Paciencia moral ante la IA en el ciberespacio

Ya no solo vivimos en el espacio social del mundo, sino también en el ciberespacio del cibermundo. Este espacio cibernético de hiperconectividad y virtualidad ha cambiado nuestra percepción de la realidad. En él, no distinguimos entre sujetos reales o virtuales cuando navegamos por sus confines. Desde el ciberespacio, tomamos lo virtual como algo real, como parte de nuestra cotidianidad. La IA, que surge de este espacio interactivo, nos ofrece una amplia gama de campos que abarcan desde la biotecnología, la educación, el medio ambiente y la salud hasta la cibercultura, lo que muestra su importancia. Es por lo que:

“Crear inteligencia artificial eleva las apuestas. Se trata de ni más ni menos, de crear máquinas

que interactúan con nosotros en el terreno de las cualidades humanas. Además, pedimos a la

inteligencia artificial, término introducido en 1956 por McCarthy, que esta interacción sea tan

perfecta que no seamos capaces de saber si nos relacionamos con máquinas con otros

humanos” (Latorre, 2019, p. 87).

 

Ante tantas amenazas y ciberamenazas que enfrentamos en el espacio y el ciberespacio se ha de impulsar soluciones pacíficas y sostenibles. Promover una política de diálogo, cooperación y solidaridad entre los pueblos; impulsar los cambios cibernéticos y tecnológicos para mejorar el bienestar y el desarrollo social, pero cargado de los valores fundamentales: convivencia pacífica y justicia social. La paz en estos tiempos transidos y cibernéticos es imprescindible.

Los tiempos actuales son acelerados, convulsos y difíciles, pero también son tiempos de resiliencia. Quienes no aprendan a navegar con estrés de baja intensidad y de corta duración en ese espacio de interacción virtual que es el ciberespacio, pueden caer en la degradación de la vida y en el bloqueo de la capacidad de aprendizaje e innovación.

El sujeto cibernético debe cultivar la paciencia moral en ese laberinto ciberespacial que no solo está constituido por aprendizaje y conocimiento, sino también por ignorancia y estupideces. Muchos sujetos no comprenden que vivimos en nuevos paradigmas que han dejado obsoletos saberes y conocimientos que se pensaban inamovibles.

El filósofo Coeckelbergh (2021) en su texto sobre ética en la IA, nos explica cómo la IA impacta en lo social y lo político en lo concerniente a la justicia, autonomía, la seguridad y la privacidad, que pone en juego a la misma democracia. Aunque no excluye la oportunidad y el potencial que esta tiene para mejorar el bienestar y la inclusión social, todo articulado en el plano de lo que siempre he reflexionado desde los inicios de los noventa del siglo XX, la imposibilidad de desentendernos de los temas ciberespaciales, de todo lo que el ciberespacio y su plurilingüismo y de tener paciencia moral para seguir luchando por su acceso universal como bien lo ha venido abordando desde el 2003 la UNESCO y que fue parte de la agenda, en la 42ª reunión de su Conferencia General de noviembre 2023, y que articuló con los avances vertiginosos de la IA.

De acuerdo con Coeckelbergh, la IA nos brinda amplios beneficios en el plano comercial, de servicios públicos y en especial en medicina donde el reconocimiento de imágenes puede contribuir al diagnóstico de cáncer o alzhéimer. Sin embargo, también nos plantea problemas éticos que van desde reforzar prejuicios y discriminación injustas hasta la violación a la privacidad y vigilancia total.

Para este filósofo dado que la IA se está volviendo cada vez más inteligente y autónoma, se ha de formular en el ámbito de lo ético preguntas como son: “¿Se le debería otorgar, o desarrollará la IA, algunas capacidades para razonamiento moral, el juicio y la toma decisiones?

¿Pueden y deben los coches autónomos que usan IA ser considerados agentes morales? (…)

¿Deberíamos tratarla de forma diferente a por ejemplo una tostadora o una lavadora?

