Prestándose a sí mismo la suficiente atención se puede terminar pensándose que se aprende más de sí mismo que del otro, cuando de arte se trate. Digo esto a propósito de la gran cantidad de libros, inimaginable, de poesías, cuentos y en menor cantidad y ni decir calidad, de novelas, en el país. Quien no aprende de su propio oficio está más que condenado a repetir sus pocos logros, no en cantidad sino en calidad, en: ¿ando en buen camino enriqueciendo y a la vez disminuyendo el espacio familiar con tantos artefactos escritos?

Cuando se cultivan varios géneros y la vanidad no llega a tanto para pensar que todos se escriben bien, que dentro del arte significa estar a la defensiva con los tollos mal escritos dentro de los géneros tan exigentes, se puede respirar sin dificultad, más sosegadamente en el ritmo de la “salud interior” de los resultados escriturales.

Por ejemplo, al pensar en el cuento pienso en Juan Bosch, y en que su primer libro, Camino real, ya era un libro de cuentos logrado y que vino a pensar, en teoría ya con una práctica escritural madura (me refiero a su teoría tipo relato del arte de escribir cuentos) ¿y de los de poesía se puede decir lo mismo y ni decir de la novela. En novela nadie se atreve a tanto, con sus excepciones en cualquier lengua a hacer lo que hizo Juan Bosch, ¿y si Juan Bosch hubiese sido también poeta tan bueno como lo fue en el cuento y hubiese elaborado una teoría? Me gusta pensar en la praxis del cuento y la poesía como labor de claridad para conseguir resultados óptimos, no que yo me lo crea, sino que se lo crea el lector.

Ante un libro de cuentos no se piensa lo mismo que ante uno de poesía, para no decir de un solo cuento como ante un solo poema. Un solo poema tiene toda la desventaja del mundo ante un solo cuento, especulativamente hablando. Un cuento reúne toda la cosmogonía de una especulación en cadena, con toda una logística de teoría para su elaboración y aun sí se escriben pésimos cuentos, cosa que no pasa con un solo poema, que se pueden escribir cientos de poemas y dejarse leer unos pocos y… En un libro de cuentos puede haber tres o cuatro cuentos bien logrados, dentro de su técnica u otras cualidades que se le atribuyen a buen cuento; lo mismo pasa con un libro de poemas, que connotativamente ¿es superior? Se pueden escribir y es menos olvidado un buen libro de poemas, no así un libro de cuento. Un libro medianamente bueno de poesía puede sobrevivir más que un libro de cuentos, con sus dos o tres cuentos pasables; lo que si es cierto es que ambos serán mutilados para darle paso a las individualidades representativas. Lo que siempre pasa que ambos libros desaparecen como tal del imaginario del lector, a lo más que puede sobrevivir es como título para la biografía.

Arrastrándome a mi experiencia y teniendo a manos dos proyectos de publicación simultánea, sopeso la edad en que cada uno fue escrito, me asaltó la duda de su mortalidad sino es que ya están muertos, desde el punto de vista del posible lector del futuro inmediato; lo que viene a cuento que no todo lo que dice ser cuento lo es y lo mismo sucede con el poema. Un ejemplo de ello es los cientos de libros de ambos géneros que se publican en el ruedo criollo (con la novela hay que bajarle algo). Cualquiera le pone un nombre a un muchacho al nacer, pero no cualquiera lo mantiene. Cualquiera se siente orgulloso (que no se atreva a mirarse los pies) ante un libro sea de cuento, de poesía o novela (no digo ensayo porque ese es un género “superior”). Los de cuentos y poesías son los que más proliferan en el parnacito criollo, pero en el fondo el autor (porque sí, eso sí que no se puede negar), sabe que eso que está publicado está muy lejos, lejísimo, sumamente lejos de ser lo que dice que es por razón de oficio, de calidad y no de cantidad; pero, en fin, vuelve y se repite la historia. Ya no hay pudor para sentirse orgullo de ser lo que se dice que es sin serlo.

Solo delimitando bien que lo que se dice que es lo sea y con conciencia de oficio, pero ¿cómo pedirle eso al que tiene molino de viento en la cabeza y encuentra quien lo pondere para que el ponderador también se crea que su ponderación está en la galaxia de Andrómeda?

Nuestra literatura creativa, su mar Caribe de su página, párrafos y líneas está repleta de esos barquitos de papel, provincia por provincia. El gran problema no es la cantidad de libros que pretender ser lo que no son, sino que quienes escriben se crean lo que nunca va a llegar a ser, aun sea bajo la protección de las mil ánimas en pena y las mil y una noche que transita nuestra falta de conciencia creativa de distinguir la caca de chivo de la de la vaca y viceversa.