de un perro en pequeños filetes “cubiertos” con salsas, o sin ver la carne y sin decir el nombre. Los alumnos predicen que el posible comensal probablemente se comería la carne e incluso le gustaría. A propósito de esto, en Bruselas (Bélgica) hay un restaurante a ciegas donde se puede hacer este experimento. En la oscuridad, los comensales se concentran en el olor, la textura y los sabores, no en el aspecto.
Y ahora, una cita y una anécdota, antes de empezar a mostrar la comida “inmunda” (offal). Según Barthes, otra vez, “la imagen supera a la realidad”, lo que me hace pensar en la película Falling Down, con Michael Douglas, y dirigida por Jol Schumacher, en la que William Foster, un ex ingeniero de defensa, divorciado y en paro, frustrado con los diversos defectos que ve en la sociedad, dispara a varios clientes de McDonald, tras reclamar que la hamburguesa que le sirvieron NO era como la que se anunciaba en la foto. Parece que al fin y al cabo no somos más que comedores de imágenes, devoradores de imágenes sin realidad, simulacros.
Y ahora, señoras y señores, tengo el placer de presentarles mi gabinete de comida “rara”:
Les preguntaré «¿Cómo se ve la comida?» y todos responderán «asquerosa» o «riquísima». Así que, empecemos:
# 10 Fruta Durián
“La fruta Durián es el fruto comestible de varias especies de árboles pertenecientes al género Durio. Existen 30 especies de Durio reconocidas, de las cuales al menos nueve producen frutos comestibles. Durio zibethinus, originaria de Borneo y Sumatra, es la única especie disponible en el mercado internacional. Su olor se describe mejor como el de excremento de cerdo, trementina y cebollas, aderezado con un calcetín de gimnasia. Se puede oler a metros de distancia. A pesar de su gran popularidad local, la fruta cruda está prohibida en algunos establecimientos, como hoteles, metros y aeropuertos, incluido el transporte público del sudeste asiático”. Una colega mía aquí presente, me dijo que ha probado la fruta durian y que huele como un pañal sucio (Sin comentarios. Pero en defensa de esta fruta exótica, en su novela Mân, la escritora vietnamita canadiense Kim Thúy escribe “Fue la última vez que Maman vio a su padre: bajo los durians, que los vietnamitas llaman sau rieng… que significa literalmente “penas personales””. El nombre de esta fruta sugiere que el sufrimiento «apesta».
CONTINUARÁ
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