La noche del 30 de mayo del 1961 cayó abatido por un grupo de valientes en la avenida George Washington de la entonces Ciudad Trujillo (hoy Santo Domingo) el hombre que por 31 años había gobernado la República Dominicana con mano férrea, despótica y criminal. Como testigo de excepción, me corresponde narrar los hechos de lo sucedido en nuestra ciudad ese día y los inmediatos subsiguientes. Veamos:
A las 5:30 de la madrugada fuertes golpes en la puerta de entrada de la residencia de mis padres, ubicada en la calle Padre Billini No.42 de esta ciudad y donde yo vivía en condición de expreso político y estudiante expulsado de la universidad de Santo Domingo, despertaron a los que a esa hora dormíamos: mi padre Francisco Javier, mi madre María Estela, mis hermanos Luichy y Franklin, y yo. Ello obligó a mi padre a asomarse a una ventana próxima a la puerta, percatándose que los golpes eran producidos con la culata de una carabina Cristóbal por el esbirro, miembro del temido Servicio de Inteligencia Militar, Viterbo Álvarez, mejor conocido como Pechito, uno de los asesinos a garrotazos de las hermanas Mirabal; lo acompañaba el sargento Frank Lora, del Servicio Secreto de la Policía Nacional, mientras, estacionado frente a la vivienda estaba el jeep de la policía local, guiado por el raso Pasito Veras. Al mi padre inquirir el motivo de su indeseada visita, Pechito le manifestó que buscaban a su hijo. Tratando de protegerme, mi padre llamó a mi hermano Luichy, a lo que el sargento Lora manifestó: ¡Ese no, el que está bajiao! Y si no aparece nos llevamos a los hermanos. A eso, yo, que permanecía discretamente en mi habitación salí y me entregué a mis raptores, quienes luego de esposarme me introdujeron de bruces en el jeep y tomando rumbo por la calle Duarte hacia el oeste, Pechito le manifestó al chofer que tomara rumbo hacia el puente de Río Verde para colgarme de las matas de guácima, lugar utilizado para asesinar los oponentes del régimen, a lo que el sargento Lora respondió: “Mejor llevémoslo al cuartel de la policía” y así lo hicieron. Al llegar al referido cuartel, su comandante, el capitán Betemit ordenó que me llevaran de inmediato a la fortaleza, donde fui introducido en la última celda común, colindante con el pabellón de las llamadas solitarias.
Grande fue mi sorpresa al encontrarme de inmediato con el grupo de veganos que habíamos estados recluidos en la cárcel de La Victoria, a raíz del desvelamiento del Movimiento Clandestino 14 de Junio y otras conspiraciones antitrujillistas. Ahí estaban encarcelados José Peralta Michel, Bu Viñas, Ángel Russo, Bienvenido Ozuna, Manuel Batista, Baltazar Rodríguez, Antonio Rodríguez (Rodrigote), estaban además los hermanos Bolívar y Marino Taveras así como Chimbín Morilla y su hijo Chago Pero también corría la misma suerte un grupo de mocanos, entre ellos: Antonio García Vásquez, Miguel Ángel Michel, Héctor Iván Rojas, Pucho y Bienvenido Tejada y -extrañamente- los miembros de la familia de La Maza: Vicente (el padre) y los hermanos Mario y Bolívar. Extrañamente, porque hasta ese momento no eran conocidos como antitrujillistas. Nos enteramos que a las tres de la mañana, Ernesto de La Maza había sido introducido en las solitarias.
Al cuestionarnos entre nosotros sobre la causa de nuestra detención, especulamos que probablemente, en una medida draconiana, el jefe había decidido enviar sus enemigos al presidio infernal de la isla Saona o que se había producido, desde el extranjero, otra expedición armada
Sin embargo, había piezas que no encajaban en esa presunción… ¿Qué hacían ahí los miembros de la familia de La Maza conocidos por su vinculación al régimen de Trujillo? Posteriormente, trajeron prisionero al señor Baro Estévez, q quien el general Juan Tomás Días le había facilitado una pistola, y al español que era el encargado de la finca de Juan Tomás en Angelina. Ellos nos informaron haber visto a Petán Trujillo, hermano del jefe, en la fortaleza y que toda la guardia estaba acuartelada. ¡Algo grande estaba sucediendo!
La celda que ocupábamos estaba en reparación y carecía de iluminación eléctrica y servicio sanitario. Únicamente una llave de un averiado lavamanos destilaba gotas de agua pestilente. Durante todo el día veíamos penetrar al patio interior del penal los tétricos Volkswagen del SIM, bautizados por el pueblo como “cepillos”. Personas eran introducidas y sacadas de las solitarias en un lúgubre ritual. A eso de las cuatro de la tarde, nos visitó el capitán del Ejército Reyes Évora, quien nos preguntó si habíamos comido y le dijimos que no habíamos ingerido alimento alguno. Únicamente habíamos comido unos granos de maíz que Marino Taveras llevaba en sus bolsillos, ya que al momento de hacerlo prisionero alimentaba las gallinas. Es bueno señalar que durante todo el tiempo que nos mantuvieron en prisión no ingerimos ningún alimento.
