Escribo rebasado por un compulsivo frenesí de noticias y concienzudos estudios y análisis relativos a la grave situación por la que atraviesa Haití. En ese contexto, expongo cuatro reflexiones desiguales y de muy diversas envergaduras. Pero lo advierto, parto de un hecho, tan concreto, como singular: antes de sentarme a escribir, leo que el Consejo de Transición (CT) recién gestado en esa tierra acaba de sufrir su primer traspié.
1ª. El hecho
Al inicio del alba del 25 de marzo, justo antes de comenzar a escribir, leo que Dominique Dupuy, -la única mujer entre los nueve miembros propuestos para conformar el CT, delegada permanente de Haití ante la Unesco y propuesta por una coalición que se llama RED/EDE/Compromis Historique a integrarse en el grupo de los consejeros-, renunció por “ataques infundados (sexistas y/o machistas) y amenazas contra su vida” en redes sociales, además que, por ser la única mujer en una membresía ocho hombres, se enfrentaba a obstáculos que “algunos actores han decidido crear”.
A partir de ese instante, la cuestión antropológica devino principio y fundamento de la construcción social en Haití. ¿Por qué? Por una simple cuestión a la raíz de todo: a pesar del momento decisivo que vuelve a vivir la República de Haití, su sociedad, instituciones, élites y notables respetables y con autoridad moral y/o religiosa, al igual que el aglomerado poblacional que todo lo soporta, a todos sin aparente excepción, les resulta tan inalcanzable llegar a un consenso y salvaguardarlo en ese país
En busca de respuesta a esa sola duda cartesiana, una segunda reflexión.
2ª. Dos miradas retrospectivas
En cada una de esas perspectivas predomina aquello de que `todo es según el color con el que -se- mira´. Para los unos, los niveles de incultura e incivilidad alcanzados por los haitianos -en sí mismos- son los responsables de todos los males, desaciertos y entuertos que padecen; por el contrario, para los otros, las potencias extranjeras son las que los esclavizaron y, más luego, menosprecian y coercen, con dolo y sin vergüenza, escrúpulos ni pudor.
2.1 Para los unos, en efecto, la culpa no es de los tiempos, sino de los mismos haitianos. Incapaces de ponerse de acuerdo entre sí, por una y cien mil razones de peso o de menudencias. Las hay históricas, los tiempos de la esclavitud en África y en el Caribe, al igual que los de la colonia. Otras son raciales, intolerancia entre negros y mulatos. No faltan las indispensables consideraciones de formación cívica y de inexistente educación moderna. Y, ni qué decir de las vilezas de las propias élites económicas del país, la corrupción de sus cuadros políticos y gobernantes o, debido a los más contritos, “la pérdida de nuestra dignidad”.
2.2 Para los otros, la culpa es mera consecuencia de la codicia desenfrenada y del poder imperial de las potencias foráneas. A veces, debido a la indiferencia internacional respecto a todo lo que sea de índole haitiana. Otras, por su interés abusivo y opresivo, tanto en términos económicos, como geopolíticos. El peso de las deudas financieras, de la expoliación imperialista, de la usura del gran capital, de la coerción impuesta desde el ámbito de la comunidad internacional -indiferente o tildada de amiga- de Haití, son factores fundamentales que explican un estado de cosas que la arrastran precipitadamente en la inacción, al borde del precipicio.
Sea por sí mismo, por los otros o por ambos, el pueblo haitiano, llano como tal, permanece irredento. Poco importa en el mundo del impertinente pragmatismo inmediatista -tan añejo como el carpe diem– si es por su propio estadío de civilidad, por el maleficio de sus supuestos amigos, o por la codicia de otras treinta monedas de plata bien o mal habidas, pues las élites del país ganan su ascendencia y prestancia tras los más dispares y hasta controvertidos disparates y negocios.
A tanto mal concurre la ineficiencia e inoperancia consuetudinaria del supuesto Estado haitiano. No deja de recibir erróneas calificaciones de fallido, mientras sus evaluadores desconocen que se trata de un estamento coartado, refrenado, por la ayuda que recibe a modo de migajas bíblicas, tanto del tridente imperial que no deja de cohibir su autonomía nominal, como debido a su inanición en tanto que nación institucionalizada, autónoma y soberana.
A la luz de ese interminable estado de cosas, cae por su propio peso mi tercera reflexión.