«Soy tan real como la fe que compartimos», dijo el padre Justin antes de que lo obligaran a colgar los hábitos, pues los consejos que daba estaban fuera de lugar. Al parecer, sus palabras no sólo ignoraban la ortodoxia católica y provocaban burlas; sobre todo, generaron confusión y enojo entre la grey.
La orden de su retiro no salió del flamígero dedo del obispo, ya que el sacerdote no se formó en las tediosas aulas del seminario, sino que fue concebido por la inteligencia artificial. Es decir, el reverendo Justin no era de carne ni de hueso, ni tenía alma ni un pedazo de pescuezo, si me permiten la mala rima, no era más que un triste y virtual chatbot.
Para los despistados como yo, los expertos aclaran que un chatbot es un software capaz de mantener una conversación en tiempo real. En efecto, don Justin había sido creado por una editorial de San Diego, California, presurosa para servirse de las nuevas tecnologías y así responder dudas existenciales, problemas de fe, aclaración de los evangelios y cosas por el estilo.
Por desgracia, duró menos que rezar un Padre Nuestro. Así que ya no podremos interactuar con la imagen de ese hombre de pelo y barbas blancas, sonrisa a prueba de tentaciones, sotana solemnemente alegre. Como he dicho, los jefes de Catholic Answers, tuvieron que eliminarlo por ponerse a repartir absoluciones a la distancia, pese a que las haya justificado con versículos de San Juan: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar […] y limpiarnos de toda maldad».
Sabemos que el mundo del internet funciona de forma binaria. Por ello, dicha alusión bíblica fue considerada como un perdón absoluto y exprés que, pese a estar acorde con la modernidad actual, omite un detalle ineludible: sólo puede otorgarla un sacerdote, de preferencia en el confesionario.
Por eso ahora nada de sotanas, una camisa blanca y consejos simplones, meras palabras de aliento que rematan con la consabida cantaleta: Si las molestias persisten, consulte a su cura de confianza, I’m just Justin.
Por más que uno quiera ser serio, la risa termina por imponerse y para los creadores fue demasiado choteo. Alguien le preguntó al ex cura, supongo que, «agobiado» por las aguas bautismales o, mejor dicho, por la falta de ellas, si podía utilizar un poco de Gatorade en un caso de urgencia para ungir a un pequeño. ¿Imaginan la respuesta?
Luego en otra conversación declaró sin timidez que la masturbación no era sino el reflejo de un problema moral… y grave. Aquí perdió la oportunidad de aconsejar a los amantes de deportes en solitario, que mejor intentaran tomar una bebida energizante, bien fría, para espantar tan «feo» impulso y así hubiera matado dos pájaros de un manotazo.
Supongo que lo peor fue la fe ciega en la perfección del papa Francisco, de quien dijo estar seguro que no comete errores gracias a los cánticos del Gospel y a la intervención del espíritu santo, quienes lo ayudan a repeler cualquier fallo…
En resumidas cuentas, los contrariados creyentes tendrán que volver a los métodos tradicionales, esto es, ir a misa, leer la sagrada escritura y buscar a su confesor en horarios de oficina, digo de parroquia y olvidarse de que la inteligencia artificial nos puede acercar al cielo tan ansiado.
Mejor recordemos la sabiduría de Cantinflas cuando aseguraba que el agua es tan mala que hasta la bendicen, para luego echarse otro tequila.