La propaganda oficial de este gobierno enfatiza que el 5% de crecimiento de nuestra economía es el más elevado de toda América Latina, al tiempo que nuestra inflación, al estar por debajo del tope-objetivo de un 4%, es de las más bajas de la región. Nos recuerdan que el desempleo ha disminuido y que la devaluación anual de nuestro peso es la más baja del continente. Por supuesto, siempre nos citan que el turismo, las remesas y la inversión extranjera siguen subiendo.
Pensaba en todo eso cuando al llegar a Punta Cana me encontré con un letrero que decía “Si sobreviviste la capital, bienvenido a este paraíso”. Para los que vivimos en Santo Domingo el viacrucis de los largos tapones, las inundaciones de nuestras calles en los últimos meses y los asaltos en los barrios pobres deterioran mucho la calidad de nuestra vida. Además, para la población en general los muy bajos niveles de educación en las escuelas públicas, tan maltratadas por el sindicato de maestros, así como la baja calidad de los servicios de salud en nuestros hospitales indican que la calidad de vida entre los dominicanos pobres y de clase media es bien baja y complicada.
Parte de este problema radica en que mientras que en los gobiernos de Joaquín Balaguer la mitad del presupuesto se invertía en obras públicas y la otra mitad en gastos corrientes, durante los últimos años el grueso del presupuesto está representado por gastos corrientes y la proporción en inversiones públicas es muy reducida, lo que se refleja en la ausencia de muy necesarias obras públicas en temas como transporte urbano, la educación y la salud.
En el alto nivel de gastos corrientes ha influido el hecho de que, durante la pandemia, como los dominicanos estábamos obligados a quedarnos en la casa, el gobierno de entonces y el actual decidieron seguir suministrando luz veinticuatro horas al día y siete días a la semana a los que no pagaban y ese enorme déficit en cuenta corriente de las tres distribuidoras se come una parte importante de nuestro presupuesto. Durante la pandemia se emitieron para nuestros pobres una serie de tarjetas de débito que se continúan otorgando, a pesar de que ya no existe la pandemia. Los precios de la gasolina se mantienen congelados por debajo de su costo, representando otro déficit presupuestal. Cada vez que entra a mercado un carro eléctrico aumenta el déficit presupuestal, pues esa energía es subsidiada, mientras que la gasolina de automóviles paga impuestos. Algo que contribuye muchísimo al alto nivel del gasto corriente son los intereses que hay que pagar por una deuda externa e interna en que se ha incurrido durante por lo menos veinte años. De cada cien pesos que un dominicano paga en impuestos, un alto 23% hay que dedicarlo a pagar esos intereses.
Pero lo más grave es que nuestro país es uno donde la mayor proporción de sus adultos están en la nómina pública, pues cada departamento del gobierno, antes y ahora, mantiene un cupo de “compañeritos” que no trabajan, pero que se necesitan para que voten por el partido en el poder.
En fin, que el problema va más allá de cuál es el partido que esté en el gobierno y de quién es el presidente, sino que es el sistema político nuestro el cual crea la crisis, pues su objetivo básico es utilizar, cada día del año, los recursos del presupuesto para garantizar que cuando las elecciones los que están en la nómina pública y en los programas subsidiados voten por el partido de gobierno.