Mientras agonizaba el año 2024, en diciembre, publiqué tres artículos sobre lo que Hipólito Mejía Domínguez, expresidente, llamó microeconomía y “macoeconomía”. Resaltaban la desaparición de un tipo de negocio y el nacimiento de otro. Pulpería y colmadón.
Las publicaciones señaladas son: primero “La pulpería, ¿qué vendrá después del colmadón?”, día 7; segundo, “El “colmadón, un ring donde todo se vale”, sábado 14; y el 21 salió el tercero, “El delivery, azote del barrio y del colmadón”.
Ahora le toca el turno a “El ventorrillo, el menudeo que desapareció”. El propósito consiste en recordar qué tipo de negocio se encargó —en épocas pasadas— de suplir los productos básicos a las familias más pobres del país.
El ventorrillo
El ventorrillo fue un establecimiento comercial tan particular que su estructura reflejaba la situación de calamidad de la mayoría de comunidades dominicanas. Por lo regular funcionaba en un rincón de una casa familiar. Siempre con vista a la calle.
Los productos que se vendían en el ventorrillo nunca alcanzaban para suplir la demanda de una docena de clientes, si los hubiere. Pero era imposible que diez o doce personas fueran el mismo día a comprar, por ejemplo, yautía.
Coherente con lo anterior, nadie podía ir a un ventorrillo a comprar veinte plátanos, seis libras de yautías amarillas y blancas; además, ocho libras de ñame y de yuca. Ir a comprar una auyama entera, ni en sueño. Para una compra tan grande había que irse directo al mercado del pueblo.
¿Cuáles productos vendían?
La gama de productos era limitada. Pero incluía la mayoría de rubros fundamentales para la preparación de algunos platos. Además, se podía completar los ingredientes para un buen sancocho o una sopa.
Entre otros, se adquiría recaito verde, cilantro ancho o sabanero, orégano verde, en su rama, que no se conocía el orégano molido. Por igual, variedades de ajíes, sobre todo los ajíes gustosos, cebollín y ajo en sartas. La naranja agria y el limón agrio.
Los víveres que podían comprarse en el ventorrillo: la yautía amarilla, la blanca y el ñame. También plátanos, guineos verdes, rulos, yuca, tayota, auyama y batata asada y cruda.
En ocasiones se vendía arroz de pilón —había que pilarlo para quitarle la cáscara— porque venía tal como sale del arrozal. El maní en su vaina y el maní tostado era común encontrarlo.
La harina de maíz gruesa —ahora grano de oro— empleada en la preparación del chenchén se conseguía en ocasiones. Y para acompañar asopaos, chicharrón u otras delicias usted podía llevarse un pedazo —no una torta— de casabe.
Los dulces caseros, por el contrario, eran frecuentes. Los había envasados en frascos de cristal de diferentes tamaños. Pero los más económicos eran los que venían en frascos de compota. También dulces de coco, de piña con coco y leche con coco. Estos se vendían en trozos, con un corte en cuarenta y cinco.
El dulce de guayaba que venía separado por una lámina de plástico era un clásico. Los muchachos solían adobar un bombón (coconete) con este dulce.
Cuando los vecinos debían preparar un remedio visitaban el ventorrillo. Ahí conseguían aceite de higuera, aceite de coco, cebo’e flande y manteca de cacao. Además, coco seco, miel de abeja, melaza y manteca de cerdo.
Las hierbas medicinales se compraban en el ventorrillo. Por ejemplo: Orégano Poleo, raíces de anamú, hojas de limoncillo, nuez moscada, jengibre… Se vendía berrón, agua bendita, trementina, tabaco de andullo y cigarros rústicos.
El zapote, el mamey, la guanábana, el mamón y el noni eran frutos escasos. Pero los mangos, naranja de jugo y las mandarinas abundaban.
Los productos señalados era imposible adquirirlos en cantidades importantes. Al mayoreo, nunca. Tampoco se despachaban en pulperías o colmados.
Porque los colmados y pulperías comenzaron a surtirse de rubros agrícolas menores en la década de los 80 del siglo XX. Antes, sólo podía comprarse en los ventorrillos y en cantidades limitadas. Para obtener una cantidad importante había que ir al mercado público del pueblo.
Los productos vendidos en el ventorrillo los producía la familia propietaria del negocio en el patio de su casa. O en su defecto, en algún conuco pequeño, cercano al hogar.
Curiosidades
Las prácticas comerciales del ventorrillo es imposible entenderlas a la luz de la modernidad. Qué locura es esa de negarse a vender la existencia de una mercancía a un solo cliente.
Acontece que, el ventorrillo se surtía con la mercancía estricta para su clientela. Clientela que era casi una familia. Su objetivo era brindar un servicio primario a sus vecinos, nunca generar riquezas.
En mi memoria todavía vive intacto el ventorrillo de Don Orlando, ubicado en la entrada del Callejón de los Borbones —Suelo Duro—, Bella Vista, Santiago. Que además era una sastrería.
El ventorrillo de Áura, calle Máximo Gómez, casi esquina Pedro Manuel Hungría, La Joya, Santiago. Este ventorrillo es parte de las reminiscencias de mi niñez.
Característico de una época de calamidad, el ventorrillo era un negocio primario. Una venta propia del menudeo extremo. Pero a pesar de ello sacaba de apuros a muchas familias.