"Planta tu propio jardín y decora tu alma, en lugar de esperar a que alguien te traiga flores"
Jorge Luis Borges
Tengo tres pasiones: oír música, leer y jardinear. Los sábados tengo por costumbre practicar esta última y cuando no lo hago voy al campo a un terreno que tenemos algo alejado de la ciudad. Mi hijo mayor Sacha, que vive en New York, se preocupó mucho cuando supo que nos habíamos mudado a un apartamento y le preguntó a su madre si yo soportaría vivir sin hacerlo, pero hoy el balcón del lugar donde vivimos parece un jardín colgante. Allí cultivó flores y árboles frutales para plantarlos luego en el campo.
Siempre recordaré una experiencia con una mata de cerezas, que planté en el patio de nuestra casa, cuando vivíamos en Villa Juana. En la mañana de uno de mis cumpleaños le pregunté a Dios qué me iba a regalar él en ese día, de manera instintiva miré aquella mata y la vi llena de sus primeras flores. La gente dice que quienes cultivamos y sembramos árboles hablamos con estos y es cierto, pero todos los que laboramos en determinados oficios lo hacemos. Si intento hundir un clavo en una superficie resbaladiza éste saltará de mi mano, pero cuando en un momento lo apreso y le digo con fuerte convicción: brinca ahora, terminará justo en el lugar donde yo quiero colocarlo. Cuando haces esto pones tu cerebro y tu voluntad a trabajar juntos y es que, aquello a lo que se le habla, acabará por formar parte de ti; de igual manera hasta que no mires con detenimiento y resolución el hoyo de la aguja no la ensartarás.
Jardinear es una labor terapéutica que proporciona muchas satisfacciones y que requiere al mismo tiempo paciencia, voluntad y cierta dosis de tranquilidad para llevarla adelante. Tuve una paciente, que sufría depresiones y que siempre requería de mí trabajo cuando más metido estaba yo en la siembra o la remoción de tierra. Cuando más sudado, sucio y cansado me encontraba, ella me llamaba sin fallar cada sábado, hasta que un día sumamente molesto le pedí que no lo hiciera de nuevo. Me gritó y tal vez con razón, que yo era un psicólogo malvado, pero finalmente aprendió a respetar mis tiempos, sanó de su dolencia y nunca más volvió contactarme fuera de horario.
Tengo acumuladas, de todos estos años dedicado a las plantas, muchas anécdotas que recuerdo con enorme agrado. En una ocasión, lo guardo aún en mi memoria, planté en Arroyo Hondo, en la casa de mamá, una mata de mango "gota de oro" y ésta creció tanto y tan rápido que un día mi padre amenazó con cortarla si no daba frutos. Me asusté tanto ante la advertencia que me acerqué a ella y le dije susurrando: “si no floreces te cortarán”. En la primera cosecha produjo tantos mangos que sus ramas llegaron a tocar el suelo bajo su peso.
El mundo de la naturaleza, los árboles y todo cuanto nos rodea es sumamente interesante y misterioso. Se han descubierto complicadas relaciones subterráneas que estos mantienen entre sí. Sabemos que existe una intensa comunicación en el subsuelo, a través de la cual comparten nutrientes por mediación de unos hongos que propician el reparto y el traspaso de humedad de unas raíces a otras, sin olvidar, por otro lado, la destacable interacción que se establece entre insectos polinizadores y plantas. Éstos, seducidos por su llamada solo percibida por ellos, acuden para llevar a cabo su extraordinaria labor de fertilización.
La jardinería es un oficio y un arte incierto. Plantarás semillas que no nacerán durante mucho tiempo, mientras otras te sorprenderán por su rápida germinación, crecimiento y el escaso cuidado que demandan. No has de sentir miedo ni asco ante las muy bellas, rosadas y escurridizas lombrices de tierra, ellas trabajan para ti y debes cuidarlas. Una de mis hermanas les tiene terror y aunque sería una gran jardinera, ese temor irracional la incapacita para este quehacer maravilloso. Otra de mis hermanas, porque tengo cinco, es una excelente jardinera. Tiene un interesante negocio de cultivo y venta de plantas aromáticas. A veces la visito y cuando me ofrece algunas de éstas siempre escojo las que están marchitas y en riesgo de morir. Ella sabe bien, mientras sonríe complacida, que esas plantas no morirán y que un día ella las verá rozagantes y vivas. Muchas de las orquídeas que llegan a una oficina en un cumpleaños o son regaladas para agradar, terminan tristes y marchitas muriendo en un escritorio olvidadas, solitarias y sin ningún afecto. Me ha tocado tener un Orquideario muy diverso, rescatando a muchas de ellas de una muerte segura.