¿Hasta cuándo ha de abusar de nuestra paciencia, expresidente Fernández? ¿A qué extremos se arrojará por su desenfrenada audacia? ¿Hasta dónde llegarán sus incontinentes ansias de poder? ¿Acaso no le avergüenzan los fracasos del pasado? ¿No le llena de escozor el recuerdo vivo del rumor público sobre tantas cosas suyas que no tienen explicación? ¿O es que imagina usted que este pueblo carece de memoria histórica?
¡Que tragedia verlo convertirse en lo que tanto criticó! La hubris lo ha trastocado, enloquecido, empujado al borde del terrible abismo del ridículo y el desprecio. Ahí le vemos subido al techo de un vehículo con pretensiones de trono, rodeado de su séquito que se afana en bloquearle la vista, para que no se entere de que anda solo y desnudo. Rascando el fondo del barril de los desprestigiados y alzándoles las cuestionadas manos a cualquiera que le venda la ilusión de unos cuantos votos.
En lugar de contentarse con su rol de estadista en retiro, de convertirse en un guía, hasta en un mentor de futuras generaciones, lo vemos hoy descender al lodo y envolverse en discursos tergiversados y cargados de olvido selectivo, destruyendo su legado, o tal vez demostrando lo que siempre fue.
Hoy promete usted que, si se le da una vez más la oportunidad, a la cuarta será la vencida. Que por fin podrá lograr lo que en sus primeros tres intentos no pudo. Pero la república recuerda lo que sus anteriores gobiernos sembraron, y todo lo que ha costado superarlos.
Sus acciones nos van demostrando que se encuentra atrapado en un círculo infernal dantesco, agobiado por un hambre de poder que nunca saciará. Alimentada esta por su círculo de sicofantes arlequinescos que le alaban y le exaltan, susurrándole en el oído que solo usted los podrá salvar. Rémoras que solo pueden existir alimentándose de las migajas de aquellos que devoran insaciablemente el poder.
¿Hasta cuándo, expresidente Fernández, ha de abusar usted de nuestra paciencia? ¿Hasta dónde llegarán sus desvaríos y sus tropiezos? ¿Acaso no le avergüenza haberse transformado en otro ejemplo más de ambición y poder desmedido? ¿No le da vergüenza convertirse en el mismo obstáculo que tantas veces criticó usted en su juventud? ¿No le hiere la conciencia que lo vean rodeado de aquellos a los que ni siquiera usted quisiera tener cerca?
Es así como, arrastrado por la rueda del destino, se ha convertido usted en un personaje más de tragedia. Y es por esto por lo que una vez más le pregunto, con las inmortales palabras del gran Cicerón, ¿hasta cuándo abusará, expresidente Fernández, de nuestra paciencia?