Los últimos tres años han estado marcados por un relanzamiento de los estudios sobre Pedro Henríquez Ureña. La legión de entusiastas, que llamo “pedristas” para simplificarlos, han insistido en la recuperación de un legado de gran significación iberoamericana.
En el 2021 la Universidad de Chile celebraba el Simposio “A cien años de Observaciones sobre el español de América de Pedro Henríquez Ureña” [https://uchile.cl/agenda/177235/simposio-pedro-henriquez-urena]. El curso de postgrado de Historia de la Lengua Española, a cargo de la Dra. Soledad Chávez Fajardo, convocó a un extraordinario evento, en línea, donde pudimos apreciar la actualidad y derivas a aquella obra que abrió caminos en el conocimiento de nuestra lengua.
Mientras tanto se inauguraba en Buenos Aires la Cátedra Pedro Henríquez Ureña, dirigida por Daniel Link, que en el 2022 nos recordó el centenario de “La utopía de América”, con un evento igualmente trascendental. Allí pude compartir una perspectiva muy curiosa en la biografía de Henríquez Ureña: su agenda personal, sus últimos cinco meses de vida, día a día.
El 2023 siguió siendo un año de actividades pedristas. La Cátedra Pedro Henríquez Ureña de la Universidad de Salamanca, bajo la coordinación de Eva Guerrero, convocó a un evento también de amplia significación, en el cual fuimos invitados Andrés L. Mateo, Arturo Victoriano, y quien escribe.
En diciembre de 2023 dos pedristas mexicanos de primera línea, los académicos Rafael Mondragón y Sergio Ugalde Quintana pensaron, diseñaron y programaron un encuentro sobre los cuatro hermanos Henríquez Ureña. La idea era valorar el aporte de Francisco, Pedro, Max y Camila en esos escenarios tan diversos y amplios que abarcaron.
Desarrollado en el marco de la Cátedra Pedro Henríquez Ureña, integrando a la Embajada de la República Dominicana en México, la Universidad Nacional Autónoma y al Colegio de México, se celebró “Los Henríquez Ureña y la Constelación Americana” [https://agenda.colmex.mx/Actividad/3769/los-henriquez-urena-y-la-constelacion-americana/20240320].
Sobre el evento, ya he tenido tiempo de informar [https://acento.com.do/opinion/lo-mucho-que-queda-de-los-henriquez-urena-9316055.html].
Cuando me llegó la invitación del Colegio de México (ColMex), con todo incluido, por esos dos días de evento más tres, me propuse aprovechar esa estancia, pedirles que el pasaje me lo pusieran para veinte días posteriores, a lo cual accedieron, sin el más mínimo “pero” burocrático. Mis deseos eran poder sumergirme en el archivo pedrista que el ColMex atesora. Me propuse trabajar en la Capilla Alfonsina, donde siempre he contado con el gran apoyo de su director, Javier Garciadiego. Pensé en ir a Veracruz, para seguir las huellas de aquella primera visión de aquel dominicano en México.
Como las precariedades me acompañan como una sombra, tratando de vivir de mis fiestas del libro, mis cursos, alguna que otra consejería, aparte de correcciones de textos y hasta de alquilarme como payaso, comenzó la obligatoria búsqueda de apoyo para mi empresa.
Primero seguí viejas rutas, donde los “noes” se han coleccionado como sillas después de una boda; instituciones públicas y privadas que no menciono porque no vale la pena. Porque en nuestro país me toca con demasiada frecuencia guayar la yuca y a mí tan poca gracioso que me resulta ese sonido. Porque la alegría de esos descubrimientos en los ámbitos pedristas compensa la sensación de camisa de fuerza que te impone la cultura insular.
Pero gracias a la generosidad de amigas y de amigos que no puedo aquí mencionar, porque sé que a ellos les daría vergüenza, pude aprovechar esos veinte días extras. Conocí Pablo González Casanova Henríquez, nieto de don Pedro, quien me abrió su casa en Cuernavaca, donde descubrí la otra mitad de aquella mítica biblioteca del abuelo. Me interné en el Colegio de México durante dos semanas, donde pude escanear una muy buena parte de aquel archivo que su hija, Sonia Henríquez, donó con mucho atino. En Veracruz, pude registrar esa atmósfera y esas razones para aquella estancia de sólo tres meses, en 1905, del dominicano. En la Capilla Alfonsina obtuve copia del epistolario con Alfonso Reyes, y un material que desde hacía tiempo se me ha convertido en casi una obsesión: las postales que Henríquez Ureña le enviaba a su hermano mexicano. De manera que sí, que espero completar para el año nuevo un libro de arte que se titulará “Postales de Pedro Henríquez Ureña a sus amigos”, o algo parecido.
De manera que todavía hay muchísimo que hacer en los ámbitos pedristas.
Hay cientos de páginas por transcribir: cartas, bocetos, notas. Luego, tengo que ver cómo avanzo en el proyecto que me propuse cuando se completó la edición de aquellas obras completas, en el 2014: el escribir su biografía. ¡También hay que reeditar aquellas obras, tomando en cuenta la gran cantidad de notas que hemos encontrado en esos diez años!
Quisiera comenzar con la parte del epistolario familiar. Dos grandes proyectos han tratado el tema de las cartas de los Henríquez-Carvajal-Ureña: Arístides Incháustegui y Blanca Delgada Malagón el “Familia Henríquez Ureña epistolario” (1994), y el de Bernardo Vega, “Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña” (2015). Ambos, lamentablemente, no pudieron asumir la masa de lo contenido ni en el Colegio de México ni en Cuba.
Este epistolario familiar ayudaría a despejar muchísimas dudas en torno a esta vida familiar que al mismo tiempo se convirtió en nacional. Estamos ante siete figuras de primer orden: Salomé Ureña, los dos hermanos Henríquez y Carvajal, y los cuatro hijos, aparte de los otros hijos (cubanos) que tuvieron Francisco y Natividad Lauranzón. Tenemos una familia de dimensiones caribeñas, porque ellos supieron integrar a Cuba y Puerto Rico de manera orgánica en sus vidas.
¡La empresa es amplia!
Para muestra, un botón. Les anexo aquí una carta a Pedro, en 1935, que le envían su tía Ramona (Mon) y su padre Francisco. En la de Mon podemos leer:
“¿Por qué le dejas crecer el pelo a Natacha? Me recuerda una loca que yo conocí cuando llegué a Cuba. Sonia está mejor con el suyo corto.
Dile a Sonia que si aún conserva la tarjeta que le regalé el día de su cumpleaños, que su Papancho me dijo que él también les compró en París a las dos. Él las quiere mucho, dice que Sonia se parece a su abuela Salomé".
¡Y pensar, luego, que Francisco Henríquez y Carvajal, con un pie en la tumba, tiene que confesar que aprovecha la carta de su cuñada porque tiene que ahorrar dinero! Como verán, la caligrafía de ambos es un tanto complicada, lo que requiere tiempo, pericia. En una palabra: ¡se requieren recursos para la puesta en escena de este archivo!
Por ahora sólo quería compartir estas informaciones, ideas, para recordar que Pedro Henríquez Ureña y su legado siguen vivos, por descubrir, por pensar, en ese reescribir nuestro pasado y disponer de un aliado en cuanto al pensamiento sobre la dignidad y la importancia de la justicia social.
Gracias nuevamente a los lectores de Pedro, porque ellos forman parte de una comunidad muy especial. Y gracias muy particularmente a quienes nos han apoyado en las publicaciones del libro de Zuleta Álvarez y luego, en el de “Marginalia de literatura universal”.
¡Gracias!