La barbarie y la sinrazón no quieren dar tregua en Haití, primer país en América Latina que dejó de ser colonia. El primero de enero próximo se cumplen 221 años de proclamarse independiente del dominio francés.
Distintos sectores en República Dominicana han mostrado preocupación por la situación allá. Se han escenificado masacres a escasa distancia de la línea fronteriza.
Con nuestros vecinos más próximos, con los que compartimos una frontera de 391 kilómetros de largo, hay tantísimas cosas de por medio. Y en esto se dan disparidades abismales. Las cosas que para nosotros pueden ser beneficiosas, para ellos es todo lo contrario.
El gran dilema que tenemos con Haití no se resolverá enviando cada día a cientos o miles de ilegales con destino al otro lado de la frontera. Están a la vista de todos los muchos pesares que tenemos con los haitianos. Y como estado fallido que es ese territorio, las soluciones se alejan cada día que pasa.
Muy a pesar de la desconfianza que muestran contra nosotros, en la parte oeste de la isla siempre necesitarán de lo de aquí para poder desenvolverse. Precariedades e inseguridad hay de sobra allá. Todo el mundo lo sabe. Las tropas de Kenia, que atravesaron el Atlántico desde miles de kilómetros para apaciguar formas, aún no arrancan con soluciones.
El camino más corto para que miles de haitianos tengan mejores horizontes está de este lado de la frontera: oportunidades de trabajo, atención sanitaria, educación para sus hijos, etc. Todas son ofertas para que en la frontera perduren, muy a pesar de todos los esfuerzos, los famosos “peajes” y el transporte ilegal a través de cuatro puestos oficiales de paso fronterizo, y más de 50 “clandestinos”.
Y hay una realidad: el muro fronterizo solo traerá soluciones a medias. Sin que lo hayan concluido aún, ya se ven los resultados que arroja. La frontera siempre ha tenido fama de vulnerable. El Cesfront no ha llenado las expectativas. Empresarios y finqueros dominicanos sacan ventaja de los ilegales.
La élite y dirigencia haitianas han ido más allá de lo que son las oportunidades que tienen sus compatriotas en la parte este. Apuestan a la desintegración de República Dominicana como Estado organizado. Actuaciones, pronunciamientos y hechos así lo demuestran.
De la frontera se ha escrito y hablado hasta lo inimaginable. Dejando de lado las devastaciones de Osorio, en 1605 y 1606, esta fue tomando forma a partir del año 1678, a través del tratado de Nimega, pasando por Ryswick en 1697; Aranjuez en 1777, hasta Basilea en 1795. Todo un proceso de 117 años.
La invasión a la parte este de la isla, que fue posible hace 202 años, con la superioridad militar de Haití en aquel entonces (con una entrega pacífica a los invasores), ahora quieren hacerla de manera sutil, solapada, calculando los tiempos, ocupando poco a poco los espacios que corresponden a los dominicanos.
El elemento haitiano está presente en las mujeres parturientas que abarrotan nuestros hospitales, en las escuelas públicas con miles de estudiantes hijos de haitianos, en las construcciones públicas y privadas, predios agrícolas, en los mercados formales e informales, en casas de familias como domésticas, en medios de transporte, en centros turísticos, en compañías de guachimanes, y un largo etcétera.
En Haití hay sectores que siempre buscan aprovechar hasta lo más nimio con tal de sacar ventajas a costa de República Dominicana. En la confianza es que está el peligro. Esta máxima la debemos tener sobreentendido.