Hablemos de valores. Los valores corporativos son los hábitos éticos de una empresa, con independencia de lo que esté escrito en la tarja de misión, visión y valores de la compañía. Pudiera ser que ese texto se corresponda con los reales valores de la organización, los que se ponen a prueba día a día, o que no tengan nada que ver. Que sean, simplemente, copy/paste. De hecho, esto es lo que abunda y aquello lo que escasea.
Los valores son importantes. Sirven de guía a las personas para la toma de decisiones, particularmente cuando aparece algún dilema ético al que se enfrenta la organización, y eso puede ser tan ordinario cómo decidir si hace o no negocios con un cliente con valores diferentes a los suyos o si recluta una estrella profesional, desde el punto de vista técnico, pero que no exhibe similares fortalezas en el plano de los valores.
No le creo a un banco que se dice respetuoso del ambiente, pero financia un emprendimiento depredador del ambiente.
Tengo serias dudas de una empresa que enarbola que para ella su gente es lo más importante, pero usa un proveedor que como cultura sistémica maltrata a su equipo.
No es genuina una organización que enarbola la equidad de género, pero las mujeres son minoría en su consejo de directores o en los altos niveles gerenciales, cuando existen mujeres con las capacidades necesarias para estar encumbradas.
Es parasitismo de marketing enarbolar la causa de la no violencia contra la mujer, pero no tomar partido público cuando un crimen machista estremece a la sociedad o patrocinar proyectos liderados por machos golpeadores o asesinos.
Ninguno de los casos genéricos que he mencionado antes son producto de mi imaginación, sino que los he ido recordando a medida que iba escribiendo esta columna. Ocurren ordinariamente en la comunidad de negocios de República Dominicana, donde no pasa mucho tiempo sin que veamos gremios empresariales que dicen defender la institucionalidad hasta que alentar su violación les conviene (circunstancialmente), cuando no es que claramente cierran filas con acciones que debilitan la institucionalidad o hacen mutis por respuesta ante estas acciones.
Hay una expresión sajona que a mí me encanta y para la que no conozco una traducción en español que comporte la misma fuerza: “stand up for…” y suelo verla en titulares noticiosos de los medios estadounidenses para reseñar que tal o cual empresa “se pone de pie por…” los derechos de la niñez, la equidad, la democracia, o, en cambio “stand up against…” (sale al frente a) el racismo, la homofobia, el asalto al Capitolio, etc.
Algunas de esas empresas lo hacen porque viven sus valores, porque el activismo corporativo forma parte de su identidad; otras están forzadas por la presión pública para que tomen partido, porque de no hacerlo sufrirán el boicot de los consumidores. Son consumidores conscientes, militantes, que saben el poder que tienen para hacer que las empresas vivan los valores que predican, si es que no lo hacen motu proprio.
Puede que yo no lo vea, puede que sí, porque el mundo va muy rápido, pero alguna vez llegará el momento en que las empresas en República Dominicana tengan que vivir sus valores, sea porque lo hagan espontáneamente o porque una comunidad vibrante de consumidores “get up, stand up (oh yeah) stand up for your rights”, como versa una de lo tantos himnos que le sobreviven al inmortal Bob Marley.