Mucho se ha hablado sobre el declive de Occidente y la llegada de un nuevo mundo liderado por China. Y aún cuando es cierto de que China ha ascendido a niveles impresionantes de poder, económico, militar y diplomático, también es cierto de que carece de las competencias necesarias para asirse con el mando de un mundo mucho más complejo y multipolar que el que heredaron los Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial. Y que no quepa duda, China quiere tener el control.
Luego de una fuertemente mercadeada reunión de los BRICS+ en días pasados, China, al igual que Rusia, se abstienen de participar en la reunión del G20 en India. Y aunque para algunos esta ausencia se presenta como una muestra más del rechazo chino hacia el orden mundial liderado por Occidente, lo que demuestra en realidad son las carencias del nuevo orden mundial que China promueve.
Desde la Paz De Westfalia en 1648 y el nacimiento de los sistemas de equilibrio internacional, un principio ha sido constante a lo largo de los diferentes sistemas que han regido las relaciones entre los Estados, para ganar hay que ceder. Y es esto lo que a China se le hace difícil internalizar.
Para entender las dificultades chinas como hegemón debemos de entender que su existencia dentro de un Sistema Internacional Multilateral es toda una novedad. Desde tiempos inmemorables China ha sido el centro del universo y el “sistema internacional” no era más que una serie de Estados periféricos que le rendían tributo al Imperio.
Su entrada al sistema internacional, diseñado por occidente, se da por medio de la humillación recibida en el siglo XIX que sirvió de preámbulo para las posteriores revoluciones, la invasión japonesa y el largo trauma que ha significado recuperar el orgullo y el honor perdido. Pero al final de ese largo camino, China se encuentra hoy por fin a la altura de la visión que tiene de sí misma. Restaurada a su justo lugar.
Pero el mundo de hoy no es un mundo donde China es el centro y el resto la periferia. El Sistema Internacional Multipolar es global por fuerza y por naturaleza, y su ascenso la transforma en un jugador importante del mismo, pero no en el dictador del rumbo de este, como lo fuese en Oriente durante tantos siglos.
Ejemplos de esta incomodidad, como actor de primer orden, lo podemos ver en la falta de concordancia en las relaciones que China tiene con aquellas otras potencias que le acompañan en la cima. Siendo el ejemplo más palpable India, la I de los BRICS+, con quien mantiene disputas territoriales, conflictos de esferas de influencia y a quien termina ofendiendo con su ausencia a la reunión del G20.
China pudo haber utilizado la reunión del G20 para continuar promoviendo su visión de un nuevo orden mundial liderado por una “potencia benévola”, pero sus conflictos con los Estados Unidos sobre Taiwán, las discrepancias sobre la invasión rusa a Ucrania, y los posibles conflictos internos que ha generado la ortodoxa centralización de poder que ha promovido Xi Jinping, han mantenido a China fuera de la reunión.
Con esta ausencia China le cede el espacio a India y a los Estados Unidos para dominar la reunión del G20 y promover sus agendas. Además de esto, se genera la posibilidad de que Modi asuma la ausencia de Xi Jinping como un insulto personal, lo cual pudiese ser determinante a la hora de continuar con el proyecto de “desmantelamiento del orden occidental” que China promueve a través de los BRICS+.
Y es que tanto los BRICS+ como la nueva ruta de la seda y los demás proyectos que China patrocina a lo largo y ancho del mundo, tienen como finalidad el establecimiento de un Sistema Internacional que tenga a China en el centro y a todos los demás Estados en la periferia. Pero a falta de internalizar las complejidades de un sistema donde se hace imprescindible ceder, llegar a compromisos y negociar desde la superioridad temperada, China se seguirá sintiendo incómoda en su nuevo rol, retrasando de manera indefinida la llegada de ese nuevo orden mundial, con ella al centro, que tanto desea.