Dentro del ámbito académico en general, se hacen investigaciones en una diversidad de campos, cada uno con sus propias metodologías, enfoques y criterios particulares. En contraste, en el ámbito científico, la investigación generalmente adopta un enfoque predominantemente cuantitativo y experimental, que se centra en la observación meticulosa y la medición exacta de los fenómenos naturales, mientras que las disciplinas humanísticas a menudo se adentran en un terreno más subjetivo e interpretativo. Sin embargo, entendemos que este no es el caso de la Facultad de Humanidades de la UASD, donde se tiende a privilegiar un enfoque más cuantitativo de espaldas a los cualitativos y hermenéuticos que se esperar se debe observar en la investigación propia de su campo. En el presente trabajo, exploraremos el predominio de los procedimientos científicos y la orientación marcadamente marxista de sus enfoques de épocas pasadas, que se le da a la investigación en dicha Facultad, en donde examinaremos algunos criterios y enfoques alternativos utilizados en este campo vs. los empleados por el de las ciencias. A través de este análisis comparativo, buscamos comprender cómo estas diferencias influyen en la forma en que se abordan y se comprenden diversas facetas del mundo que nos rodea, desde aspectos de la cultura, la historia y la sociedad.
Para entrar en materia, empecemos con el siguiente poema “Cuando al erudito astrónomo escuchaba” (When I Heard the Learn’d Astronomer), de Walt Whitman, para ilustrar la diferencia en la actitud que adopta el artista frente a la realidad vs. la del hombre de ciencia ante su objeto de estudio.
Cuando al erudito astrónomo escuchaba,
Cuando las evidencias y cifras se presentaron
frente a mí
en columnas dispuestas,
Cuando se me mostraron los gráficos y diagramas
que las sumaban, dividían y calculaban,
Cuando sentado escuchaba al astrónomo
en el salón de conferencias
donde disertaba con muchos aplausos,
Qué rápido, sin explicación alguna,
me cansé y enfermé,
Hasta que poniéndome de pie y escurriéndome,
a andar me eché,
En el místico aire húmedo de la noche,
y de vez en cuando,
en perfecto silencio
a las estrellas consultaba.
(Nuestra traducción del inglés)
El poema de Whitman, escrito en 1865, es un reflejo de la diferencia que existe entre la mente (como asiento del conocimiento científico) y el corazón (como la fuente de los sentimientos y las emociones) (Abcarian, Richard, y Melvin Klotz. Literature: the Human Experience. EUA: Bedford/St. Martins, 1996, 895). Pero no menos importante aún, el poeta norteamericano revela, en sus versos, la diferencia en la postura que toma el artista respecto a la realidad en comparación con la del científico hacia la “verdad” que desean conocer en sus estudios. Como se sabe, aquel tiene como disciplina experimentar, tabular datos, analizar, disecar, clasificar, categorizar, verificar, en cada momento las relaciones de causa y efecto entre los hechos, siguiendo una gama de pasos preestablecidos. Este, por el contrario, no hace nada de eso, sino que piensa llegar a la “verdad” de las cosas solo relacionándose con el todo a través de la imaginación.
Si bien en sus principios fueran parte de una misma “ciencia”, y, en ese sentido, también delimitaron y ayudaron a ordenar el mundo natural (Ibid.), como podemos ver, las artes (entre ellas la literatura) tienen una filosofía y una naturaleza particulares. No solamente son estas distintas en sus procedimientos a las ciencias, sino que, las más de las veces, les es indiferente comportarse con el mismo rigor y disciplina de estas ante la “verdad”. “La verdad”, como escriben René Wellek y Austin Warren “es del dominio de los pensadores sistemáticos, y los artistas no son tales” (Theory of Literature. New York: Hartcourt, Brace & World, 1956, 34). En cambio, para Friedrich Engels, el conocimiento de la verdad de las cosas es dudoso, lo cual implicó para él uno de los problemas que recurren en el quehacer científico en la cultura moderna. “¿Es posible aprehender las esencias del ‘mundo externo’”, se cuestiona, “y reconstruirlo en el pensamiento científico?”. “O, ¿existe una realidad incognoscible indefectiblemente al margen de la sociedad humana?”. (Pérez Marrero, Josefina. Investigaciones universitarias 1978-1983. Santo Domingo: Editora UASD, 1984, 325). Más aún: para Derrida y la teoría deconstruccionista de la escritura y el lenguaje, solo conocemos la realidad a través del mismo lenguaje, el cual es inestable y ambiguo. A su criterio, no se puede hablar de la verdad, el conocimiento y el significado en sentido absoluto. (Abcarian y Klotz, op. cit., 923) En ese mismo espíritu, la tesis de Derrida es sostenida por la crítica sicoanalítica, cuando nos considera como individuos con una psique profundamente dividida por deseos reprimidos que se reflejan inconscientemente en las de artes y literarias. Como afirma Paul J. Hunter, al comentar sobre la crítica lacaniana: “La palabra, pues, es algo que no se puede lograr”. Y agrega: “El lenguaje, al extenderse de una palabra a otra, lucha, pero nunca logra su objeto, al caer en la arena del deseo”. (Véase The Norton Introduction to Poetry.6th ed. New York, London: W. W. Norton & Company, 1996, 584).
