El nombre de este artículo tiene relación con el abordaje mediático que se ha dado a la muerte del conductor, impactado por una roca lanzada desde un peatonal de la avenida 27 de Febrero en la madrugada del pasado día 11. En principio la Policía Nacional acusó a un “indigente” de provocar la muerte y señaló sobre varios hechos similares en otros puntos de la ciudad.
Por qué las redes y algunos comunicadores han reaccionado cambiando el término “indigente” por “trastornado mental”, asociando el cierre del hospital psiquiátrico y su transformación en Centro de Rehabilitación Psicosocial (CRPS), en 2016 con esta muerte? Por qué esta reacción desproporcionada ante un colectivo (trastornado mental en situación de calle), que no solo no se puede defender sino que no tiene defensores y peor, que nadie quiere defender?
Sí, sabemos que nuestros temores más ancestrales y profundos se refieren a la muerte y a la locura. Una forma de negar esta última es despreciar a quien la sufre. Ese estigma lleva de manera automática a la negación de derechos y posibilidades que están consagrados en la legislación de todo régimen democrático. Estigma y discriminación son dos aberraciones sociales que laceran a los enajenados mentales que deambulan por las calles. De hecho, es el grupo social más débil y vulnerable de cuantos puede haber sobre la faz de la tierra.
Cuando analizamos los datos del Observatorio de Seguridad Ciudadana (oscrd.gob.do), notamos que hasta junio del presente año hubo en nuestro país 1552 personas heridas y 661 personas fallecidas por homicidio. El Observatorio indica las fuentes gruesas de esos números. No vimos que fueran personas con trastornos mentales los causantes. Igual ocurre cuando vemos la enorme cantidad de actos delincuenciales como robos y atracos. Es en extremo raro que estos fueran cometidos por personas con trastornos mentales. Sí, resulta que los números no se equivocan: Las personas “normales” en la calle son más agresivas que los enajenados mentales en la calle. Pero bastó con que se insinúe que alguien de un grupo social que comparte un mismo espacio público (el indigente), fue el probable culpable para que toda la rabia social se descargue contra las personas con una condición mental en situación de calle, sin ningún asidero oficial, cuando al fin y al cabo, esas personas están en ese estado porque sociedad y gobierno han fallado en el rol de ser garantes de lo que establece la Constitución: brindarles atención integral, rehabilitación e inclusión, en un marco de equidad y respeto a los derechos humanos.
Por qué el encono frente al cierre del manicomio?. Porque nos empecinamos en negar la realidad que afrenta y la queremos guardar, esconder. No importa que sea en un cepo en el fondo de la casa o un lugar desfasado y horrible como un manicomio. Porque es más fácil y mucho más económico almacenar despojos de seres humanos en lugares tétricos, inhóspitos, asquerosos y vergonzantes en lugar de enfrentarse a una transformación a fondo del sistema de salud mental, para devolver la dignidad y la atención adecuada desde en un modelo de atención integral basado en la comunidad.
En 2015 se inició un proceso de transformación, el más ambicioso y profundo jamás realizado en salud mental, que trabajó en la integralidad del sistema de salud mental per se insertado en el modelo vigente de salud general. Los trabajos de transformación conllevan no solo lo que se dejó establecido en 2020, sino que se deben seguir desarrollando los demás dispositivos que requiere dicha transformación. Obviamente, si el plan elaborado se detiene, el proceso de cambios no se dará.
En 2015 el antiguo manicomio tenía 130 pacientes, en la actualidad el CRPS tiene alrededor de 80. Es posible que esa diferencia de pacientes sea el causante de los “males” que se aducen? (Para evidenciar la diferencia entre uno y otro modelo invitamos a los lectores a ver los reportajes de Alicia Ortega y Nuria Piera). La respuesta es clara, no, no es posible porque ni el antiguo manicomio ni el Centro tienen la capacidad de aceptar una cantidad de usuarios o pacientes que sobrepasen el centenar sin colapsar.
Bien podemos señalar con certeza y evidencias donde están dichos “males”:
-No ha habido continuidad en la planificación al abandonar las directrices descritas en el PLAN NACIONAL DE SALUD MENTAL 2019-2020.
-No se ha aumentado el número de Unidades de Intervención en Crisis, peor aún, hay menos unidades que las que habían en 2020. Ni siquiera entraron en funcionamiento las que debían hacerlo en el Hospital Musa de San Pedro de Macorís y en el nuevo Hospital Aybar.
-No entraron en funcionamiento los 10 Centros de Salud Mental Comunitarios (CSMC), en el Distrito nacional y la Provincia de Santo Domingo, que fungirían como eje articulador de una atención basada en la Comunidad, por el contrario, se trasladó a parte del personal que se había reubicado para tal fin. Mucho menos se ha habilitado en ningún lugar del interior CSMC alguno. Peor aún, se cerró el Hospital de Día que funcionaba en el Hospital Moscoso Puello.
-No se ha catapultado al Primer Nivel y la Estrategia mhGAP ni la dispensación de medicamentos en dicho nivel, para evitar las recaídas y evitar nuevos ingresos.
-No se ha logrado abrir las Viviendas Tuteladas que antes de la Pandemia estaban a punto de ser inauguradas.
-No está funcionando el Programa Deambulantes. Por medio del mismo se intervenían cada semana a dos personas con trastorno mental en situación de calle y con esto se devolvía la cordura a estas personas aminorando la presión visual de estos en la ciudad. Los números de estas intervenciones están en los archivos del Ministerio de Salud y se pueden contrastar con las intervenciones actuales.
Hay más datos, muchos más, pero los que hemos señalado nos dicen claramente que en el tema de salud mental desde el gobierno ha habido un cambio pero de reversa, una clara involución. No es reabriendo el manicomio ni haciendo más manicomios que se resuelve el problema. La única forma de mitigar la situación es mejorando las políticas de gestión en salud mental, estamos frente a una muerte que llena de dolor a la familia de Joel Cabrera y hace más vulnerable a la sociedad. Ver con simplismo, prejuicio, exclusión y anatema, sea desde cuentas de redes sociales, sea desde la misma sociedad, sea desde el gobierno y sus acólitos, un tema tan serio y complejo, es como solo atrapar los mangos bajitos y escurrir el bulto.