Las grandes patologías sociales como el racismo, el machismo, la xenofobia, la homofobia o la aporofobia han sido exacerbadas por las redes sociales, las cuales sacan a flote masivamente lo peor de la humanidad debido a su anonimato y la creación de los bots que la tecnología posibilita. Varios factores impulsan ese sunami de odio contra grupos sociales. Uno de ellos es el modelo neoliberal económico que ha empobrecido, luego de hacerlo en los países más pobres, a amplios sectores de los países más desarrollados. Poblaciones blancas en Estados Unidos, Europa o Argentina que han empobrecido y buscan causas de su malestar ajenas a su verdadera raíz. Eso explica en parte el ascenso de la extrema derecha.

Perspectivas chovinistas, formas de tribalismo contemporáneas, que logran convencer a amplios grupos de que la solución a sus problemas sociales y económicos es separarse de las redes globales. Los nazis fueron maestros de esa estupidez. El énfasis en modelos individualistas de existencia que aniquilan todo sentido de responsabilidad social y solidaridad, aupado por la ideología capitalista neoliberal, formas religiosas integristas e ideologías conservadoras. Hay una desazón generalizada por el daño ocasionado por la codicia en gran escala de la economía local y mundial.

Un factor relevante en este escenario es el deterioro de la educación básica y media, sobre todo en la formación en las ciencias naturales y las sociales, el hábito de leer literatura (hasta el papa Francisco ha estimulado esa práctica) y dedicar tiempo al diálogo y la reflexión. El modelo educativo orientado por esquemas como las competencias enfoca toda su energía en producir operarios útiles para la industria, sin ningún esfuerzo por la formación humanística y el pensamiento crítico. Dos ejemplos son las políticas de administraciones estatales estadounidenses purgando libros de las bibliotecas escolares y la publicación de textos chovinistas y de propagación de odio contra grupos sociales que cuestionan el modelo tradicional de la sociedad.

Ese declive de la educación promueve una ignorancia orgánica en todos los aspectos de la sociedad. Lo vimos con el movimiento negador de la COVID y antivacunas, que ha costado tantas vidas y hace resurgir enfermedades que habían sido extinguidas gracias a las inoculaciones de infantes. Los fanatismos religiosos atacan visceralmente el estudio de las ciencias naturales, en el cristianismo bajo el supuesto que la verdad está en los dos primeros capítulos del Génesis, y en las formas integristas islámicas y judías centrando la “educación” en la repetición obsesiva de los textos sagrados.

Una de las expresiones de esa ignorancia es el ataque visceral contra los migrantes que llegan a países con mayor desarrollo que el suyo. Los argumentos esgrimidos carecen de validez económica e histórica. Un caso el de Europa, hay que ser tonto para no saber que fueron los europeos los primeros en moverse hacia África, esclavizar sus poblaciones, explotar sus recursos naturales, y aniquilar sus esfuerzos de autogobierno en el siglo XX mediante dictadores al servicio de sus intereses. Si hoy acuden masivamente los africanos a Europa es porque la misma Europa destruyó sus países y sus economías. Lo mismo pasa con la migración siria, cuyo país fue destruido por Europa y Estados Unidos, igual que ocurrió con Irak, para poder controlar el acceso a yacimientos y oleoductos de energías fósiles.

La especie humana siempre ha emigrado, está en nuestro ADN, buscando siempre mejores espacios para su desarrollo material y social. Surgimos en África hace un cuarto de millón de años y nos movimos hacia el continente Euroasiático y luego pasamos por Bering hacia el continente americano (los verdaderos descubridores de América). El desarrollo económico capitalista se nutrió desde sus inicios en la movilidad de miles y millones de seres humanos para ofrecer su mano de obra en los procesos industriales, primero de las zonas rurales a las urbanas, luego de otros países. Así lo hizo Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania y hasta el caso dominicano con la industria azucarera desde inicios del siglo XX.

La oligofrenia del rechazo a la emigración también exculpa a las clases económicamente dominantes que impulsa la mano de obra barata o ilegal para incrementar sus niveles de plusvalía. Se movilizaron procesos de producción de sus países de origen para llevarlos a Estados subalternos (México con Estados Unidos y la India con Inglaterra) generando altos niveles de desempleo en sus sociedades. Estas prácticas se articulan con recursos ideológicos que colocan la responsabilidad en los emigrantes y en los países que se han convertido en receptores de maquiladoras. Eso justifica que la educación sea vaciada de serios análisis sociales, históricos y de la evolución de la especie humana. Se favorece la ignorancia para manipular a la población.

En casos como el guatemalteco (1954) y el dominicano (1963) los Estados Unidos destruyeron procesos democráticos que hubiesen posibilitado sociedades más educadas, desarrolladas y soberanas. En su lugar implantaron gobiernos autoritarios serviles a los capitales foráneos. Pueblos como el vietnamita tuvo que pelear fieramente contra el imperialismo francés y norteamericano para recuperar su soberanía y hoy alcanzar un PIB de 408 mil millones de dólares. Tuvieron que pagar un alto precio en vidas para lograr su emancipación y hoy los presidentes norteamericanos que los visitan se toman fotos con la imagen de Ho Chi Min al fondo.

Sin una educación de calidad en la evolución de la sociedad humana y las leyes de la naturaleza seguiremos deteriorando la calidad de vida social y política, y el planeta seguirá destruyéndose para alimentar las fortunas del gran capital. Es tarea de educadores y políticos promover un giro profundo en la formación de nuestros niños y jóvenes para impulsar personas más conscientes de los procesos democráticos, económicos y ecológicos, y en consecuencia garantizar un mejor futuro para las próximas generaciones.