¿Deberíamos otorgar derecho a una entidad artificial altamente inteligente, si tal entidad se desarrollase algún día, incluso si fuese humana? ¿Es una IA, una simple máquina o merece alguna forma de consideración moral?” (Coeckelbergh,2021 p.51).

Esto deja abierto algunos dilemas y estatus morales, así como un abanico de posibilidades de cómo deberíamos tratar una IA, según este pensador y de cómo debería analizarse las capacidades morales que tiene o debería tener este tipo de inteligencia. Todo lo cual entra en el plano de lo filosófico como “problema de la paciencia moral, que no gira en torno a la ética de o en la IA, sino a nuestra ética para con la IA” (ibid.).

La paciencia moral en el cibermundo forma parte de la ética del discurso que se ha de poner de manifiesto en la ética aplicada, porque entra en reconocimiento de pluralidad y la complejidad de las realidades virtuales y el dialogar con argumentos racionales y evidencias empíricas, así como buscar soluciones pacíficas y consensuadas a los conflictos o problemas que surjan, que como bien apunta la filósofa Adela Cortina (2016), se puede lograr solo en una democracia radical, no en regímenes totalitarios.

Paciencia moral que envuelve la serenidad, esperar de manera sosegada que los fenómenos emergentes sucedan o darle tiempo a que sucedan, porque no depende de uno. Las almas se agitan en las redes virtuales del cibermundo por eso la paciencia moral incluye el cultivo de lo virtuoso no de lo vicioso, así como lo que es la tolerancia y la perseverancia.

Este tipo de paciencia va en contra de la impaciencia que pulula en las redes sociales, que es lugar donde abunda el desasosiego, la ansiedad e intranquilidad y la desesperación, que como características fundamentales se convierte en la amenaza de todo sujeto cibernético de dimensión ética.

Kierkegaard reflexionó sobre la paciencia como parte de la existencia, de la ética y la religión.

Para este filósofo la paciencia va contra todo acto de caer en la desesperación y en el camino del extravío que bloquea toda búsqueda de autenticidad de vida, y la edificación del amor. Por eso, la paciencia implica un proceso lento, tortuoso y arriesgado que va cambiando el estilo de vivir del sujeto cibernético.

En sus textos Las obras del amor (1965, vol. V), Kierkegaard critica el racionalismo y el empirismo, le da importancia a la paciencia vinculada al amor, al silencio como virtud: “La paciencia consiste precisamente en el aguante para presuponer que el amor existe (…). El amor edifica mediante la paciencia “(p. 29).

En esta paciencia moral no entra ningún tipo de inteligencia artificial, porque su inteligencia es para la aceleración y la comparación y posible igualación con los humanos, no para la contemplación y la responsabilidad que es vivir una vida de paciencia moral sin resignación y pasividad, sino de actividad y compromiso.

En el ensayo sobre La paciencia en Kierkegaard (2022), el filósofo Viña Vera, explica que en la paciencia sale a relucir el vivir y la tensión como parte de la construcción de vida:

La paciencia forma parte de aquello a través de lo cual el individuo descubre la tarea de llegar a ser lo que es, que es nuclear en lo ético. La impaciencia y la desesperación son posibilidades de vivir la temporalidad, pero que no ayudan a llegar a ser lo que somos (p.16).

La inteligencia humana tiene paciencia moral porque posee conciencia y lenguaje real. Por otro lado, la inteligencia artificial (IA) no tiene conciencia moral debido a que su lenguaje es virtual y se enreda en la red del ciberespacio, no en el espacio físico.

La inteligencia artificial (IA) es capaz de procesar y estudiar grandes cantidades de datos, pero no puede comprender su significado. Sin embargo, puede ser programada con una carta de ruta de ciertos principios éticos y morales que contribuyan a reducir los riesgos de comportamiento inapropiado en el ciberespacio.