Tal vez sería bueno que vivas en silencio y humildad la poca cuota de alegría con que de vez en cuando te premia la vida, que no olvides que están los terremotos, las inundaciones, los huracanes, los ahogamientos, el hambre, las enfermedades, los incendios, los despedazamientos de la guerra, y otras violentas carnicerías persistentes en los llamados estados de “paz”. Valoras en silencio las pocas cuotas de coloridas flores que te han tocado, las cosechas que te han otorgado ganancias, el sol que no ha quemado tus frutos, el cielo azul y sereno, o con nubes que no anuncien tempestades, las lluvias que no han echado a perder tus siembras y animales, que no han inundado tu casa y arrasado con tus cosas y tus seres queridos.
Guarda silencio en tu paz relativa, colaboras en todo lo que te sea posible para que otros tengan aunque sea un trozo de ella, que eso significa respeto por lo que sufren, por los tantos desorientados y pateados por la existencia, como al fin de cuenta lo somos todos, incluyéndote. En medio de las desgracias interminables, ten la nobleza y la honradez de no elevar acción de gracias al dios de tu límite y de tu “verdad” por el pan que nunca te ha faltado, porque entiendes lo has ganado con tu esfuerzo y por tu fe. Sé verdaderamente compasivo, humilde, generoso. Comparte tu pan, tu vino y tu amor, pero no sólo en palabras, sino en acciones efectivas, reales, sin tener que andar vociferando a los cuatro vientos tus acciones “generosas”.
Comparte tu mesa, tus bienes y talentos, porque sin duda para eso te han sido dados, porque de no hacerlo tu mezquindad se volverá contra ti y operará como esa hambre y esa sed que te devorarán en medio incluso de la abundancia de frutos y agua. Ojalá pudieras tener la grandeza de repartir y repartirte lo más que puedas, hasta quedarte vacío, y verás que de esta manera nunca te habitará el desamparo.
Guarda silencio e intenta mirar con sabiduría a tu alrededor. No hables hasta que tus ojos puedan ver más allá de la simple apariencia de las cosas, hasta que puedas escuchar los gritos desesperantes de muchos de tus congéneres
Defiende tu paz en medio de esta guerra sin tregua de la existencia, tu alegría en medio de las tantas tristezas, muchas de ellas innombrables. Valoras la dicha de tener el pan sobre tu mesa, pero sin estrujarle a los hambrientos tu mezquino convencimiento de que este privilegio te ha sido dado porque eres mejor que aquellos y porque has trabajado más que ellos, o porque tu dios tiene algo especial contigo (esto es frecuente hasta el asco), debido a tu fe, a tu devoción, a lo “bondadoso” que te crees, y a tu sometimiento a su “voluntad”.
Sólo te sugiero esto, pero si prefieres ignorarlo y andar por ahí ladrando o rebuznando tu “felicidad” y tus privilegios en medio del desastre planetario, el amor de tu dios ante la realidad de un mundo que se pudre de desamor, el pan que entiendes te ha sido dado por tus virtudes, ante la verdad del hambre que se come gran parte del planeta, predicando tu sanidad ante un mundo enfermo del cuerpo y del alma, allá tú.
Allá tú si tu presuntuosa ignorancia no entiende de respeto, si no puedes reconocer que tu dios ha sido la estafa mejor consensuada de la humanidad, y que todas estas tribulaciones humanas, que en nada deberían serte ajenas, pueden caer sobre ti en el cualquier momento o circunstancia, sin que la inoperante divinidad de tu falsa narrativa pueda ir en tu auxilio.
Guarda silencio e intenta mirar con sabiduría a tu alrededor. No hables hasta que tus ojos puedan ver más allá de la simple apariencia de las cosas, hasta que puedas escuchar los gritos desesperantes de muchos de tus congéneres, sólo así podrá surgir desde tu interior tu más alta conciencia, tu más acendrada generosidad contigo y con los demás.
Yo quisiera que hagas conciencia de ello, pero de no ser así, no me queda más que tolerar tu insolente ignorancia. Además, a fin de cuentas es difícil confiar en que el desastre no va a continuar como si no fuese con él, porque está más que comprobado que este es consustancial con la esencia de la vida y la naturaleza humana, y las grandes mayorías, entre las que te incluyo, siempre habrán de apelar al auto engaño, celebrando su pequeñita gloria, provisional y amenazada, e intentando ignorar este vasto infierno casi general. Sin embargo, sería bueno que pudiéramos esforzarnos lo más posible en hacer la diferencia, en contribuir lo menos posible a este despeñadero.