En otras palabras, al artista y el literato le interesan la “verdad” en tanto tenga sentido desde el punto de vista de las emociones y los sentimientos. No solamente son las artes y la literatura y la ciencia diferentes en sus métodos, sino que también en la forma de comunicar el conocimiento. Mientras estas utilizan el modo discursivo, las dos primeras emplean el de la presentación. “Si se limita la verdad a lo que cada uno puede verificar metódicamente, afirman Wellek y Warren, “entonces las artes no pueden ser una forma de la verdad experimentalmente”. (op. cit., 34) Es decir, como en las ciencias, la experimentación es una constante en las artes y la literatura, solo que, se pierde en todo rigor el sentido de los procedimientos en unas y en otras; el resultado no es sino confusión. Es desde una perspectiva similar que Émile Zola, figura principal del naturalismo, parte en su pretensión de aplicar a las artes y la literatura su teoría mecanicista de la realidad. Semejante escritor sostuvo que los postulados del autor acerca de la naturaleza y operación de fuerzas en los seres humanos pueden estar sujetos a condiciones de laboratorio en una novela. Por lo tanto, su probable desconocimiento, en el sentido de que preferencias, inclinaciones e intereses naturalmente individuales pueden, aun inconscientemente, filtrarse en la obra del artista y el artista en tanto que aplican el rigor científico a esa realidad, no hizo más que escandalizar a los simbolistas franceses. Estos ven lo inmediato, lo único y la respuesta emocional personal como el fin último del arte. No es su meta ni les interesa. Las emociones que experimentan el poeta y el artista son irrepetibles. Importa un comino que tengan un significado preciso. En este tenor, entendemos que la aplicación de las críticas sicoanalítica y deconstruccionista a una obra de arte, son de un valor inestimable.
A la inversa, ha de considerarse cerrada y no exenta de mitos y prejuicios la concepción de ver las ciencias solamente como una fría colección de datos en gran escala. Conforme lo establece Jacob Bronowski, al no ser por el despliegue por su gran capacidad creativa, Copérnico, Kepler, y Newton no habrían llegado a sus grandes descubrimientos científicos. El primero pensó que luciría más sencillo ver las órbitas de los planetas desde el Sol, y no desde la Tierra. El segundo intentó relacionar las velocidades de los planetas con los intervalos musicales. Por último, Newton supuso que la misma fuerza de la gravedad que alcanza hasta la copa del árbol, de donde cayó la manzana, podría continuar extendiéndose más allá de la tierra y su atmósfera, sin límites hasta llegar al espacio. (Eastman, Arthur M., et al., eds. The Norton Reader: An Anthology of Expository Prose. 6th ed. New York, London: W. W. Norton & Company, 1984, 555, 557) O sea, que a fin de cuentas, desde esa perspectiva, es poca la diferencia que existe entre el científico y el artista y el literato. Lo es porque, en ambos casos, el elemento que entra en juego, tanto en el descubrimiento científico como en la realización de una obra de arte y literaria, es solo uno –la capacidad creativa, la imaginación.
Con todo, esto no significa que las artes y la literatura no se conduzcan con un método o múltiples métodos en su búsqueda y tratamiento de la realidad. Lo que sucede ahora es que tienen su propio rigor y su propia disciplina, mientras en tiempos antiguos compartieron con las ciencias métodos similares para abordar la “verdad” de las cosas. Como sostienen Abcarian y Klotz, nosotros en la cultura occidental moderna, claro está, llevamos una vida muy diferente, con un desarrollo marcado por la diferenciación y especialización de los esfuerzos humanos de la misma manera en que lo han hecho la ciencia con las artes, al dividirse ambas en disciplinas separadas si bien relacionadas”. (op. cit., 894 – 895) En otras palabras, la división existente en el presente entre el método científico y el método de investigación en las Humanidades de abordar la “verdad” se debe al proceso de especialización que ha ocurrido como consecuencia del desarrollo de la tecnología. En la especialización se pierde la perspectiva del todo. La verdad es aislada con una pinza y se pretende que esta sea toda la verdad y nada más que la verdad, concepto, este, tan complejo e inasible. Al final no existe contradicción entre las ciencias como especulación y las artes. La contradicción se encuentra más bien entre la tecnología y las artes, pues a través de la aquella el científico deja de ser aquel ente creativo que hace que pueda encontrar algo en común con el artista y el literato.