Al atardecer del primer día de encerramiento, es decir, el 31 de mayo, trajeron prisionero a un joven residente en la barriada conocida como Villa Tilapia, quien al verse entre nosotros llamaba a gritos al carcelero diciéndole que lo habían encerrado con un grupo de comunistas y que eso lo iba a desgraciar. De nada le valieron sus reclamos. Al más tarde verlo calmado le pregunté la causa de su detención, manifestando que lo único que estaba haciendo era escuchando música en un toca-discos, a lo que la patrulla militar le dijo: ¡Carajo, usted no sabe que no se puede oír música!? ¡Camine para la Cárcel!
Al caer la noche, una pertinaz llovizna hizo más tenebroso y lúgubre el ambiente. A eso de las ocho de la noche, miembros del SIM requirieron a Mario y a Bolívar de La Maza. Los condujeron a las solitarias y allí fueron brutalmente asesinados a garrotazos. Sus gritos estentóreos, desgarraban el manto silencioso de la noche. Sus cuerpos inertes, guiñapos humanos, fueron sacados y colocados en un transporte militar con rumbo desconocido. Todos mirábamos a don Vicente, el patriarca, quien estoicamente y cual marmórea estatua se mantenía de pies en la puerta de la celda, mientras parte de su corazón estaba siendo desgarrado y valientemente esperaba su turno. Así, entre gritos de torturas y con el trasfondo del característico sonido de los cepillos del SIM, transcurrió una noche de terror, sin saber cuándo nos tocaría el turno para ser torturados o asesinados. Nadie, en ningún momento, dio señales de cobardía.
La mañana del día siguiente, es decir, el primero de junio, trajeron prisionero al distinguido abogado Ramoncito García, quien nos expresó que fue hecho preso por haber expresado regocijo por la muerte del tirano, la cual había sido anunciada al país a las 4.45 de la tarde del día anterior por Radio Caribe. Imagínense los entremezclados sentimientos que nos embargaron en ese momento: incredulidad, alegría, expectativa, algarabía, excepto miedo.
A media tarde del segundo día fuimos sacados de la celda y alineados en el patio del recinto militar. Especulamos que nos iban a fusilar. Sin embargo, el coronel Guerrero del Ejército Nacional, comandante del recinto militar, nos expresó: “¡El jefe ha sido vilmente asesinado! Sus amigos lo traicionaron. Hasta ahora hemos podido determinar que ninguno de ustedes conocía de esta trama. Váyanse a sus casas, están en arresto domiciliario”. El Lic. García dio un paso al frente y pidió permiso para hablar. Conociéndolo Rodrigote, trató de impedírselo sin éxito. Y más o menos dijo estas palabras: “No se avergüenzan ustedes los militares de no haber protegido la vida del jefe. Ustedes, sus amigos, lo mataron. Nosotros, sus enemigos, disentíamos con él, pero nunca pensamos en matarlo. Éramos como niños traviesos a los que el padre regañaba…” El coronel se percató de la burla y sorna que contenían sus expresiones, lo mandó a callar y nos dijo: “¡Váyanse, antes de que me arrepienta de ponerlos en libertad!”.
Al penetrar en la ciudad, un manto ominoso parecía cubrirla. Sus calles estaban desiertas y un inusual y sepulcral silencio infundía un incierto presagio. Llegué a mi casa, cuya apariencia exterior encajaba en el extraño ambiente que envolvía la ciudad. Sin embargo, en la parte trasera, toda mi familia y los vecinos me esperaban con una especial celebración y con un riquísimo asopado de gallina. El tirano había sido ajusticiado y se abría para el pueblo dominicano un nuevo capítulo lleno de esperanzas.
A los nueve días del ajusticiamiento, se celebró en nuestra catedral una misa por el descanso del alma del Generalísimo doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva. Ese día pasaron frente a mi casa cientos e personas provenientes de los barrios marginados, vestidos de luto, llevando velas y fotos del “ilustre jefe”. Muchas de ellas llorosas, lo que hizo que mi madre comentara: “Ves, creo que todos los que de una u otra manera estábamos en contra de Trujillo, estábamos equivocados” a lo que le contesté: “No madre, su ignorancia los tiene adormecidos. Ya despertarán”.
Y no tomó mucho tiempo para el que parte del pueblo comenzara a despertar y se iniciara un proceso de concientización patriótica y amor a la libertad, proceso que aún se mantiene inconcluso y con el que es nuestro deber contribuir para que llegue a ser una feliz realidad ,pese a que en muchos dominicanos persiste la idea que necesitamos un Trujillo. ¡Que pena!!