La función primordial de un estado es el de garantizarle a todos los ciudadanos la protección mediante la creación de instituciones que estén al servicio de estos. Cuando esta facultad se pierde, se crea un estado de inseguridad ciudadana extrema.

Como en otros países, en la República Dominicana se expresa el olvido histórico del estado, con miles de familias que viven en extrema pobreza, en barrios que se convierten en caldo de cultivo para la delincuencia común y otros males sociales.

Son sectores de gente laboriosa que ven sus sueños desaparecer entre el microtráfico de sustancias prohibidas, la falta de servicios básicos, la inseguridad ciudadana, el abandono sin oportunidades, por la inexistencia de planes de desarrabalización. En esos sectores, la pobreza es un fenómeno social como resultado de la desidia política prevaleciente en ellos.

Los Jóvenes utilizan la música como escape, los diversos ritmos urbanos que como el “dembow” les sirven para resaltar lo que hace especial sus comunidades. En sus líricas desnudan la realidad de la marginación social y en los vídeos muestran por medio del “perreo” la vulgaridad como expresión artística. Se enganchan a la “única” fuente de ingresos asequible, el micrográfico.

La miseria juega un papel fundamental en el barrio Capotillo, que como el resto del los demás sectores populares, abunda por doquier, y es la que la clase gobernante emplea como panfleto en las elecciones; con promesas incumplibles, ente tanto, sus habitantes precariamente avanzan generacionalmente como una maldición para la clase adinerada.

La vida de los residentes de estos abarrotados sectores transcurre sin perspectivas, como crónicas, siendo arrebatadas por diversos factores de riesgo, hasta la impotencia de ver que sus demandas no son confrontadas años tras años. La fe es lo único que mueve a los hombres y mujeres a despertar cada día, si tienen la suerte que una “bala perdida” no los mate.

Despiertan en busca del sustento de vida que les ponga alimentos en sus mesas mientras esperan pacientemente que los gobiernos de turno recuerden de su existencia. No existen el orden proveniente de los organismos de seguridad y es por eso que reina el caos.

Las fuerzas de seguridad estigmatizan están zonas como de extremo peligro. Convirtiéndolos en sectores donde cada quien establece la ley del orden. Las personas viven sin expectativas ninguna, ya que pobreza del entorno los lleva a lo peor que es la miseria mental. La inseguridad y los atracos están a la orden del día.

Pero mientras la desigualdad sea el producto de la falta de iniciativas gubernamentales, las zonas urbanas de la República Dominicana continuara sobreviviendo el más “fuerte”; construyendo de las cenizas su propia realidad, con la esperanza de lograr escapar de estos lugares. El papel del Estado en  teoría, es el salvaguardar las vidas de sus habitantes, suministrándoles por lo menos los servicios básicos.

Para que sus moradores alcancen cierto nivel de dignidad, que sin la articulación de planes conjuntos, esos barrios nunca tendrán la protección social como aval que garantice el cumplimiento de quienes gobiernan. Si nuestra nación, no asume como modelo de bienestar social la reconstrucción de esas marginadas zonas del país; no existe solución.

Y que sin la creación de programas de expansión de empleos, casa culturales y espacios de concertación ciudadana donde las personas expongan sus quejas. Desgraciadamente, la marginalidad se expande como un cáncer generacional, sin focalización ni estrategias por parte de los políticos ni del propio Estado. Estos sectores seguirán siendo el fracaso de los modelos democráticos.