Hemos iniciado nuestro trabajo con estas disquisiciones en vista de que en la Facultad de Humanidades de la UASD, desde el decenio de los años sesenta y setenta, han predominado esquemas de investigación científicos que son propios de las ciencias sociales para todas sus disciplinas. Parejos esquemas, que se remontan a un modelo de investigación marxista en boga en las referidas décadas, poco más, poco menos, aún prevalecen en nuestros días. En diversos talleres sobre investigación científica que se realizaron en la Universidad (Pérez Marrero, op. cit., 1984), la única metodología que se esperó se desarrollara fue, naturalmente, la marxista, y en su vertiente hegeliana. Incluso las investigaciones de índole artística y literaria tuvieron que reducirse a las premisas generales de dicho método. A su través, se habrían de ver como una unidad, como parte de la sociedad en su conjunto. Es decir, no se le consideró a esta como un laboratorio hirviente de contradicciones (reflejadas en las mismas obras artísticas y literarias) tal como las vio Marx, cuya concepción materialista de la historia fue la razón principal que lo llevó a romper con la tesis idealista de Hegel. Se instrumentalizan las obras de arte en general por razones ajenas a lo que es su naturaleza, esto es, la de sensibilizar, desarrollar un sentido crítico y creativo, reflejar las tensiones sociales y políticas y ensanchar el horizonte cultural como humano. Por inscribirse contra las ideologías, en el sentido de que estas no dejan al ser humano pensar ni sentir por sí mismo, de ahí que los poderes político y religioso pretendan reducir las artes en su función. Se aspiró, en los citados talleres de investigación, a que los estudios en las artes y la literatura siguieran los pasos ya prestablecidos de los esquemas de investigación cuantitativos y marxistas cuales sistemas herméticamente cerrados.
Conocida es la posición de Stalin, y conocidos son los escritos de Trotsky sobre arte y revolución, como conocida es la discrepancia entre ellos acerca de su auténtico papel. Mientras el uno veía su rol como propaganda (detrás de la cual resuena la arriesgada posición de Platón sobre el poeta como mentiroso) el otro, conforme lo apunta T. S. Eliot, consideraba su papel como una función del hombre indisolublemente unida a su vida y su medio”. (Bate, Walter Jackson. Criticism: The Major Texts. New York: Harcourt, Brace & World, Inc., 1952, 543) No obstante, para los intelectuales militantes dominicanos de los decenios de los años sesenta, setenta y principios de los ochenta, de las dos posiciones entre Stalin y Trotsky, prevaleció la de aquel como propaganda. Se advierte en el tratamiento marginal que se les ha dado a las investigaciones que se han realizado en este campo.
Los métodos de investigación en las artes y la literatura han terminado por estar subordinados a los de la investigación científica. Dichos métodos, para quien los ve desde una perspectiva estalinista, deben servir para algo, y más cuando el artista y el escritor imaginativo fueron aberrantemente vistos por Stalin como “ingenieros de almas”. (Véase Meschonnic, Henri. “El marxismo excluido del lenguaje”. Cuadernos de poética. Año 3. No. 7. Septiembre – Diciembre, 1985, 45) En la exURSS debían estar al servicio del Estado, y, dentro de ellas, el poeta tenía que cantarle a la Revolución. Instrumentalización de las artes, pues. No por nada, en la Rusia de los años cincuenta, el poeta Yevgueni Yevtushenko tuvo que rebelarse al estatismo abrumador con su “grito oculto” velado en sus poemas. Y ni decir del destino trágico de Mayakovski.
