El bosque de galería o ribereño, también llamado ripario en muchos países por lo alusivo a ripa, litoral o ribera, fundamenta su riqueza como ecosistema natural por su ecología que, como decíamos en entregas anteriores, es la morada de una rica flora regenerada permanentemente por las simientes depositadas por las aves, el arrastre de la lluvia o por el viento; además, es hábitat y refugio de un sin número de especies de la fauna. Históricamente ha sido el último reducto de bosque natural que nos ha quedado en los momentos críticos de la desforestación en el país, fuera de los grandes ecosistemas de pinares y otras especies en las zonas altas y apartadas; por esas razones, donde no existe este tipo de floresta es prioridad para la reforestación, “… los nacimientos y riberas de fuentes de agua”, como lo establece el artículo 22 de la Ley Forestal 57-18.
Todos los que sobrepasamos los 60 años de edad, podemos recordar la época cuando el país vivió la crisis forestal de la segunda mitad de la década del 1960 y las posteriores, de las que se dice que el porcentaje de bosque era alrededor de un 22.9% hasta 1973, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Siete años después del informe de la FAO, la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES), reportó una cobertura boscosa de un 14.3% en 1980; una década después, en 1990, vuelve la FAO a darnos un 19.6% de cobertura boscosa, según el Estudio de tendencias y perspectivas del sector forestal en América Latina. Documento de Trabajo. Informe Nacional República Dominicana, elaborado por el ingeniero Alberto Rodríguez, SEMARENA-FAO, Roma 2004.
En décadas posterior al 1960 hasta entrado el 2000, en las lomas del país se observaban sólo los pastizales y bosques de galerías o de riberas de ríos y arroyos, así como los linderos de las fincas ganaderas; sobre todo, en las regiones norte, noroeste, nordeste y este, y en menos proporción, en localidades de la Región Sur del país; provincias como Azua, San Juan de la Maguana, Pedernales, Independencia y Elías Piña fueron las que menos conservaron dichos bosques.
Los productores agropecuarios, en casi todas las zonas del país, tienden a llevar la labranza de los terrenos hasta el curso del agua, a orillas de ríos y arroyos, buscando los mayores niveles de humedad, ocupando las partes más bajas dentro de la hoya o cuenca de un río. Es como si dijéramos que las montañas van “derritiéndose” y mandan esa humedad a la galería del río.
Todo el vapor de agua, que en forma de gases, neblinas o lluvia es atrapado por los árboles y arbustos, cuyos sistemas radiculares o raíces actúan como una red de tuberías y micro tuberías que se desplazan por las montañas, llega en su estado líquido al bosque de galería antes de tomar el curso del río; esta humedad también se transporta por el aire en forma de vapores, gracias a los fenómenos de la evaporación y la evapotranspiración, formando parte del ciclo hidrológico.
Si elegimos en el sur o este una microcuenca cualquiera, encontramos la presencia escasa de cobertura de bosque ribereño, representando un porcentaje de área muy mínimo con relación al tamaño de la microcuenca.
Arroyo Blanco o Cola de Pato tiene aproximadamente un 29 % de bosque ribereño o de galería con relación a la microcuenca en general, como señalamos en la imagen cartográfica preliminar; mientras que la elegida en la parte sur podría tener de un 5 a 10 %, cuando no deforestada totalmente.
Si las microcuencas tuvieran a todo lo largo los ecosistemas de farallones, tipo desfiladero favorecería a los ecosistemas ribereños, porque el tipo de cañón y farallones hacen que el productor agropecuario no llegue al mismo río con su cultivo, evitando así la reducción del bosque ribereño.
Una preocupación válida
En el país, se ha estudiado poco o casi nada el ecosistema ribereño o ripario, si consideramos que contamos con alrededor de cuatro mil ríos de acuerdo a datos del Ministerios de Medio Ambiente (Atlas de la Biodiversidad de la República Dominicana 2012) ; sin embargo, desde la fundación de la República se han protegido, relativamente, con leyes, a las que nos referiremos en otra entrega. También, en el imaginario de la gente prevalece la idea de que si cortan los árboles de las orillas de los ríos y arroyos estos se secan. Lo que, aparentemente, ha beneficiado a nuestra biodiversidad.
Hemos llamado la atención, desde hace años, sobre estos ecosistemas de manera informal en conversaciones con colegas. En el 2017, trabajando junto al cartógrafo Tomás Montilla, se caracterizaron los ecosistemas del Refugio de Vida Silvestre Furnia o Cañón del Río Gurabo, para una tesis de maestría, lo que también sirvió para la elaboración del Plan de Manejo del Refugio (no aprobado por el Ministerio de Medio Ambiente), donde se incluyó el ecosistema ribereño de farallones o parietal (de las paredes del río), lo que pocas veces o nunca se había hecho en este tipo de trabajo.
¿Por qué hablar tanto de bosque de ribera o galería? ¿Es cierto que los ríos se secan si no tienen árboles en las orillas?
Son dos preguntas claves que vale la pena responder, por lo siguiente:
- Los árboles, arbustos, herbáceas, líquenes, hongos y otros tipo de vegetación; así como la fauna, los suelos, las rocas, piedras y el agua son parte de un todo, de una vida repartida por la naturaleza en genes, especies y ecosistemas, pero teniendo la vida como característica común.
Llama la atención las amenazas que tiene el bosque de galería en toda la nación. La degradación es obvia y en la microcuenca Arroyo Blanco (Cola de Pato), a pesar de su relativa estabilidad, son evidentes las amenazas desde su nacimiento hasta que entrega sus aguas al río La Yautía, como se ha dicho en las entregas anteriores.
- Es obvio que los ríos comienzan a formarse desde las cimas de las montañas, y son las áreas o superficies boscosas de la parte alta las que facilitan la “producción” de agua, más que la orilla o ribera del arroyo. La humedad viene de arriba hacia abajo, sea por lluvia o por el sumidero del vapor de agua que llega al río desde la parte alta de las montañas cubiertas de árboles y arbustos, tal como señalamos anteriormente.
- La cobertura con árboles y arbustos en la parte alta de las montañas, ya sea de manera natural, restaurada o plantada, debe tener como contraparte la protección de la ribera boscosa, para su mayor productividad biológica y para que sirvan de muro de contención contra erosión y derrumbes de laderas.
Es importante reiterar que los árboles de abajo, los ribereños, no deben cortarse ni degradarse, tal como señala el Artículo 38 de la Ley Forestal 57-18 (Capítulo VIII )que nos habla de las zonas de protección forestal; sí queremos mejores servicios ambientales del bosque es preferible aprovechar los árboles que topográficamente están más arriba, pero de manera racional mediante manejo forestal o con sistemas agroecológicos y agroforestales, donde los estudios de planes de manejo del bosque consideren pertinente hacerlo.
Debemos recordar siempre que las riberas son sagradas, no pueden aprovecharse con la extracción de lo que tiene, ni se pueden destruir con cultivos ni infraestructuras viales ni habitacionales.