El Dr. José Rafael Abinader, a la luz de la pura racionalidad y sus profundos valores morales, estuvo más que convencido de que la política mantiene estrechos vínculos con la ética y la moral. Por eso y no sin motivo, muchos la consideran el bien supremo por encima no sólo de las artes, sino de las ciencias. Fundamentado en su elevado concepto de la política, Aristóteles escribió:
“En todas las ciencias y las artes el bien es un bien; el mayor y en el más alto grado será el de la suprema entre todas ellas y éstas es la disciplina política. El bien político es la justicia, es decir, lo convincente para la comunidad. Es del parecer de todos que la justica es una cierta igualdad, y, hasta cierto punto al menos, coincide con los tratados filológicos en los que están precisada cuestiones sobre ética, pues dicen que la justicia es algo con referencia a personas y que debe haber igualdad para los iguales. Pero no hay que dejar en el olvido en qué cosas hay igualdad y en cuáles desigualdad, pues esta cuestión presente una dificultad y se reclama una filosofía política”.
Según lo referido, la política encarna el bien supremo que, al menos, no habría de ser otro que la pura justicia, la cual, de alguna manera, serviría de mediadora entre iguales y distintos.
En la reconocida obra Crítica de la razón práctica, el filósofo Inmanuel Kant sostiene, con deslumbrante claridad que:
“La moralidad reside únicamente en una voluntad independiente de toda la materia de la ley (es decir, de todo objeto deseado), y exclusivamente determinado por la forma universalmente legislativa que deben ser capaces de revertir sus máximas. Pero esta independencia es la libertad en el sentido negativo; y esta legislación propia de la razón pura, y práctica a este título, es la libertad en el sentido positivo. Así, pues, la ley no expresa otra cosa que la autonomía de la razón práctica, es decir, de la libertad, y esta autonomía misma es la condición formal de todas las máximas, la única que las permite acordarse con la ley práctica suprema”.
Cabría decir, sin la menor extrañeza argumentativa, que el Dr. José Rafael Abinader supo mantener, con firmeza inquebrantable, la independencia de criterio en correspondencia con la moralidad, la libertad y la voluntad autónoma, lo cual, ciertamente, habría de traducirse, sin más, en admirable ejemplaridad de profunda significación ética.
Diríase, sin equivocidad alguna, que Bertrand Russell (Premio Nobel de Literatura,1974) habría de resaltar, no sin empeño, la importancia capital de los ideales políticos y el comportamiento de quienes lo promueven y son, de más en más, devotos de la vida individualmente buena. De ahí que dijera, con sobrada razón:
“Los ideales políticos deben estar basados en ideales de la vida individual. El objetivo de la política debería ser el hacer la vida de los individuos tan bueno como fuese posible. El político no ha de considerar nada, a parte o por encima de los hombres, las mujeres, los niños que componen el mundo. El problema de la política es ajustar las relaciones de los seres humanos de tal modo que cada uno de por sí pueda disfrutar en su existencia de tanto bien como sea posible. Y este problema requiere en primer término qué es lo que creemos bueno en la vida individual”.
La política, como tal, no es ajena a la alteridad social. Esa y no otra habría de ser la razón por la cual la buscaría la armonía y el bien común entre ciudadanos pertenecientes a una determinada sociedad. Ahora bien, en caso de que, por distintas motivaciones, la política no pudiese ordenar las relaciones humanas (aunque fuese gradualmente) carecería de sentido y, por consiguiente, se mantendría alejada, poco más de lo debido, de todo aquello que se ha dado en llamar, sin exageración alguna, la moral del bien. En una actitud totalmente diferenciada de ello, el Dr. Abinader no usó, si quiera por un instante, la política para obtener prebendas lujuriosas, sino el bien, la justicia y la integridad moral del ser humano.