Introducción
Por largo tiempo y por muchos esperada, confiamos en que más temprano que tarde aparecerá la biografía del general Juan Rodríguez (Juancito) (1885-1960). Nos consta que desde hace mucho tiempo sus dignos descendientes acarician este noble propósito y además de las íntimas y valiosas vivencias y testimonios orales que atesoran, han hecho acopio de invaluables documentos y realizado pacientes investigaciones de cara a tan necesario como exigente cometido histórico.
De hecho, ya en el 2021 tuvimos un significativo avance en esta vertiente gracias al invaluable esfuerzo de Jean Marion Landais para legarnos un apreciable texto, publicado bajo el auspicio editorial del Departamento de Cultura del Banco Central, contentivo de las memorias de la fenecida Dra. Mercedes Rodríguez (Doña Pucha), hija de Juancito y esposa del también combatiente antitrujillista Horacio Julio Ornes. Nos referimos al libro titulado “Testimonio de acoso y resistencia durante la tiranía”.
Pero escribir una biografía seria no es tarea fácil. Y en el caso de Don Juancito mucho menos, pues aunque su exilio y combate frontal contra Trujillo tuvo su parte aguas un 30 de enero de 1946, cuando furtivamente se ausentó del país para insuflar coraje y recursos a tres expediciones, 61 años de su vida habían transcurrido en nuestra tierra y es mucho lo que aún debe conocerse, de igual manera, sobre el ejemplo admirable de un verdadero gladiador contra la adversidad, cuya existencia transcurrió en uno de los períodos más turbulentos y borrascosos de nuestra historia, entre finales de nuestro siglo XIX y primeras décadas del XX, y que a base de talento y esfuerzo sin par levantó el que, a no dudarlo, fue en su época el mayor emporio agrícola y ganadero del país, cuyas primeras andanzas comenzaron en su tierra natal de Moca y terminó emplazándose en las llanuras de Barranca, en La Vega.
Don Ángel Miolán, que tan cercano fue en el exilio a Don Juancito, escribió de él lo siguiente:
“Sabía desenvolverse con gran dignidad y valentía, adornando su figura física y sus modales, con esa sabiduría natural y compostura, propias del legítimo campesino cibaeño…Hablar con el general era un encanto. Siendo, como era, un hombre de campo- que no había transitado las aulas universitarias- había en su lenguaje tanta sabiduría natural, y hasta filosofía, diría yo- que cualquiera quería dialogar con él horas enteras, para poder estar aprendiendo cosas…”.
Como reconocería el mismo Miolán, tal fue la ola de entusiasmo y esperanza que suscitó la llegada a Cuba del genera Rodríguez que “puso en movimiento las estancadas aguas del exilio “ desde el Hotel San Luis, de la calle Belascoain, en la Habana, propiedad del generoso español Cruz Alonso, a una cuadra del parque Maceo y desde allí comenzó a aglutinar voluntades para la lucha hasta tal punto que los exiliados exclamaron con delirante entusiasmo refiriéndose a su providencial llegada desde Puerto Rico: “ es la mano del destino”.
Las presentes notas no comportan el propósito de convertirse en un erudito artículo sobre el general Juancito Rodríguez. Pretenden, únicamente, consignar dos documentos que nos parecen relevantes para el estudio de la última etapa de su vida, esa que transcurrió entre la muerte de su hijo, el Dr. José Horacio Julio Ornes, mártir de la expedición del 14 de junio de 1959 y el traslado definitivo del ya septuagenario luchador hasta Barquisimeto, Venezuela, donde finalizaron trágicamente sus días en noviembre de 1960.
Imposible dejar de imaginar el terrible impacto emocional que pudieron causar en Juancito, hiriéndole en lo más íntimo de su sensibilidad paterna y patriótica, el terrible final de su hijo amado, que era también su confidente y compañero de lucha. Sólo quienes estuvieron más cerca de él en aquellas aciagas circunstancias pueden dar constancia cierta de cuál era su verdadero estado anímico y cómo encajó en su existencia, ya agobiada de sinsabores y pesares, aquel hachazo duro e inesperado.
Pero de lo que no cabe la menor duda es que la férrea dictadura, siempre implacable con Juancito, fue en gran parte responsable de vender la idea de que tras el fracaso de la expedición del 14 de Junio de 1959 y la muerte en ella de José Horacio, el viejo gladiador era ya un hombre liquidado; un luchador vencido.
Esa fementida táctica la utilizó el aparato propagandístico del régimen hasta la saciedad, pues nunca dejó de hostigar a aquel duro enemigo de Trujillo llamándole, entre otros epítetos denigrantes, el “Atila de Barranca”, acusándole de que ya “no era el Rabí de Galilea, con grueso cordón blanco a la cintura, que repartía limosna en el Santo Cerro”.
Pero lo cierto es que Juancito se enfrentó a la muerte muchas veces y si algo le sobró siempre fue tenacidad y coraje para lidiar con las adversidades y vencerlas y bien sabía él que quien asume una empresa libertaria como la suya y enfrenta un enemigo tan implacable y poderoso como Trujillo tenía como horizonte cierto vencer o morir pero de lo que podía estar seguro el tirano era que mientras a Juancito le restara un hálito de vida lo iba a combatir. Creo que ambos documentos dan constancia de ello.
Juzgue, pues, el lector consciente si en ambos documentos trasluce la imagen de un combatiente vencido, o por el contrario, la de un luchador decidido a continuar sin tregua enfrentando la tiranía, sin importar consecuencias.
