Numerosos artículos de medios de comunicación internacionales suelen hacer eco de la crisis de migración haitiana en República Dominicana. Esto no sería extraño si no se reparara en una línea discursiva que sobresale en torno al tema: un énfasis en definir al país caribeño como violador de derechos humanos. Cada vez parece más evidente que esta retórica se ciñe a una campaña de presión mediática de algunos organismos internacionales que pretenden delegar la responsabilidad de Haití, un Estado sumido en el más absoluto caos, sin visos de mejora política o regeneración de su tejido social. Más allá del mero amarillismo, esta situación devela un mecanismo de manipulación y chantaje que funciona en detrimento de la imagen dominicana en el mundo. Frente a esta realidad, salta lo inevitable: ¿hasta cuándo habrá que tolerar la narrativa de descrédito y tergiversación que sostienen estos organismos en torno a la inmigración irregular de haitianos en República Dominicana?
Cuando se habla de inmigración irregular, República Dominicana suele ser la victimaria y los haitianos las víctimas. Palabras clave como brutalidad, derechos humanos, desesperación se intercambian como colores de un cubo de Rubik. Nada más parece importar en este relato infalible. Así parece sugerir el artículo «Los haitianos que huyeron a República Dominicana con desesperación son devueltos en jaulas» del New York Times, publicado el 9 de diciembre del año en curso. Dicho título no podría suscitar más sugestión: de inmediato se condiciona el prisma de la opresión y el victimismo. Los inmigrantes indocumentados, resalta el texto, son repatriados como «ganado» en camiones sellados con barras de hierro. Se repiten palabras como «jaulas»; imágenes de rostros desconcertados y tristes. También recoge testimonios sensacionalistas, sobre todo de personas vulnerables, como mujeres embarazadas o niños, que entre otras cosas dejan entrever un sesgo de crueldad, despotismo y xenofobia en las detenciones migratorias.
El alegato racista nunca queda entre paréntesis, y este artículo del Times no es la excepción: «La extraordinaria oleada de deportaciones —las autoridades dominicanas dicen que el objetivo es de 10.000 por semana— refleja una nueva y estricta política de inmigración por parte de un país con una historia complicada y racialmente cargada con Haití». Más allá de los prejuicios enraizados con respecto al color de piel, llama la atención el uso de adjetivos alusivos a las medidas de repatriación: «extraordinaria» o «estricta». Este tipo de atribuciones son reiterativas a lo largo del texto. También saltan a la vista afirmaciones arbitrarias para consolidar el rol de oprimido del inmigrante haitiano en condición irregular, remontándose a escenarios ajenos al contexto actual de la relación domínico-haitiana, como la masacre de haitianos orquestada por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en 1937: «Los dirigentes dominicanos han promovido históricamente el sentimiento antihaitiano».
Para enmascarar su evidente parcialidad, el artículo refiere declaraciones de contrapeso de distintas figuras de poder. Citas del ministro de Relaciones Exteriores, el presidente de la República, un dirigente político, que de alguna manera justifican el endurecimiento de las medidas migratorias en el referido contexto. Cifras y discursos de personajes que, si bien pueden persuadir racionalmente a cualquier entendido de la materia, no generan la misma empatía o tienen el mismo calado emocional que las pocas palabras de un niño detenido por oficiales de Migración. Ciertamente, no se reciben de la misma manera los datos estadísticos que las revelaciones desgarradoras de quienes sobreviven a los «abusos». Por eso el artículo solo reproduce las informaciones ya publicitadas y explotadas y no se consulta, por ejemplo, a los ciudadanos dominicanos, a quienes conviven directamente con los conflictos sociales que devienen de la referida crisis, como el robo de ganado, la ocupación de tierras y los encontronazos sangrientos, recogidos en distintos medios de circulación nacional. En el texto ya se tiene prefigurado a quiénes les corresponde la lástima, la pérdida y el agravio, y no conviene contraponer ese montaje con una mirada más amplia de la realidad.
En un marco de polarización generalizada en torno a los inmigrantes, sobre todo con la reciente victoria del candidato republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el concepto de nacionalismo ha adquirido connotaciones despectivas, llegando al extremo de compararse con el fascismo. El artículo en cuestión es más discreto: « El presidente dominicano, Luis Abinader, anunció en octubre una política de inmigración más estricta en un clima de nacionalismo». Ese simple enunciado adquiere un matiz violento; si se mira más de cerca, se puede inferir que se sobrepondrán los intereses patrióticos de forma avasallante. Según ese punto de vista, el ser enfático con la identidad nacional tiene un halo de amenaza. Esta suele ser una de las argucias utilizadas por algunos organismos no gubernamentales y sectores políticos para legitimar la condena de planes o mecanismos de deportación de extranjeros ilegales.
El caso de República Dominicana llega a ser una hipérbole: cualquier respuesta estatal ante el ingreso descontrolado de migrantes resulta rápidamente juzgada y condenada, sobre todo por quienes están supuestos a encarar la crisis. De nada ha valido el llamado constante del Gobierno dominicano a la intervención urgente de la comunidad internacional, que se ha desentendido del clima de violencia, incertidumbre y muerte que impera en Haití. Por lo demás, países como México han implementado medidas implacables e inmediatas para desarticular campamentos y deportar a gran escala inmigrantes haitianos. El Gobierno electo de Estados Unidos ha anunciado que se declarará en estado de emergencia para utilizar el ejército para deportar migrantes de forma masiva. Recientemente, Haití ha sido víctima de una masacre sin precedentes, que ha cobrado decenas de vidas. Pero nada de eso compete a los redactores del Times, ONG, o activistas de derechos humanos, porque los únicos haitianos que parecen importar sobre la faz de la tierra son los que viven en República Dominicana.