En el pintoresco panorama político actual, la abstención electoral suele ser vista como un síntoma de apatía y desinterés ciudadano, una señal inequívoca del declive democrático. Sin embargo, hoy me atrevo a desafiar esta narrativa simplista y proponer una perspectiva alternativa: la abstención, lejos de ser un mal endémico, puede ser un indicio de una democracia madura, próspera y segura.
Tomemos como ejemplo el caso de Suiza, una nación reconocida por su civismo ejemplar y su alto nivel de bienestar. A pesar de contar con un sistema de voto accesible y flexible, como el voto postal, presencial, por delegación y electrónico, Suiza ostenta una de las tasas de abstención más elevadas de Europa occidental. ¿Cómo es posible que una sociedad tan comprometida con el bien común presente una participación electoral relativamente baja? La respuesta reside en la paradoja helvética: la confianza.
En una democracia sólida como la suiza, los ciudadanos albergan una profunda confianza en la estabilidad y el buen funcionamiento del sistema político. Perciben que sus instituciones son sólidas, sus representantes competentes y sus procesos electorales transparentes. Esta seguridad en el sistema reduce la urgencia de votar en cada elección, pues prevalece la percepción de estabilidad y confianza en las instituciones.
En la República Dominicana, observamos un proceso similar. En los últimos años, la institucionalidad y la transparencia han experimentado un avance notable, generando un clima de mayor confianza entre la ciudadanía. A pesar de las voces que claman por la crisis, la realidad es que el país no se encuentra al borde del abismo, sino en una senda de estabilidad y progreso. Esta percepción positiva del sistema político podría explicar, en parte, la disminución de la participación electoral.
La teoría de Maslow nos ofrece una valiosa perspectiva para comprender este fenómeno. Según Maslow, los individuos priorizan la satisfacción de sus necesidades básicas antes de aspirar a niveles superiores de autorrealización. En un país con estabilidad política y económica, la urgencia de votar por un cambio radical se atenúa, pues las necesidades primarias de la población están cubiertas y el futuro se vislumbra promisorio.
Para ilustrarlo de forma más coloquial, a lo dominicano imaginemos una final de béisbol entre los Tigres del Licey y las Águilas Cibaeñas, un clásico que enciende las pasiones de los fanáticos y llena los estadios. En contraste, un partido entre equipos de menor tradición o rivalidad deportiva no generaría el mismo revuelo. Entonces de no ser por los afiches, ni siquiera parecía que estábamos en campaña. en un contexto político estable y predecible, la motivación para votar disminuye, pues la sensación de drama o urgencia no convoca.
Es importante reconocer que la abstención electoral no es un fenómeno codiciado, pero existen diversas estrategias para fomentar la participación ciudadana, como evaluar el voto por correo, el voto previo en locales oficiales, educando a la población sobre la importancia del voto y promover la transparencia en los procesos electorales.
No hay razón para que nuestro pueblo confíe en usar plataformas digitales en bancos, Amazon y usando PayPal, y no confíe en el voto digital, ni en las entidades responsables locales.
Es fundamental evitar caer en el catastrofismo. La abstención no debe ser automáticamente interpretada como un signo de apatía o desinterés. Esta puede ser un indicio de una democracia madura, próspera y segura, donde los ciudadanos confían en el sistema y se sienten satisfechos con su rumbo.
En ese sentido analizando los votos de los dominicanos en el exterior, de 863,784 posibles votantes, solo 96,027 votaron, lo que nos deja con un 81% de abstención. Parece que el comportamiento de nuestros ciudadanos varía en base al escalado de los renglones de crecimiento. Porque, seamos honestos, la diáspora tiene otras necesidades y responsabilidades enviando remesas y, como tal, diferente percepción y comportamiento.
En resumen, la abstención electoral, lejos de ser un mal apocalíptico, puede ser un signo de una nación que se siente cómoda, segura y confiada. ¿Y quién puede culparnos por eso? Después de todo, la estabilidad y el bienestar siempre han sido nuestro sueño, y los dominicanos sabemos cómo vivirlo, ya sea en Punta Cana, Madrid, o dándole “pa’ los rincones”.
Y para cerrar, desde mi humilde perspectiva, me gusta más el traje de la Suiza del Caribe que el de Nueva York chiquito.