Me siento pesimista. Tal vez se deba a que en este mes de febrero cumplo 86 años de edad y especulo sobre mis reducidas perspectivas, pero también pueda deberse a mi percepción de que Trump el año que viene será nuevamente presidente de Estados Unidos. Ya adelanté en esta columna cómo nos afectaría: un impuesto norteamericano sobre las remesas, la eliminación de la unificación familiar, el mecanismo más utilizado por los dominicanos para migrar a Estados Unidos y el impuesto norteamericano generalizado a las importaciones, sin importar que somos parte del DR-CAFTA, lo que tanto perjudicaría a nuestras zonas francas.
Pero más recientemente mi pesimismo ha aumentado ante el comentario de Trump de que Estados Unidos no apoyaría militarmente a un país europeo miembro de la OTAN si este es invadido por Rusia si no está al día en sus contribuciones a ese mecanismo de defensa mutua. Es una invitación para que Putin invada a Estonia, Polonia y Finlandia, entre otros, tal y como ocurrió cuando Hitler decidió invadir a Europa a principios de la Segunda Guerra Mundial. Esa invasión afectaría a nuestros flujos turísticos, pues en tiempos de guerra la gente ahorra y deja de viajar y también afectaría la inversión extranjera en nuestro país.
Pensé que mi pesimismo era personal hasta que recientemente leí la obra “La crisis del capitalismo democrático” de Martin Wolf, el principal columnista del muy prestigioso periódico inglés “The Financial Times”. Wolf allí dice: “Dudo que Estados Unidos continúe siendo una democracia funcional hacia finales de esta década”, es decir dentro de los próximos seis años. Wolf agregó que este era “un momento de gran temor y pocas esperanzas”. Eso lo escribió en el 2022 y desde entonces todo lo estimula a ser más pesimista aún.
Pero, por suerte, en el pasado me he equivocado más de una vez. Durante mis días de estudiante universitario en Filadelfia un profesor nos pidió que dijéramos cuál país tenía mayores posibilidades de crecer, si la India o China. El curso votó por la India, por ser un país democrático y no comunista como China. A pesar de las limitaciones implícitas en su férreo sistema de castas, apoyé esa tesis. El tiempo ha demostrado cuán equivocados estábamos.
Más aún, hace apenas veinte años, cuando se hizo evidente que China estaba prosperando económicamente en base a un sistema capitalista, que estimulaba la inversión privada, a pesar de coexistir con la disciplina de un partido comunista único, yo predije públicamente que esas fuerzas capitalistas darían al traste con el régimen totalitario comunista. Tampoco bajo el comunismo había prosperado la economía rusa de Stalin. Otra vez estaba equivocado, pues Xi Jinping controla totalmente ese país, aunque su economía depende todavía de las decisiones de su sector privado. Pero de vez en cuando, a través de purgas, varios grandes capitalistas caen en desgracia.
Un mejor ejemplo de la coexistencia de un capitalismo empresarial dentro de un régimen comunista se evidencia en el caso de Viet Nam. Cuando visité ese país me asombró la cantidad de vallas promoviendo a grandes empresas norteamericanas ubicadas allí. Cuando pregunté a nuestro guía cuál era el líder comunista que encabezaba una gran caravana de automóviles acompañada de flanqueadores, me contestó que realmente se trataba de Bill Gates, quien estaba allí para continuar con sus inversiones.
Pero en contraste, en mi país las opciones del domingo pasado fueron muy simples. Como no hay forma de saber cuáles de nuestros partidos son liberales o conservadores, opté por votar por la alcaldía que pensaba, sin muchos elementos de juicio, mejor recogería la basura. Espero no haberme equivocado otra vez.