Un tema de mi interés, por ser un fenómeno psicológico que trasciende al individuo, es el de la lealtad. Esa actitud personal o grupal que lleva a aceptar, seguir y defender, valores y normas de otros, por encima de cualquier lógica o pensamiento propio.

Esa tendencia, que fuera de utilidad evolutiva para la supervivencia y la propagación de la especie, con el tiempo y el predominio de la razón, quedó relegada a sectarias luchas de poder, guerras, religiones, y a satisfacer ególatras necesitados de sumisos. Su utilidad disminuyó a medida que nos fuimos civilizando.

En estos momentos preocupa, ya que, nada más y nada menos, el futuro presidente de Estados Unidos la considera esencial para pertenecer a su equipo de gobierno. Para el hombre que dirigirá la orquesta que hace bailar y llorar al mundo, es una cualidad indispensable e irrenunciable. En su peculiar forma de pensar, la lealtad es una virtud que sobrepasa cualquier cualificación profesional o experiencia administrativa.

Sin duda, algo de lealtad para con un jefe, organización o amigo, es necesaria. Pero que esta se tenga como   la quintaesencia de las virtudes y condición sine qua non, termina siendo peligroso y degradante.

Ministros y colaboradores deberán ser “lealistas”, no de una doctrina ni de un conjunto de valores éticos o religiosos, sino de Donald Trump.  Ese líder político, que logró venderse a la mayoría del electorado, ha demostrado claras tendencias egocéntricas y ahora quiere ser venerado. Cualquier disidencia será convertida en apostasía y castigada sin contemplación.

La humillación a la que fuera sometido el senador por la Florida Marcos Rubio durante la campaña del 2016 es un ejemplo de cómo manipula Trump a las personas. Utiliza una estrategia de sumisión parecida a las de Trujillo, Balaguer, y otros adictos al mando.  Sigue esta secuencia: humillación-castigo- sometimiento- rescate-exaltación.

Pocas personas dignas hubiesen tolerado los vejámenes, insultos, ninguneos, y descalificaciones, con las que fue golpeado el veterano senador por la Florida. Sin embargo, luego de haberse dejado vejar ante millones de espectadores, el ambicioso político pasó a justificar delitos, metidas de patas, y cualquier disparate de Trump, contribuyendo a solidificar la narrativa de campaña. Cumplió el “ritual de pasaje” y fue aceptado, exaltado, y será el próximo secretario de estado del nuevo gobierno.

Hoy, aquellos que siguen razonando en Norteamérica, se preocupan al constatar que el nuevo gabinete imperial se configura en base a lealtades. El equipo de Trump no tiene reparos en admitirlo: “Necesitamos personas absolutamente leales…” O sea, que hagan lo que se les mande sin rechistar….

Tienen razón en preocuparse, pues los incondicionales terminan incapacitados para oponerse a malas decisiones, manipulados, y profesando un seguimiento irracional hacia el líder. Sin embargo, lo más alarmante es lo que demuestra la historia:  quienes exigen incondicionalidad terminan siendo dictadores, en sus diferentes pintas y variedades.

En suma, esa tendencia a rodearse de “yes men” da miedo, y si aparece en uno de los mandatarios más poderosos del mundo civilizado es alarmante. Cualquier decisión arbitraria o irracional que tome podría afectar, no sólo a la nación que gobierna, sino al mundo entero. Como se ha visto, ni la moral, ni los principios, ni los interese colectivos, ni valores religiosos, suelen frenar al impredecible personaje. Mucho menos podrán frenarlo colaboradores genuflexos.

Trump es y seguirá siendo Trump, no importa si está postulándose, en sus empresas, entre familiares, o en la presidencia. Pronto reinara y medio planeta espera sus decisiones. Será la misma persona rodeada de un equipo de obedientes. Lo que sucederá en el futuro inmediato es una incógnita. Así que, como dice la vieja canción italiana, popularizada en español por José Feliciano, “Lo que será, será…”

Imagino, que a medida que se diluya la propaganda, se acentúen incapacidades, y quede clara la vocación dictatorial del nuevo gobernante, los norteamericanos podrán darse cuenta de que son gobernados como en repúblicas bananeras.