Desde mi Observatorio de la Ciudad Primada de América me dirijo, en mi decimocuarta crónica, a todos mis improbables lectores con el interés de hablarles de una egregia figura. Me refiero al gran Artista Plástico, Canciller de la Hispánica Orden Ecuestre del Encuentro de las Américas, Comendador de la Orden del Camino de Santiago en República Dominicana, Guardián de la Cultura Dominicana y la mejor persona que he conocido en el Continente Americano. Honor a quien honor merece.
Confieso que no me gusta escribir y glosar la trayectoria y virtudes del gran Geo Ripley porque pudiera parecer que existe en mí algún tipo de interés por cooptar su persona y su amistad, haciéndola de mi exclusiva propiedad. Nada más lejos de la realidad.
Humildemente, creo que poco se escribe sobre Geo Ripley si se compara con la gran altura que tiene su trayectoria en el ámbito de las Artes y la Cultura de República Dominicana y de toda la región del Caribe.
Desde mi Observatorio quiero compensar, en una pequeña proporción, esa situación y glosar lo que es un excelso devenir vital timbrado por la genialidad, la inteligencia, la cultura y el buen corazón de un ser humano excelente.
Es, hasta la fecha, el único ser humano fuera de mi familia o allegados que me ha podido sacar una lágrima. No piensen que es algo sin valor. Lo que acabo de decir tiene una gran relevancia y eso lo sabrán aquellos que me conocen. Soy de naturaleza fuerte, un asturiano que arrecia los temporales y que está curtido por el salitre del mar. No soy dado a derrumbarme por ninguna circunstancia vital y más bien me hago fuerte ante los embates de la vida (siguiendo el estilo estoico). Por ello, afirmar que Geo Ripley en su tránsito a una segunda etapa vital (después de haber pasado por un quebranto de su gran Corazón) me sacó una lágrima supone decir mucho para mí. Pero basta ya de confesiones personales y centrémonos en lo importante.
Se acaba de cumplir un año de su nombramiento como Guardián de la Cultura Dominicana, ilustre galardón concedido por el Centro Cultural Perelló. Ese reconocimiento fue un sentido homenaje que le hicieron desde Baní, en el cual pude participar y pronunciar un discurso en su honor.
Y ahora tomando la habitual licencia del escritor, me atrevo a decir que se me antoja que pronto debiera haber algún nuevo reconocimiento (público o privado) a una persona que es parte del Patrimonio Cultural Inmaterial del Pueblo Dominicano.
El día que Geo nos falte físicamente, y sólo nos quede su espíritu, estoy seguro de que las hermosas reflexiones, los epítetos y las grandes consideraciones para con su persona llegarán de múltiples lugares. Dicho lo anterior, creo que es de justicia reconocer en vida lo que sobradamente se ha ganado una persona como él. Abanderado de la Cultura, gran promotor y defensor de todos aquellos jóvenes que tienen potencial para aportar al País o a la Humanidad, Artista Consagrado a nivel Internacional, Caballero de elegantes y cuidadas costumbres, sembrador de Paz, defensor de las causas justas y gran embajador cultural que ha llevado por América y Europa el nombre de República Dominicana.
Es cierto que si siento tanto afecto por él mis palabras pueden pecar de no ser juiciosas o, en algún caso, estar distorsionadas por el sentido cariño. Con todo, puedo asegurarles que es un ser de Luz y hombre de bien (como lo podrán asegurar y testimoniar todas las personas que le conocen en persona).
Yo que no soy de prodigarme en conceder el título de “don” ni de “maestro” a casi nadie, hinco mi rodilla en el suelo y me permito decirle a Geo lo siguiente: Maestro, que tu luz interior siga iluminando la Cultura y las Artes del Caribe y que tu escudo de Caballero proteja (por muchos años) todas aquellas causas que merecen ser defendidas e impulsadas en provecho de la Cultura y las Artes Dominicanas.
Me despido, pues ya he hablado demasiado, y agradezco su paciencia y conmiseración con el que les escribe.