Haiti continúa provocando ríos de tinta en los medios más prestigiosos del país y del exterior. Sin importar cuántas opiniones e informaciones se generen, la realidad es muy simple:  solo los haitianos tienen el derecho a trazar su futuro, y a lo sumo compete a la comunidad internacional y a nosotros, sus vecinos isleños de por siempre, acompañarlos en la medida de lo posible  siempre y cuando lo soliciten.

Se trata, sin embargo, de una situación tan cambiante como estática aunque suene paradójico. La geopolítica nunca ha dejado de ser un factor clave en las consideraciones de política internacional,  y la inseguridad en un país deriva casi siempre en problemas regionales y hasta mundiales. Haití está enclavado en una zona neurálgica del Caribe y el monopolio de la fuerza ha dejado de ser un atributo exclusivamente del Estado. El secuestro reciente y pago de rescate, según informaciones periodísticas de un grupo de misioneros extranjeros confirman cuán peligroso se ha convertido la proliferación de bandas en la primera república negra independiente del mundo, y un  reportaje en The New York Times ha aportado ingredientes desconocidos e impactantes al drama del magnicidio de Jovenel Moïse, ahora bajo nuevas sospechas en las que el crimen transnacional tiene protagonismo.

Hay quienes culpan a la comunidad internacional por muchos de los problemas en Haití. En algunos casos resulta innegable que la estrategia ha sido errónea, confirmado por los resultados mismos; empero,  la responsabilidad central recae sobre los haitianos. Mirar hacia el futuro con un fardo de culpas para repartir a conveniencia no conducirá a ningún lado.

República Dominicana ha levantado su voz como nunca antes a favor de Haití con un éxito evidente. No lo ha hecho para criticar al vecino,  sino para que la comunidad internacional retome la cuestión haitiana, ciertamente aparcada fuera de su atención. Mientras ostenté la representación dominicana ante el Consejo de Seguridad (SC) de la ONU, desde el primer día me ocupé del tema por entenderlo de vital importancia en nuestra política exterior.

Primero, ante los altos ejecutivos de ONU en busca de avenidas para socorrer a Haití.  Para mi sorpresa, todos me expresaron el agotamiento que las tantas crisis en ese trozo isleño le habían ocasionado.  Peor aun, en una de muchas reuniones me expresaron que el embajador haitiano ante la ONU había solicitado por encargo de su gobierno que el tema no fuese materia del Consejo de Seguridad. La razón argüida me dejó atónito: que la mucha atención sobre Haití era causa eficiente de que no hubiese allí inversión extranjera.  Luego, en conversaciones con los entonces embajador y canciller haitianos escuché nuevamente ese argumento, nunca comprendí como no entendían que la inseguridad aleja a los inversores y no puede existir amparo jurídico allí donde el Estado es incapaz de ejercer control pleno.

A través de mandatos del Consejo de Seguridad, la ONU es la única entidad que tiene las herramientas , experiencias y capacidades para enfrentar  problemas como los que vive Haití. No hay posibilidad alguna de soluciones bilaterales, agravado este hecho por la insistencia de uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad para que la ONU se retire de Haití de una vez y por todas.  Valga este ejemplo. Ese país propuso infructuosamente la reducción del  presupuesto de Binuh de $22  a $20 millones y que de quince funcionarios se bajase a nueve,  cambios que hubiesen impactado negativamente la ya precaria gestión de la ONU en Haití. Pero guardo la esperanza de que ese miembro permanente, quien tiene un corazón grande que ha invertido y cooperado mucho en África, cambie su posición si se presenta un buen concebido plan de recuperación para Haití.

 En mi opinión,  el Consejo de Seguridad debe darse otra oportunidad para ayudar a resolver el problema haitiano a partir del aprendizaje de los errores del pasado. Haití  ha solicitado ayuda a la ONU y sería un error darle la espalda. El primer problema a resolver sin dudas es el problema de la seguridad. Alrededor de veinte bandas armadas controlan gran parte del territorio, con unos dos mil miembros, algo no tan complicado de resolver con el envió de tropas de la ONU; sugiero el envío de tropas porque no veo que la policía por si sola pueda restablecer el orden ya que ha sido infiltrada por las bandas. Situación diferente es la vivida en países como Iraq, Afganistán, Siria, República Central Africana, Yemen, Líbano y últimamente Mali, donde el fracaso de las tropas de la ONU ha sido contrarrestado con compañías privadas como Blackwater, Wagner Group, etc. 

De los haitianos no ponerse de acuerdo sobre su futuro en muy corto tiempo,  imagino un almuerzo en su Palacio de Gobierno donde el plato principal sea confeccionado en un Barbecue.

En cuanto a nosotros los dominicanos,  soy de opinión que solo tenemos una tarea y es controlar la migración ilegal de extranjeros a través de un sistema de identificación biométrica. So pena de repetitivo, hay sistemas portátiles ya ofertados al país para emitir un carné temporal para trabajar en el país a quienes  entraron sin la visa correspondiente. Con estos equipos, los empleados de Migración pueden visitar todos los puntos geográficos . En el caso que el interesado no pueda demostrar un empleo fijo, la deportación inmediata es la salida, siempre y cuando se tomen las providencias pertinentes en caso de que tengan familia en RD.  Me llama la atención que todavía algunos funcionarios vean la carnetización temporal como una medida dañina y contraria al interés nacional. Es todo lo contrario.

Para esto que propongo se requiere mucha voluntad política no solo del gobierno sino de todos en general. Regularizar a los inmigrantes ilegales que prueben contar con un empleo fijo garantizará nuestra seguridad e identidad.

Debería ser una sola institución del Gobierno la que coordine esos trabajos. Dado que se trata del mayor problema de seguridad nacional,  propongo que la tarea sea liderada por el Departamento Nacional de Investigaciones (DNI).  Este se convertiría en una especie de “zar” para coordinar la identificación de todos los ilegales.

No quiero tocar los demás temas de Haití que todos conocemos. Ignoro cómo podrán ponerse de acuerdo los más de cien partidos políticos para organizar elecciones una vez resuelvan el enorme problema de seguridad.  Es esta la clave para el retorno de la inversión extranjera, única posibilidad para la creación de los cientos de miles puestos de trabajos que posibilitaría la ventaja de la cercanía a los Estados Unidos, a lo que se suma costos laborales extremadamente bajos. El “nearshoring” ofrece una oportunidad de oro.

Finalmente, es loable y merece apoyo la gestión de la sociedad civil a través del Montana Group, y que recibe ya reconocimiento internacional. Le falta, sin embargo, el apoyo más importante para ser exitosa: el de todos los haitianos.