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Camille Claudel, 1884

Camille Claudel (1864-1943) es un trágico ejemplo de lo que era nacer mujer en una época equivocada, en la que el arte, y más aún, la escultura, era considerada “cosa de hombres”. Dedicó su vida a un arte que requería fuerza física, vigor, destreza, todos estos atributos exclusivos de masculinidad, según la visión típica de la sociedad francesa de finales del siglo XIX. Su vida es un símbolo del cruel destino marcado por la presión social, la traición y la locura. Injustamente recordada como la amante de un genio más que como una autora fundamental para la consolidación de la escultura moderna, fue una artista revolucionaria de carácter independiente y un gran coraje, dotada además de excepcional belleza física.

El talento de Camille Claudel siempre estuvo a la sombra de su maestro y amante Auguste Rodin. No se puede negar la influencia que ejerció en ella su obra, pero es evidente también que esta influencia fue recíproca, que su talento era equivalente, que algunas obras atribuidas con anterioridad a Rodin eran de ella y que algunas esculturas del maestro fueron inspiradas en piezas que su alumna había creado.

Camille Claudel nació escultora. Desde niña jugaba con barro y a los 12 años comenzó a modelar rostros de sus parientes, que, por cierto, no estaban muy contentos con esta afición.  Su madre en más de una ocasión expresó que ser artista era "inapropiado para una dama". El único que tomó en serio la evidente vocación de la niña fue su padre. Con su apoyo, a los 19 años Camille ingresó a la Academia Colarossi de París, una escuela de arte de orientación liberal que admitía mujeres y les permitía dibujar modelos masculinos desnudos.

Su primer mentor, Alfred Boucher, tras ganar un premio en el Salón de París, se marchó a Italia. Antes de partir convenció a su colega Auguste Rodin para que lo sustituyera en la formación de su alumna.  Aquel primer encuentro fue impactante para el ya célebre artista. Camille le deslumbró con su talento, su personalidad y su belleza. Descubrió en ella un alma gemela, alguien que como él buscaba librarse del academicismo para dotar las figuras de movimiento y emoción, transformando cánones clásicos en nuevas formas de poderosa expresividad.

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William Elborne, Camille Claudel y Jessie Lipscomb en el estudio de Auguste Rodin, 1887

Camille entró al estudio de Rodin en calidad de alumna, asistente y modelo. Su rostro y su cuerpo invaden las obras del maestro.  Su destreza y la capacidad creativa hicieron que Rodin la integrara en trabajos tan importantes como El Pensador y otras figuras que forman parte de la monumental obra La Puerta del infierno. Durante diez años de colaboración, intercambio y fusión, ambos produjeron algunas de las mejores obras de sus respectivas carreras.

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Camille Claudel, Busto de Rodin, 1889

Pero su vínculo iría más allá de lo profesional. Poco después se volvieron amantes, lo que causó un gran revuelo, dado que él le doblaba la edad y tenía una relación de muchos años con otra mujer. Fue una relación compleja en la que el amor estaba mezclado con celos y rencores. Adoraba al maestro con toda su alma, pero también lo odiaba por recibir él todo el reconocimiento público, encargos y alabanzas.

Rodin alquiló la casa donde establecieron un taller privado y firmó una especie de contrato en el que se comprometía a sostenerla como artista: “De hoy 12 de octubre de 1886 en adelante no tendré otra alumna que a la Señorita Camille Claudel y la protegeré a ella sola por todos los medios a mi alcance (…) Ya no aceptaré otras alumnas para que no surjan, acaso, talentos rivales, aunque no creo que se encuentren con facilidad artistas tan naturalmente dotadas.” En el mismo contrato prometía casarse con ella y renunciar a otras mujeres. Pero en realidad nunca abandonó a su fiel compañera Rose Beuret, una costurera que vivía en completa ignorancia de lo que él hacía, a la que escondía de sus amigos y con la que finalmente se casó y estuvieron juntos hasta el final de sus días.

Sin embargo, no pudo renunciar a su amor por Camille: “Feroz amiga mía (…) Esta noche, recorrí (durante horas) sin encontrarte, nuestros lugares, ¡cuán dulce me sería la muerte! ¿Por qué no me esperaste en el taller? (…) Camille, mi amada a pesar de todo, a pesar de la locura que siento venir y que será obra tuya si esto continúa, ¿por qué no me crees? (…) Hay momentos en los que francamente creo que te olvidaré. Pero en un solo instante, siento tu terrible poderío. Ten piedad, malvada. No puedo más, no puedo pasar ya un día sin verte. Si no, la atroz locura. Se acabó, ya no trabajo, divinidad malhechora, y sin embargo te amo con furor. Mi Camille, tranquilízate, no tengo amistad con ninguna mujer, y toda mi alma te pertenece. No puedo convencerte y mis razones son impotentes, mi sufrimiento no lo crees. (…) Déjame verte todos los días (…) no dejes a la fea y lenta enfermedad apoderarse de mi inteligencia, el amor ardiente y tan puro que siento por ti, en fin, piedad querida, y tú misma serás recompensada.”