Entendemos que se deben flexibilizar la metodología y los enfoques de investigación en las Humanidades compartiendo con otros criterios, consideraciones y métodos de investigación alternativos. Así se ensancharían las perspectivas en la búsqueda y tratamiento de la realidad al desnudo. La era de la Revolución Industrial data de mediados del siglo XIX, tiempo en que se separaron las ciencias de las artes. Es exactamente en ese periodo que Whitman escribió su poema arriba tratado, como si lo hubiese escrito para dar la clarinada de la época que se acercaba. A estas alturas del partido, a la inversa, en la Facultad de Humanidades de la UASD todavía nos empecinamos en meterlas en la misma horma, al pasar por alto la naturaleza y filosofía peculiares que orientan a una y a otras. Como sugiere el poeta norteamericano en sus versos de marras, no es cierto que en toda su dimensión y valor se puedan disecar, tabular, poner en gráficos, en cifras, en diagramas y columnas, a un sentimiento y una emoción, con todo y que se les pudiera medir y rastrear científicamente en aparatos, como afirmaron una vez, en tono triunfalista, dos profesores de ciencias en esa misma Facultad. Lo que quedaron cortos en ver los colegas es que semejantes instrumentos pueden medir el reflejo, o sea, las sombras de esos sentimientos y emociones, puesto que la emoción en sí es incomunicable, volátil, por ser una experiencia única en cada ser humano. No es cierto que los sentimientos y las emociones, elementos esenciales con los que trabajan las artes a través de diferentes tipos de lenguaje, ni puedan ni necesiten ser probados con rigurosidad en una hipótesis. Por algo dijo Pascal, que “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.
Ciertamente, esto no significa que los métodos y enfoques de investigación en las artes, por resistir los de las ciencias, no observen su propio rigor y disciplina. Al contrario, aquellos, guardan coherencia en las proposiciones que sostienen o defienden. La coherencia en la escritura y cualquier expresión artística, he ahí la clave a la cual se dirigen el rigor y la disciplina en el dominio de las artes. En palabras de Wellek y Warren, “La coherencia es, sin duda, un criterio estético, así como lógico”. (op. cit., 246) Tal principio se encuentra en las grandes obras del arte imaginativo.
Que se investigue en la Facultad de Humanidades con su metodología de investigación cuantitativa de forma ininterrumpida no implica, y mucho menos asegura, que se vaya a elaborar una tesis bien hecha hasta su conclusión. Además, no se puede cantar victoria en la producción del conocimiento científico, en vista de que el mismo concepto de verdad ha sido tan cuestionado en estos tiempos de postverdad. El hecho de que haya múltiples verdades debe llevar a los que investigan en el campo de las ciencias a pensar sobre cualquier reclamo al respecto.
Si se revisara las más de las tesis escritas en su área de postgrado y las de los trabajos de investigación que lograron ser publicados por una buena parte de investigadores de esta Facultad, estos no resistirían un examen riguroso en lo que respecta a la exposición formal y las técnicas del discurso. Para empezar, son cuestionables algunos modelos de bibliografías utilizados. Predomina en ellos el desconocimiento de la función básica de un párrafo, de la declaración de tesis, de las paráfrasis, comentarios, resúmenes, el mecanismo de citas, etcétera. Salta a la vista, sobre todo, la posición acrítica y conservadora en los juicios que el estudiante-investigador intenta exponer, una falla que se extiende, en gran escala, hacia su cultura misma. A menudo se dan casos en que este empieza y termina citando un párrafo excesivamente largo sin que se sepa cuál es su reacción a la idea o concepto planteado. Se echa de menos tanto las posiciones de reforzar como las de rebatir las argumentaciones y proposiciones de los autores que se trabajan. Es decir, el manejo torpe de las técnicas del discurso académico en dichos investigadores deja de convencer al lector perspicaz. Otro problema, y no menos importante, es el de incurrir en plagios, sea de forma intencional o involuntaria. En uno y en otro caso, en otras culturas, de descubrirse el fraude, conllevaría la expulsión del estudiante de las universidades donde estudian, y de grave violación a la propiedad intelectual cuando son escritores o investigadores independientes. Las paráfrasis a un texto, con todo y ser comentadas en palabras propias del investigador, como quiera deben ser reconocidas en sus créditos al autor o autores de cuyos textos se extraen. No es exactamente el caso de las más de las investigaciones en Humanidades.
Para concluir, pensamos, y estamos convencidos, de que urge reorientar los criterios, enfoques y metodología de investigación en la Facultad de Humanidades de la UASD. Una vez logrado este procedimiento, es imprescindible mantener una actitud abierta y flexible a los cambios que se dan en el dominio de las ciencias, pero en particular, en el de las artes, que deben ser los de más interés para estas. En lugar de fomentarse criterios y enfoques con matices arqueológicos en el acercamiento a la “verdad” (la de diez mil nombres como la de la diosa egipcia Isis, en palabras de Ortega y Gasset), viene al caso no perder de vista que la realidad es cambiante, dinámica; por lo tanto, necesita, cada cierto tiempo, de un nuevo lenguaje, sea discursivo, como el de las ciencias, sea de presentación, como el de las artes, un lenguaje que sea fiel a los cambios que se operan en todos los ámbitos del conocimiento, del significado y de la realidad.