La batalla electoral, en América Latina y el Caribe, se ha convertido en una rivalidad entre dos grandes polos: izquierda y de derecha. Las políticas neoliberales y la corrupción administrativa de los gobiernos conservadores y mañosos, provocaron que la población y sus sectores sociales, ambientalistas, feministas, laborales, etc., hayan tomado las calles ante los abusos gubernamentales; llegando, su ira, con fuerza a los procesos electorales.
Las experiencias de las luchas sociales, populares y minorías étnicas de Colombia, Perú, Chile, Ecuador y Honduras, son aleccionadores, si se toma en consideración, para aprender de ellas, las características e idiosincrasias de cada país. Es indudable que la visión regional ha experimentado un giro a la izquierda, colocando en apuros las influencias que ejerce el poder norteamericano.
No quiere decir, ni dejar entrever, que aquí ocurre lo mismo, ni nada parecido. El panorama dominicano es distinto, tiene otras connotaciones ligadas directamente a las actuaciones de los revolucionarios y al control ideológico y político que ejerce, en la sociedad, la clase y grupo de poder, bajo la hegemonía de los Estados Unidos de Norteamérica.
Desde la década del 60’, del siglo pasado, la izquierda ha rehusado a participar consecutivamente en los procesos electorales. Organizando y encabezando importantes jornadas de luchas políticas y reivindicativas, pero los resultados en materia de simpatías plebiscitarias, lo capitalizan otros, generalmente la derecha: el PRD, PRSC, PLD y ahora el PRM. No se ha tenido la preocupación por estudiar y entender el valor de las elecciones capitalistas que se celebran periódicamente.
El desconocer los procesos electorales es el resultado de tener una posición equivocada de un sistema capitalista atípico que impacta en la sociedad con sus deficiencias, atraso y agresividad. Pero hay más, trae consigo su estructura de gobierno, denominado “Democracia representativa” o la imposición de régimen de fuerza. Generalmente, la izquierda ha enfrentado a las dictaduras, ignorando la democracia.
La izquierda, sin ningún impacto positivo, han hecho varios intentos tímidos en incursionar en los procesos electorales: con resultados desastrosos y apoyando a los partidos de la derecha. En ambos casos no han logrado articular un instrumento unitario, amplio, que junte a los que estén de acuerdo con participar en las elecciones.
Nada permanece estático, evoluciona de manera constante y permanente, eso ocurre con las ideas políticas que se nutre de una realidad en movimiento, desnudando al más bonito. Ahora, la izquierda han comprendido en su justo valor la participación en los procesos electorales como forma de ir avanzando hacia el poder. ¡Qué bueno!
A la izquierda le falta mucho camino por recorrer en relación con su participación en los procesos electorales. Deben de desligarse, si quiere calar en corazón de la población, de cualquier vínculo con los partidos de la derecha, políticos corruptos y actividades inmorales y ausencia de ética. Marcar la diferencia en un ambiente podrido que navega en forma desenfrenada por administrar los asuntos estatales.
Se envía un mensaje equivocado a la población, cuando se camina de brazos con la derecha y corruptos; incrementando la incredibilidad en el movimiento revolucionario, que aleja cualquier entendimiento duradero.
Se presenta, otra vez, la oportunidad en el movimiento revolucionario de articular un instrumento político, amplio, progresista y democrático, que permita llegar a un Acuerdo Nacional con soluciones a los graves problemas nacionales, que no ha permitido salir de las precarias condiciones de vida y de trabajo de la población. Y detener a una sociedad que va a la deriva, en forma acelerada.
Sí, la izquierda puede empujar el carro de la democracia… ¡No la desperdiciemos de nuevo!