La promesa nunca se cumplió, peor aún, Rodin la obligó a abortar un hijo común y la aisló en una casa en un campo. Humillada y frustrada, en 1892 tomó la decisión de ponerle fin a esta relación y se mudó a un estudio propio para dedicarse por completo a la escultura.

En los siguientes diez años creó obras, expuso regularmente y fue frecuentemente elogiada por los críticos por su extraordinario talento.

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Camille Claudel, El Gran vals, 1903

El crítico de arte Louis Vauxcelles fue uno de los que reconocieron el talento de la artista: “Camille Claudel es sin duda la única mujer escultora en cuya frente brilla el signo del genio”.

Mostró en sus obras el interés por las pasiones humanas y el sentido de la existencia. Le preocupó el tema del destino y la imposibilidad del ser humano para cambiarlo. Abordó los temas como el amor, el dolor, la soledad, el abandono, reflejados todos juntos en una de sus más importantes creaciones, La Edad madura.

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Camille Claudel, La Edad madura, 1898

Pero no le fue fácil obtener la independencia económica y el reconocimiento artístico que tanto ansiaba. Tuvo muchos fracasos y desilusiones, especialmente cuando no podía conseguir encargos del gobierno, hecho que habría significado aprobación de su talento de manera oficial.

Tras varios años de obsesiva dedicación, sin salir de casa, sin comer por temor a ser envenenada, víctima de continuas crisis emocionales que la llevaron a destruir a martillazos gran parte de su obra, quedó devastada física y emocionalmente.

"Para un hombre, ser escultor es un desafío constante al sentido común. Para una mujer aislada, especialmente una con el carácter de mi hermana, es una pura imposibilidad", escribió años más tarde su hermano, poeta y diplomático Paul Claudel.

El 10 de marzo de 1913, apenas una semana después de la muerte del padre de Camille, que seguía siendo su único aliado, tres enfermeros tumbaron la puerta de su estudio, donde a menudo se le escuchaba aullar, y le colocaron una camisa de fuerza. Su madre y hermano firmaron los papeles para su internamiento en el hospital psiquiátrico de Ville Évrard ante la opinión médica de que sufría severos trastornos mentales que la hacían peligrosa para sí misma y para los demás. El certificado médico mencionaba que estaba "mal vestida y absolutamente sucia", vivía aterrorizada por lo que ella llamaba la "pandilla de Rodin”, que supuestamente había llevado a cabo "ataques criminales" contra ella, y ponía como diagnóstico final “psicosis delirante, sistemática manía persecutoria acompañada de delirios de grandeza”.

Poco después fue trasladada al manicomio de Montdeverges, en Avignon, sin derecho a visitas y sin posibilidades de volver a crear, donde estuvo recluida los últimos 30 años de su vida. La mujer que se empeñó en ser libre había sido encerrada para siempre.

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Manicomio de Mondevergues

Las cartas que Camille escribía a sus amigos demuestran que estaba más cuerda de lo que decían:  "Estoy aburrida de esta esclavitud. Me gustaría estar en mi casa y cerrar bien la puerta. No sé si podré realizar este sueño. (…) No he hecho todo lo que he hecho para terminar mi vida engrosando el número de recluidos en un sanatorio, merecía algo más. (…) Se necesitaría una epopeya, la Ilíada y la Odisea, y un Homero para contar mi historia. (…) He caído en un abismo. Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño. Del sueño que ha sido mi vida, está es la pesadilla.”

Sus ojos azules se fueron apagando día tras día, mes tras mes, año tras año, hasta que se cerraron para siempre entre los muros de piedra gris el 19 de diciembre de 1943.

Ante la negativa de Paul Claudel a pagar el sepelio, fue enterrada en una fosa común desaparecida hoy día. Se ponía fin así a una vida de malos tratos y humillaciones por parte de su familia, su maestro y de una sociedad que se negó a reconocer su talento.

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Camille Claudel, 1929

Diez años después su hermano Paul respondió así en una entrevista de radio sobre sus recuerdos de Camille: “Mi hermana … Ah, es un asunto terriblemente triste, del que me resulta difícil hablar … La naturaleza se había mostrado pródiga con ella; mi hermana Camille tenía una belleza extraordinaria, y además una gran energía, una imaginación y una voluntad completamente excepcionales. Y todos estos maravillosos dones no han servido para nada. Tras una vida extremadamente dolorosa, ha terminado en un total fracaso (…) Yo he llegado a algo. Ella, absolutamente a nada. Todos esos maravillosos dones que la naturaleza le había concedido no han servido sino para su desgracia.”

A la muerte de Paul Claudel, su nieta encontró unas cajas con documentos que pertenecieron a su abuelo, entre ellos cartas de Camille. Decidida a levantar el veto que existía en la familia sobre su tía abuela y reivindicar su vida y sus creaciones comenzó a investigar y a adquirir sus obrasSe le quitó la etiqueta de artista maldita, fue redescubierta como lo que siempre anheló: una artista por derecho propio. Desde la década de los 1980 se fue despertando un creciente interés por su vida y su obra, con exposiciones, catálogos, numerosas biografías, películas y obras de teatro, hasta que en 2017 se abrió un museo dedicado a Camille Claudel en la localidad francesa de Nogent-sur-Seine.