El primero de los referidos documentos está redactado y firmando en La Habana, el 9 de diciembre de 1959, seis meses después de la muerte de José Horacio y fue dado a conocer por el veterano periodista y luchador antitrujillista Bienvenido Hazim Egel en 1979. El mismo reza en los siguientes términos, a saber:
De Juan Rodríguez a Bienvenido Hazim
El infrascrito, General Juan Rodríguez García, residente en la ciudad de La Habana, República de Cuba, de nacionalidad dominicana, organizador y Director del Movimiento de Liberación Dominicana enfrentado a la sangrienta tiranía de Trujillo, por medio del presente documento formula la siguiente
Convocatoria
A todos cuantos estas vieren abrazados a la Causa Dominicana, colaboradores fervorosos de la libertad, amigos de nuestros empeños redentores, afiliados o no afiliados a nuestra organización, pero consagrados por igual a la recia tarea de liquidar, de cualquier modo, por la razón o por la fuerza, la oprobiosa dictadura de Santo Domingo, a todos cuantos las presentes líneas leyeren, repetimos, quedan permanentemente convocados para que un día no señalado, y en un lugar no señalado todavía, nos juntemos todos para la acción conjunta, sin diferencias de partidos, sin prejuicios divisionistas y sin ambiciones personales, la cual acción habrá de fulminar el régimen dictatorial de Santo Domingo con la ayuda de todos los dominicanos amantes de la libertad, y con la colaboración de todos lo que, de un modo o de otro, siempre están listos a libertar y a redimir los pueblos oprimidos.
Al formular la precedente convocatoria, sin tiempo y sin lugar preestablecidos todavía, el infrascrito ha comisionado al compañero Bienvenido Hazim Egel para que se dedique a realizar los contactos procedentes, a levantar los espíritus que estén ansiosos de una voz de aliento, y a prometer, bajo la inquebrantable fe que anima y siempre ha animado al infrascrito, que nuestro compromiso contraído con el pueblo dominicano aún está pendiente, y que sólo la muerte podrá evitar que le demos completo cumplimiento.
Rogamos, pues, a nuestros queridos compañeros de lucha ver en el compañero Hazim a un fiel emisario del infrascrito, y a un honrado y ferviente servidor de nuestra causa.
Saluda el infrascrito, por medio de las presentes líneas, a todos los dominicanos amantes de la libertad de su Patria, y a todos los compañeros de otras Patrias enemigos de la tiranía.
General Juan Rodríguez García
La Habana, Diciembre 9 de 1959.
El segundo documento consiste en una interesante misiva que le enviara Juancito desde La Habana, Cuba, el 27 de abril de 1960 a su amigo el Dr. Miguel A. Gómez Rodríguez, residente entonces en Caracas, Venezuela, donde días antes había estado Juancito explorando las condiciones para radicarse allí y continuar la lucha.
Preciso es consignar que ya en dicho mes de abril de 1960, el Comité Central Ejecutivo del Movimiento de Liberación Dominicana había nombrado a Juancito Comandante en Jefe de Las Fuerzas Revolucionarias Dominicanas. Adviértase en esta misiva su inapagable tenacidad revolucionaria y su digna postura de no solicitar dádivas y más bien procurar la obtención de un empréstito garantizado por los mismos dirigentes revolucionarios como forma de financiar la continuidad de la lucha.
El texto es el siguiente:
Mi querido doctor:
He lamentado profundamente el haberme ausentado de allí sin despedirme de usted y sin haberle expresado personalmente mis sentimientos de gratitud por las muchas atenciones de que me hizo objeto durante mi permanencia en esa ciudad; pero el hecho de no tener a mano el No. de su teléfono y la precipitación con que organicé mi regreso, me impidieron cumplir con ese elemental principio de cortesía, al cual quiero dar satisfacción mediante la presente carta.
Las inmejorables impresiones con que he venido de allí justifican mi confianza en que todos nuestros proyectos podrán ser desarrollados dentro dentro de la brevedad que acordamos en nuestras reuniones.
Pero he querido, sin embargo, escribirle sobre el particular, para instarlo a que intervenga Usted con su característico dinamismo a que las cosas cambien rápidamente, porque, como ya les expresé, en caso de excesiva demora, yo me consideraré desligado de los acuerdos a que hemos llegado.
Deben ustedes gestionar enseguida que sea posible todos los asuntos cerca del Gobierno, y cuando eso esté listo para un acuerdo final, entonces pueden avisarme para mi traslado a esa Ciudad.
Como Ud. sabe yo he puesto mis reparos a cualquier arreglo que implique una dádiva para la causa, pero no me opongo a cualquier arreglo que conduzca a la adquisición de los medios y recursos que nos importan.
Ahora bien, en caso de que eso fracase o tendiera a demorarse indefinidamente, quiero reiterarle mi proposición con respecto a lo del empréstito, ya que es una solución decorosa también, mientras las buenas disposiciones de quienes se han comprometido a suscribirlo y garantizarlo.
En consecuencia, quedo pendiente de sus prontas y buenas noticias y, mientras tanto, por aquí continuaremos en nuestras gestiones a fines de ahorrar tiempo y estar listos para cualquier favorable eventualidad.
Suplico a ud. se sirva saludar en nombre de Rosina y en ni nombre a su Sra. esposa y aceptar las mejores expresiones de mi cordial estimación y cariño.
Le abraza con afectos, su amigo,
Gral. Juan Rodríguez García