El propósito real del ser humano en la tierra es el de existir. La lucha por la supervivencia nos da la clave para la vida y su justificación. El apareamiento, como el amor, da paso a esa existencia plena, descubriendo afectos y apegos; es decir, producto de esa danza cósmica de reproducción nos atamos al amor.

La plena acción de seducción y conservación antropológica coloca a la maternidad como principal activo en la existencia del ser humano. Allí es donde se manifiestan todas las construcciones sociales, de afectos y vínculos emocionales.

El objetivo primario es vivir en armonía con el medio que nos ofrece sus tesoros. La naturaleza nos acoge con todo su esplendor y sus riquezas, para que la descubramos y disfrutemos sin más. En ese soporte instintivo debemos basar nuestra justificación para poder lograr nuestro proceso en la vida, sin resquebrajamientos a nuestras necesidades emocionales, espirituales e incluso profesionales.

Los seres vivos nacemos con un código incorporado para nuestra perpetuidad. El cuerpo orgánico, en su óptimo momento de desarrollo, se condiciona de tal manera que, sin proponérselo, llama a la reproducción y a la maternidad.

Es el amor materno un instinto

que contiene el aliento de la divinidad.

Carmen Silva

La madre tierra es igual al útero materno. La garantía de vida es de 100% en el vientre de la progenitora. La concepción, el cigoto, el embrión y luego el feto, él o ella al final, todo está perfectamente controlado allí. En el divino silencio, se alimenta, habita y disfruta. El templo acuoso es el cuerpo de la madre y su universo instintivo. Podemos decir que es como la naturaleza y todas sus bondades.

Somos grandes ignorantes de nuestro caudal de felicidad. Si nos desconectamos de la estructura social que hemos codificado, podemos afirmar que todo está a la mano después que se da el ser, y la Tierra nos provee de cuanto podamos necesitar en nuestro paso por la vida.

Nuestra madre es dadora de vida, posee en su ser todo lo que un retoño humano necesita hasta su autonomía. Nada diferente a los demás animales. Alimentación, refugio, defensa, enseñanza, tradición, ternura, código genético.

Previo a esta impronta, hay un llamado natural que nuestro cuerpo orgánico acondiciona y prepara. Hambre de reproducción. Las hormonas se confabulan para este fin. Una vez que el útero es fecundado, es decir, que el vientre materno ha concebido, las conexiones celulares y cósmicas comienzan de manera autónoma, sin pérdida de tiempo, su proceso a perpetuidad. Podemos pensar que también es el inicio del gran apego que son los lazos de amor, que va más allá del ser orgánico.

La maternidad es la razón de ser de la mujer,

su función, su goce, su salvaguarda.

Alfonso Daudet

La conexión carnal y espiritual que se manifiesta en la madre con su cría, en la mayoría de los casos, es de orden mágico e indescriptible. La intuición, la adivinanza y hasta la premonición están estrictamente ligadas a la maternidad. Además, el acto de dar a luz da paso al amamantamiento del crío. Esta extraordinaria misión de alimentación y defensa, se convierte en el vínculo vital en el que, además, interviene todo el umbral místico que les rodea, para que estas dos almas permanezcan interconectadas para siempre.

Con la maternidad aparece en la madre la capacidad de prever y percibir el dolor, el sueño, el hambre, la alegría, e incluso las debilidades y los defectos. Podemos darnos cuenta de que llevan dos vidas, madre e hijo, hasta la muerte. Un hijo, para su madre, es un libro abierto donde están escritas todas las coordenadas de su personalidad y su carácter.

La iluminación y el presentimiento son piezas claves que se instalan en el mismo momento en que se concibe la criatura. El lazo es tan poderoso que los sueños están interconectados y son mensajeros de actos o pasajes que seguramente aconteceràn. Es un caudal inagotable de energía bondadosa.

Por otro lado, las mujeres están dotadas de dos pechos, que cumplen la función de alimentar, dar el néctar sagrado, leche materna provista de nutrientes vitales hasta su autosuficiencia. Las mamas jamás desaparecen, son símbolos o marcas de nuestra más excelsa misión sobre la tierra.

También la psiquis sufre una gran metamorfosis. Su mente, espíritu, así como el alma, se abren de manera intuitiva a nuevos saberes ancestrales y divinos, convirtiéndose en un cuerpo místico, aunque la prole evada nuestro espectro de saberes y certezas. Esta intuición dota a la madre, de una fuente rica de consejos maestros para la vida.

Las madres, ¡madre mía!, se mueren

para el mundo, para los hijos, no.

D. V. Tejera

Sabemos de la felicidad de los hijos y también de sus errores, si serán desdichados, si son buenos, o si no y hasta cómo pudieran vivir mejor sus vidas. Somos conscientes cuando nos aman y cuándo no nos aman. Estamos muy seguras de eso; pero no podemos vivir sus vidas, pues serían como las segundas partes de nosotros mismos.

Las madres vuelan con los hijos hacia confines infinitos, van juntos abrazando miedos, decisiones, rutas elegidas, peligros, caminos movedizos, enfermedad, noches de desvelos y sueños. Ellas, en silencio, saben de ellos, e intuyen todo lo que acontece, leen sus pensamientos y perdonan sus ausencias en la grandilocuencia del corazón y en la quietud del alma.

El gran amor de la creación es el de madre, el único que no da razones para merecer bondad, y es el único que se manifiesta como condición de ser. Los perdones surgirán como ríos de aguas recicladas para un nuevo renacer de oportunidades, como los abrazos y los besos que son refugios esenciales para el regocijo humano, volver al útero, a la paz, la seguridad y el amor.

Las madres, pensadlo bien, ellas son

las que cubren de ángeles la Tierra.

J. Selgas

Los cantos de alegrías, los alaridos de dolor por los hijos, nos conectan con laberínticos caminos por el interior del ser de insospechada sensibilidad. Profundos abismos emocionales, difíciles de descifrar, van siempre salvaguardando el fragmento de ser, parido del bendecido útero. Nadie puede hurgar en el corazón de una madre, nadie tiene tanto poder como ella, nadie puede soportar tanto dolor como el del alumbramiento, que es igual al amor que se profesa por los hijos cuando nos sorprende el infortunio.

Tierra, naturaleza y mujer son sinónimos. Su significado es amor y bondad incondicional. Nadie devuelve la abnegación de energía inagotable que nos aporta una madre. Los seres de luz son capaces de ver al otro lado del horizonte, para abrazar la sensatez con la ternura como asesora.

El amor maternal es igual de profundo

hacia dentro que hacia afuera.

N. V.