Frente a cámaras y micrófonos, con una nota de impotencia o desencanto ante el creciente desenfreno de la gente en las calles durante los feriados largos, el director del Centro de Operaciones de Emergencia (COE), general en retiro Juan Manuel Méndez, soltó una frase dura que, sin embargo, pasó inadvertida

La atención reporteril estaba focalizada como siempre en la cantidad de muertos y lesionados durante la primera de las dos fases del viejo operativo de prevención de fin de año (Nochebuena y Navidad).

Se percibía premura por conocer bajas a causa de  “accidentes” de tránsito, armas de fuego, cuchillos, palos, ahogamiento, intoxicación alimentaria y alcohólica (sobre todo, niños). Es la rutina.

Tras puntualizar sobre la imperiosa necesidad de colaboración del pueblo para lograr el éxito de la prevención, el empático militar-funcionario ironizó que no quería ser visto como una especie de vocero del Inacif (Instituto Nacional de Ciencias Forenses).

Pero pocas horas después, al cierre del año, las autoridades convocaron a los medios para su tétrica rueda de prensa. Contaron 42 decesos. De ese total, 32 correspondieron a motociclistas, para un astronómico promedio necrológico de 762.

Luego de esos datos fríos, vino el diluvio de comentarios mediáticos sin contexto, la mayoría con el objetivo de elevar rating, engordar egos e inducir “likes” y opiniones que moneticen.

Entonces vino la derivación de culpas acomodadas: todo sucede por los motociclistas y los choferes de jeepetas, carros, autobuses, minibuses, camiones, camionetas, patanas…

Esa es una parte de la verdad; por tanto, una mentira monumental en cuanto entraña la ocultación de la realidad real del colectivo para justificar operativos espectaculares, sensacionales y muy costosos en cada asueto.

Una nota colgada en el portal de la Presidencia destaca que para el operativo Conciencia por la Vida: Navidad y Año Nuevo 2024-2025, el COE desplegó 47,422 voluntarios, instaló 1,243 puestos de socorro, habilitó 580 ambulancias, 16 equipos de extracción vehicular, 75 unidades de rescate vehicular, 18 talleres móviles, dos centros de atención prehospitalaria y tres helicópteros.

No especifica el monto económico de esa movilización, pero seguro que no salió por cheles, aunque el extraordinario despliegue no pudo evitar que 42 humanos dominicanos reposen hoy en las tumbas. El propio general Méndez ha dicho que 1 ya es mucho.

Enero 2025 aún está en su primera semana (primera semana epidemiológica, para Salud Pública) y ya, empero, la alharaca sobre el patético drama pasó al mundo del olvido, hasta mediados de abril, días de la Semana Santa o Semana Mayor, y luego, otra vez, en diciembre para Nochebuena, Navidad y año nuevo.

Y ese es el problema de los operativos. Son muy  coyunturales, tienen mucho de relumbrón y evasión de responsabilidades. Mientras, debajo de esa hermosa alfombra crece el monstruo, incubado y alimentado durante muchos años por los mismos que se quejan de él: funcionarios, políticos, empresarios, religiosos y demás líderes populistas de la sociedad, socialmente irresponsables.

Es que han rehuido a la construcción de una cultura de prevención, única vía para rescatar el orden y prevenir muertes y lesiones con la participación activa y espontánea  de la comunidad, bajo la rectoría de la autoridad, pero sin represión.

Han evadido tal camino porque es de largo aliento, implica políticas públicas y planificación y no reditúa provecho político de inmediato. Tampoco recibe retroalimentación mediática, el figureo es escaso. La espuma es la opción  para lograr objetivos políticos del momento.

Frente a esta realidad, ni la anormalidad ni en la normalidad se debe esperar reducción de muertes por siniestros viales, riñas, consumo de drogas permitidas y prohibidas, intoxicación alimentaria,  ahogamientos, enfermedades infecto-contagiosas y transmisibles, obesidad, sedentarismo, estrés.

Desaprender conductas enseñadas con paciencia de relojero por el mismo sistema implica procesos que no se resuelven desligándose y culpando a los otros porque, al final, también son víctimas de la insondable vulnerabilidad con que han crecido.

Esos procesos no se agotan dándole a la gente un sinfín de  prescripciones y luego culparla del desenlace por haber desoído la orden, como si los cambios de conductas se lograran con maromas discursivas coyunturales. Es mucho más que eso.

Si no lo cree, aconseje a un borracho que deje de tomar porque el alcohol daña su salud. Haga lo mismo con un fumador, refiérale el impacto brutal de la nicotina a sus  vías respiratorias.

Dígale al consumidor de cocaína, marihuana, crack y otras drogas prohibidas que morirá con el cerebro “achicharrado”.

Infórmele a un chófer convencido de que conduce mejor tomando alcohol, sobre la tragedia en camino, o a un pistolero, que no porte pistola ni tire al aire…

Esos vicios y muchas de las mañas enseñadas no se resuelven con operativos ni con frases-cohete.

La cultura sobre la que nos cimentamos está orientada a curar las enfermedades físicas y sociales, no a prevenirlas. Incluso a provocarlas para luego brincar como chapulines a buscar solución.

La deuda acumulada en materia de cultura de prevención es casi insondable, y no lo queremos entender. Tal vez no conviene, tal vez es más fácil culpar a los demás.