Con Gaza y el Líbano en el corazón

La apatía es uno de los grandes desconocidos dentro del campo neuropsiquiátrico, especialmente en relación con las demencias. Se trata del “Síndrome Apático”, frecuente en personas mayores con enfermedades neurodegenerativas como la demencia. Es importante destacar que la presencia de apatía no excluye la coexistencia de otros síndromes; de hecho, a menudo aparece junto con otras condiciones médicas, conformando un cuadro clínico más complejo.

Este síntoma, aunque asociado con las demencias, también puede presentarse en trastornos como la depresión. Sin embargo, es en los ancianos frágiles en los que resulta más prevalente y difícil de tratar debido a la vulnerabilidad de estos pacientes y la presencia de otras complicaciones de salud secundarias. La apatía se caracteriza por una falta de interés, de motivación, las reacciones emocionales desaparecen (no se reacciona con ira, risa o llanto ante ningún estímulo); por ello se denomina apático, así como una disminución en la capacidad para preocuparse por su entorno. Esta apatía persistente origina una pérdida global de funcionalidad, haciendo que el paciente se aísle progresivamente y sea incapaz de interactuar con su entorno debido al deterioro cognitivo.

Este perfil de paciente es especialmente susceptible a complicaciones como la desnutrición, la deshidratación y las úlceras por presión, debido a la reducción en la ingesta de alimentos y líquidos y a la falta de movilidad. Estas complicaciones, a su vez, pueden desencadenar problemas adicionales, como anemia, artropatías, dolor crónico y desequilibrios hormonales como el hipotiroidismo. Aunque estos problemas no son la causa directa del síndrome apático, suelen ser consecuencia de la apatía prolongada y la inmovilidad.

El tratamiento precoz de la apatía en estos pacientes es crucial. La reducción de la polifarmacia y la corrección de las deficiencias mencionadas, como la anemia o el dolor, son pasos fundamentales para mejorar su calidad de vida. Asimismo, es esencial realizar un diagnóstico diferencial correcto para poder aplicar un tratamiento farmacológico y no farmacológico adecuado. Uno de los mayores riesgos de este síndrome es que, al ser tan silencioso, muchas veces pasa desapercibido; los pacientes suelen ser percibidos como “tranquilos” o “estables”, cuando en realidad padecen un deterioro funcional significativo.

La respuesta al tratamiento combinado (farmacológico y no farmacológico) ha mostrado resultados prometedores. En especial, la terapia asistida con perros ha demostrado científicamente ser eficaz, ayudando a los pacientes a recuperar ciertas capacidades, como la movilidad, la reactividad, la emocionalidad y la mejora global de su calidad de vida. Finalmente, tanto en niños como en ancianos la excesiva obediencia o pasividad puede ser un signo de disfunción y es importante interpretarlo como una señal de alerta. Identificar estos comportamientos es clave para una intervención temprana y efectiva.