Es evidente que la ceguera política, en algunos casos, ha impedido que se valore en su justa dimensión los imprescindibles logros del Gobierno de Luis Abinader Corona, que, en su oportuna proyección, hay que calificarlo de singular sin caer en extremos sensacionalistas.

Sus actitudes recientes sobre el caso de Haití demuestran el perfil íntegro de un gobernante responsable y un auténtico dominicano. Su discurso, en este sentido, traspasa las fronteras nacionales para dejar claro ante el mundo que nuestra soberanía no es una ficción sino una realidad, y que no se hipoteca a cambio de consabidas prebendas.

El presidente Luis Abinader le ha mostrado al mundo el tenso momento que vivimos los dominicanos, por el efecto que resulta de las actividades terroristas de bandas haitianas que amenazan con penetrar a nuestro país y provocar sangrientos enfrentamientos, ya que la capacidad de Haití para el  manejo de esta crisis es irrisoria.

Los grupos organizados que se disputan el poder con la mayor impudicia no reparan que sus acciones vandálicas pueden provocar una intervención de parte de los Estados Unidos que podría afectar a nuestro país. Sus acciones no son sino una manera de amenaza con el propósito de que la comunidad internacional resuelva los problemas que no han atendido con la debida y eficaz capacidad política.

Esta irracionalidad, provocada por las bandas desenfrenadas que cometen todo tipo de crímenes y fechorías, no puede ser tema de los dominicanos, pues detestamos esta barbarie y nos negamos rabiosamente a ceder un centímetro de nuestro territorio y a otras formas de dominación.

El Gobierno de Luis Abinader Corona se ha dejado sentir en las Naciones Unidas, en la Organización de Estados Americanos (OEA) y en otros organismos internacionales, al poner énfasis en la tragedia que se podría provocar a nuestro país si estos no intervienen en el conflicto haitiano.

De manera pues que Haití debe procurar, a cualquier precio, someterse a un régimen de consecuencias y buscar la vía del sufragio como una solución a sus pugnas internas, pues a nuestro país no le compete su destino. El Gobierno de Luis Abinader Corona se ha dejado sentir en las Naciones Unidas, en la Organización de Estados Americanos (OEA) y en otros organismos internacionales, al poner énfasis en la tragedia que se podría provocar a nuestro país si estos no intervienen en el conflicto haitiano.

La crisis de Haití es explícita y anacrónica y, por tanto, representa un conjunto de hábitos y creencias de diferentes matizaciones que expresan complejidades que van más allá de una civilización “normal”. La experiencia enseña que durante décadas ese país se ha negado a fortalecer el curso de su destino y a determinar una agenda que propicie el sostenimiento y la alternabilidad del poder.

Por ello, resulta imposible una sincera reconciliación entre la cúpula política y militar haitiana con la de nuestro país, porque para los primeros el lema de que la “isla es indivisible” disgrega todo pensamiento consciente. Estamos lejos de esa conciliación, porque Haití cada vez más se deteriora con nuevas implicaciones que la República Dominicana no puede solucionar, en razón de que no puede asumir responsabilidades que desvertebran la particular democracia que vivimos.

El hecho de que se diga a menudo que nuestro país aplica una política apátrida, y que ejercemos la cultura del racismo contra los haitianos, no va a detener su deterioro progresivo porque se trata de iniciativas que la clase política de ese país no quiere asumir con responsabilidad. Su actitud es fastidiar a los dominicanos, y lo hacen de manera constante para llamar la atención de los organismos internacionales que no hacen nada al respecto.

El curso de nuestras vidas no puede verse amenazado constantemente por un país que se niega a reconocer su fracaso político, económico y social. Significa por tanto que, si ellos desean alcanzar nuestras metas y sacrificarse al máximo como lo viene haciendo el presidente Luis Abinader Corona, deben dejar atrás su fracaso de nación fallida y focalizarse en una cultura política dinámica y progresiva.

En este sentido, es oportuno que aquellos que desean dirigir a Haití, con una determinación de cambios profundos, deben procurar los recursos necesarios con los organismos internacionales que los defienden y que abogan por un país que detenga las masivas inmigraciones y eleve los escasos niveles de educación y formación técnica. Y, al mismo tiempo, aporten medios económicos para el turismo y la reforestación de un país que no solo sufre la escasez de agua sino que también adolece de una agropecuaria que produzca lo suficiente para el autoabastecimiento y alimentación de su población.

El pueblo haitiano necesita un mecanismo de distribución de lo que produce para alcanzar una manera ordenada de vivir. Con la anarquía no llegarán a ningún lado, y ya se sabe que el presidente Luis Abinader Corona no va a ayudar a un país que constantemente nos amenaza y que incide en la carga presupuestaria de su Gobierno en ayuda a parturientas haitianas que son atendidas en hospitales dominicanos. El Gobierno dominicano no soporta más compromisos que no sean los que destina en la actualidad por causas humanitarias.

La cuestión que los organismos internacionales plantean al Gobierno dominicano, con miras a hacernos cargo del problema haitiano, es un acto de irresponsabilidad porque son ellos los que deben resolver sus necesidades ya que administran cuantiosos recursos y tienen la manera de conseguir capitales de sobra a través de organismos internacionales y poderosas ONG.

Al mismo tiempo que pueden realizar diversos diagnósticos para determinar dónde radican los males de la nación vecina y, a partir de estos parámetros, examinar la cuestión de su permanente desgracia. A partir de estos puntos de vista podrían abordar la realidad de por qué si Haití fue el primer país de América en liberarse de la esclavitud y ser el más próspero económicamente, por qué, doscientos años más tarde, es el más pobre de toda la región del Caribe.

Cándido Gerón en Acento.com.do