La señora cubana que conocí en la fila de la vacunación tenía claro lo que hacía. Profesora de un colegio capitalino, fue temprano a vacunarse con sus amigas. El acento se lo noté de inmediato cuando fue a saludar a algunas que habían sido vacunadas antes que ella. Ya en la fila la perdí de vista, pero es de entender que fueran vacunadas rápido.
Encontré a un señor, esta vez luego de vacunarme: se trataba de un gerente de un banco que le escribía a su esposa por el celular el siguiente mensaje: “almorzaré en la oficina”. Nos habían colocado en una fila, ya sentados, para ver que no nos pasara nada, para ver si habíamos asimilado la vacuna. Se me parecía a un gerente de una institución oficial o privada que había sacado un tiempo para vacunarse, vamos: la antítesis de Djokovic.
Este gerente tenía claro que saldría de allí con una herramienta para todos los días por venir. Saldría vacunado como todos los presentes. Acercándoseme, una chica me preguntó que si la conocía. Me dijo que me conocía en persona, que ella también estaba en la fiesta. Me sorprendió porque no la recordaba de ninguna fiesta. Insistía: me decía que si no la recordaba de una fiesta, aquella a la que ella también fue. No me dio por ningún lado. Le dije que gracias, que lo sentía, pero no la recordaba.
Tuve que hacer memoria de su rostro, algo así como con una computadora de reconocimiento facial de las que salen en las películas de espías. Tuve que hacer memorias de todos los sitios públicos y privados a los que había ido en los últimos diez meses. En verdad, no la recordaba y sí me atreví en ese momento a preguntarle algo que me pudiera dar por fin la pista. Con solo mencionar algún nombre, ella diría que sí, que esa misma fiesta. Sin embargo, estaba yo plenamente vacunado y con esto de los efectos inmediatos de la vacuna no tuve tiempo de recordar fiesta alguna. A fin de cuentas, le mencioné un nombre y me dijo que ella la conocía. Era el nombre de una muchacha que los dos conocíamos, al parecer. Pero nada de esto funcionó. Al cabo de un rato, me retiré: me entregaron el documento que me certificaba como vacunado.
Con clara conciencia del escenario, otra persona daba instrucciones con un micrófono para los vacunados que podríamos, como en una especie de lotería, sentir en la casa algunos efectos secundarios. Nos lo decían todo clarito. Como en un manual, decían que debíamos hacer tal cosa si teníamos fiebre, que era normal que la vacuna provocara eso, que no teníamos que escandalizarnos. Todos dimos muestras de buena educación. Nos sentamos y ninguno de los presentes se desmayó o dijo que se sentía mal.
En esa misma mañana, la otra persona que conocí en ese sitio –nada de decirle hola, nada de saludarlo–, fue un chino que también hablaba por teléfono: esta vez, lo hacía –asumo–, con algún dependiente de algún restaurante en donde era el jefe. Pensamos en los chinos como dueños de restaurantes en algún sector capitalino, pero es justo reconocer que estos hacen muchos trabajos. He ido a casi todos los restaurantes chinos de la ciudad –contabilizo 9–, incluso aquellos que pareciera que están escondidos a la vista del público. En el Chinatown criollo puedes encontrar algunos de estos restaurantes y vivir la sensación de exotismo que provoca la cultura china.
Estas tres personas mencionadas arriba me dejaron una lección: hay que comunicarse con alguien mientras estás en una fila de vacuna. Meses después, en otra fila –en un supermercado criollo–, aprendimos lo que todo el mundo aprendió: es necesario echarte en las manos un poco de alcohol para desinfectarte. Me devolvieron a mi casa porque no encontré el documento que me certificaba como vacunado. ¿Qué le vamos a hacer?
En todos estos meses, está claro que la gente piensa en números. Es necesario tener los números a mano de lo que ocurre en New York o en Londres, por ejemplo. Una ligera investigación en la web nos da estos números, pero tengo la sensación de que la gente, cansada de lo mismo, ha abandonado esta búsqueda. La teníamos con la Universidad de John Hopkins, institución que lleva la cuenta de los contagiados. Ahora uno piensa en esa gente que se vacunó con uno: ¿habrán contraído el virus o como uno habrán resultado incólumes?
Como registran algunos historiadores, la humanidad ha tenido muchas plagas. No hace falta solo esto, sino que tenemos ahora algunos predictores que nos dicen que esto y que tal cosa, nos ocurrirá en los próximos meses. Uno se pregunta: ¿una nueva variante? Otros dirán: otra peste, como dice la Biblia. La leen a rajatabla y nos comunican que “esto se veía venir”.
Según esta interpretación, estamos viviendo los últimos tiempos. El final del mundo, que ya pronosticaron algunos en los siglos pasados, llegaría junto con estas plagas. Como he dicho, este final del mundo –recuérdese a Hercóbulus–, había sido pronosticado: recuérdese a Nibiru, cuerpo celeste de la mitología babilónica. Pero llegamos al 2012 y nada ocurrió, salvo que las torres gemelas explotaron mucho tiempo antes, algo que dejó a la gente con un trauma notorio.
El new normal se estableció y la gente aspira a que no se le dé una noticia como la salida en Chipre: el descubrimiento de una nueva variante. Estamos preparados para ella. Al cabo de un tiempo, seremos capaces de contar el momento en que la derrotamos.