El mundo de Cristina, la obra del artista norteamericano Andrew Wyeth (1917-2009) se asemeja a una matrioshka, la muñeca tradicional rusa que esconde en su interior una infinidad de personajes e historias.
A primera vista podría parecer una escena bucólica: un campo dorado al atardecer con la figura de una joven con vestido rosado, de espaldas, mirando hacia una granja que se ve al fondo.
Pero al mirar con más atención y tiempo, comenzamos a percibir la tremenda soledad de su entorno y la aparente fragilidad de su figura erguida. Notamos la posición poco natural de su cuerpo, los brazos demasiado delgados y torcidos y los pies inertes. La casa de cerca no se ve para nada idílica, más bien es un viejo y ruinoso caserón.
¿Quién es esa mujer? ¿Qué le ocurre? ¿En qué piensa? ¿Qué hay en la casa? ¿Por qué se empeña en llegar a ella? Las preguntas surgen una tras otra en la que es, sin duda, la obra más reconocible de este artista.
Pues la mujer se llamaba Anna Christina Olson, era vecina de la casa de veraniego de los Wyeth en Maine. Padecía de la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, una neuropatía genética que le dejó las piernas paralizadas. Sin embargo, no se resignaba a permanecer sentada en casa todo el día ni usar una silla de ruedas. Para no depender de nadie, Cristina optó por moverse alrededor de la granja, donde vivía con su hermano Álvaro, impulsada por sus brazos. Una tarde el pintor la vio por la ventana de su estudio y quedó impactado por la fuerza de voluntad y el carácter independiente de su vecina que merecían “hacer justicia a la extraordinaria conquista de una vida que para muchos sería desoladora”, -según sus propias palabras. “Si de alguna manera he sido capaz de transmitir con mi pintura al espectador, que su mundo puede estar limitado físicamente, pero de ningún modo espiritualmente, entonces he logrado lo que me propuse hacer”.
Pintó sin prisa, le dedicó cinco meses a pintar el campo meticulosamente, hierba por hierba, tallo por tallo, hoja por hoja con pincel casi seco, literalmente de un solo pelo.
Y todo este tiempo luchó contra la tentación de omitir la figura de Cristina, quería que el drama apenas se intuyera detrás del maravilloso paisaje. “Era necesario prescindir de la chica. Hay demasiada trama. Me hubiera gustado pintar sólo el campo sin Cristina y hacer sentir su presencia.”, – confesó más tarde.
Por cierto, “la chica” en ese momento ya tenía 55 años y la que posó en realidad fue la esposa del pintor, Betsy.
Gracias a la perspectiva combinada, el espectador tiene la impresión de que hay un inmenso espacio en un cuadro que apenas mide 82 por 121 centímetros. Una es desde abajo, a través de los ojos de Cristina sentada en el suelo que ve la granja en lo alto de la colina. Otra es desde arriba, a través de los ojos del artista que contempla la escena desde el segundo piso de su casa. Esta perspectiva, elegida deliberadamente por el artista, sumerge al espectador en el mundo de una persona discapacitada, en el que hay tan poco y al mismo tiempo infinitamente mucho: “Si de alguna manera he sido capaz de transmitir con mi pintura al espectador, que su mundo puede estar limitado físicamente, pero de ningún modo espiritualmente, entonces he logrado lo que me propuse hacer”.
El mundo de Cristina marcaría el inicio de las relaciones casi obsesivas que Wyeth establecía con sus modelos, porque, según sus propias palabras, “cuanto más estoy con un objeto, sea un modelo o un trozo de paisaje, más empiezo a ver lo que no apreciaba”. Esa búsqueda insistente de nuevas facetas lo llevaría a convertir a los hermanos Olson y su granja en uno de los motivos centrales de su obra e incluso habilitó una de las habitaciones de la casa como su estudio. Por más de veinte años representó la casa y sus habitantes en cerca de trecientos dibujos y pinturas, capturando el cambio de estaciones y el transcurrir del tiempo.
Cristina Olson murió en 1968 y está enterrada junto a su hermano Álvaro en un cementerio improvisado detrás de la casa en el que también descansa Andrew Wyeth por expreso deseo de este. En 2011 la casa fue declarada Monumento Histórico Nacional y actualmente forma parte del Farnsworth Art Museum, un museo con una de las colecciones más grandes de las obras de Wyeth.
El mundo de Cristina se exhibió por primera vez en la Macbeth Gallery de Manhattan en 1948 y Alfred Barr, director fundador del Museo de Arte Moderno (MoMA), la compró por mil ochocientos dólares. Inicialmente no tuvo una buena recepción y generó cierta controversia. Con el expresionismo abstracto y el Pop-Art en alza, la mayoría de los críticos la calificaban como “imágenes de almanaque” y la tacharon de anacrónica, conservadora y provinciana.
Pasaron décadas antes de que El mundo de Cristina se convirtiera en un icono de la pintura norteamericana y una de las obras más vistas del MoMA.