Ha cumplido 88 años, Ellis Pérez. Y sigue avispado, lúcido. Lo ha demostrado este martes 5 de diciembre en que subió al escenario de la gala de entrega de los galardones a los ganadores del XIX edición del Premio Nacional de Periodismo Turístico Epifanio Lantigua, por su mérito de fundador de la Asociación Dominicana de Prensa Turística (Adompretur), hace 46 años, en la sala de su casa.
Su crítica fue oportuna, durante el breve discurso pronunciado. Tras destacar la gran responsabilidad del periodismo dominicano en el éxito de turismo, hoy, advirtió: “Lo que tenemos aquí, lo que ofertamos, requiere de un cuidado especial que no siempre lo damos. A nosotros, como comunicadores, nos toca traer eso a la atención”.
Exsecretario de Turismo, empresario, locutor pionero en la narración deportiva, maestro de ceremonias de Miss Universo y conductor de revistas televisuales, acumula suficiente experiencia sobre el sector, tanta como para tomarle la palabra.
Verbalizó lo que, tal vez, muchos saben, pero callan. Unas veces por temor irracional a causar daño al creciente fenómeno social turismo; otras, por el enmascaramiento publicitario como periodismo, o a compromisos políticos sin reparos, lo cual compromete éticamente a tales mediadores.
De cualquier forma, el ocultamiento de las debilidades resulta económica y socialmente pernicioso, aunque parezca lo contrario. Más temprano que tarde, las víctimas de las mentiras mediáticas se resentirán por el impacto de las deficiencias desatendidas y responderán ausentándose del destino.
Al turista hay que ofrecerle lo mejor, siempre, ha enfatizado Pérez.
Sin embargo, no todos los oferentes de servicios están conscientes de la dimensión de esa frase. Hay muchos sitios de óptima calidad. Cierto. Pero en la geografía nacional hay muchos donde la ignorancia y el descuido reinan.
Es, entonces, deber del periodismo turístico, sin apologías, visibilizar las ofertas que se acojan a los parámetros de excelencia demandados por los visitantes, y vigilar para que mantengan tales niveles.
Pero también es un deber denunciar sin miedo las vivezas y los descuidos.
En República Dominicana, como otros destinos, también se “cuecen habas”. ¿Por qué negarlo si, al final, el ocultamiento se convertirá en un bumerán contra todos?
Transporte, atractivos, habitaciones de hoteles, alimentos, bebidas, guías, venta de artesanía, recorridos por los lugares simbólicos de las comunidades, higiene y la atención de la comunidad deben de ser sinónimos de calidad y precios justos, de modo que representen una experiencia memorable para los visitantes.
El buen trato les hará regresar y les convertirá en voceros gratuitos del destino, pues, animarán a otros para que lo visiten.
Una parte de los comerciantes, sin embargo, desconoce esta realidad. Y, en su ignorancia, luce que no desea conocerla.
La mejor evidencia es la persistencia en servicios mediocres con precios exorbitantes y su convicción de que sus consumidores constituyen una manada de estúpidos sin posibilidades de zafarse de las redes del engaño.
El silencio mediático y de las autoridades ante esas malas prácticas es el mejor aliciente para su fortalecimiento y crecimiento.
Tenemos en la atlántica provincia Puerto Plata un ejemplo de polo turístico que sufrió hasta el tuétano las consecuencias de los indolentes y el descuido de quienes debieron darle seguimiento. Su desgaste fue dramático. La recuperación del primer gran polo de sol y playa ha sido costosa.
Como ha advertido Pérez la noche del reconocimiento a su trayectoria, durante el acto celebrado en el auditorio de la Policía, no se trata sólo de asistir a las famosas ferias internacionales, como Fitur-Madrid y Berlín. Ni de repetir que estamos muy bien.
Ante la gran competencia global, es vital identificar las debilidades y reclamar solución de los prestadores de los servicios y vigilancia de las autoridades.
La provincia Pedernales, camino a ser convertida en destino turístico, tiene la gran oportunidad aprender de las experiencias ajenas. Emular lo bueno y evitar las “metidas de patas”.
Ponerse anteojeras ante la realidad, eludir la crítica social inherente al buen periodismo, sería la peor elección, a menos que se pretenda un turismo fugaz.