Desde que comencé a ver “Monsters: The Lyle and Erik Menendez Story” no pude parar. No solo porque está muy bien hecha y actuada, sino por la forma como romantiza uno de los crímenes más atroces en la historia judicial norteamericana.
En mi caso, tenía algún conocimiento previo de lo sucedido. Sabía que había ocurrido a finales de los ochenta, que fue algo bien escandaloso, y que los hermanos guardan prisión desde entonces. Para las nuevas generaciones que han visto la serie, casi no cabría duda de que los crímenes están justificados.
De hecho, es a partir de la popular miniserie que se reabre el caso. En octubre de 2024, tras múltiples protestas por su liberación, George Gascón (ex fiscal del Condado de Los Ángeles) recomendó que se anulara la condena actual para ser sentenciados de nuevo con una pena que daría pie a la libertad condicional. Es decir, recomendó efectivamente que fueran liberados.
La percepción de un crimen como este se ve influenciada por el consumo de información contextualizada, en especial cuando es transmitida por medios masivos a través de representaciones seductoras con las que cualquiera se puede identificar. La historia que se narra es decisiva.
Si bien los actores de la justicia, sobre todo los jueces, se deben al principio de imparcialidad, la realidad es que son influenciables por el clamor popular y la percepción de la mayoría. Quizá por esto nunca me ha gustado la institución del jurado.
Así como hay víctimas favoritas, así también hay victimarios preferidos, porque el sistema de justicia penal es en esencia selectivo y por nuestros prejuicios sociales y raciales. Si eres blanco, de familia adinerada, y, además, aparente, la reacción del sistema (y de la sociedad) va a ser muy distinta a si fuera todo lo contrario. Existen miles de ejemplos de sobra.
El asesinato del CEO de Unitedhealthcare es muestra de ello. Luigi Mangione para muchos es un ídolo que se atrevió (de la manera más violenta posible) a desafiar la codicia de las grandes corporaciones de la industria de la salud, aunque todavía habría que esperar su condena.
Sin quererlo, yo misma he sucumbido al encanto de dichos protagonistas.