Luis Abinader, presidente de la República, ha dicho que no bebe alcohol, pero “me daré traguito” el día que llegue el primer crucero a Port Cabo Rojo, Pedernales, en construcción por la empresa mexicana ITM para ser administrado por Taino Bay.
Preguntado por la conductora de televisión Mariasela Álvarez, ha ratificado su anuncio de hace dos años sobre la llegada el próximo diciembre de un buque cargado de turistas. Pero ha agregado una novedad. Ha dicho que, en enero de 2024, llegarán cuatro cruceros, uno por semana, a este sitio punta de lanza del Proyecto de Desarrollo Turístico promovido por el Gobierno, con 12,000 habitaciones planificadas en hoteles con un máximo de cuatro pisos, 23 kilómetros al sureste del centro del municipio cabecera.
Una noticia como para darse más de un trago.
La reiteración de su palabra empeñada para el final de este mismo año, nos pone más cerca de marcar un punto de inflexión que convertiría a la sudoestana y fronteriza Pedernales en un lugar vibrante de interacciones con miles de turistas de diferentes nacionalidades. Eso solo ya tiene un valor cultural importante, sin precedentes, más allá de lo más esperado en vista de la precariedad económica colectiva: el consumo en el comercio local.
Algo me atormenta, sin embargo, y es la atención a miles de visitantes aunque sea de pasada.
A este momento, la capital de la provincia debió tener el prometido frente marino (malecón, plazas comerciales, áreas de entretenimiento, paseos, viviendas), como atractivo; la carretera de la bauxita, hacia Aceitillar, en el parque nacional Sierra Baoruco, reconstruida, y construido el tramo que crearía el circuito con las provincias Independencia y Baoruco; la carretera Enriquillo-Pedernales, bien avanzada; la remodelación de, al menos, el casco urbano, y la gastronomía ampliada y certificada por Turismo.
Detalles no menos importantes son el afinamiento de la hospitalidad con que ha tratarse a visitantes, el cuidado con los precios de los productos consumidos y la seguridad.
Se supone que los miles de cruceristas que llegarán a partir de fin de año no solo serán llevados a las hermosas playas Cabo Rojo y Bahía de las Águilas, al pie del puerto; ni solamente a degustar platos con mariscos en el buen restaurante que allí opera. Sería una injusticia de entrada, generadora de protestas por parte de comerciantes grandes y chiquitos de toda la comarca.
Ante tal panorama, al menos urge planificar desde ahora visitas guiadas hasta el pueblo. Pero esto no es tan sencillo como decirlo.
Hay que lograr que miles de personas recibidas de golpe se sientan tan bien que se vayan con la disposición de regresar y motiven visitas de otros.
Importante articular, entonces, al sector servicios, con énfasis en gastronomía y bisuterías, para analizar el tema y plantearse una estrategia de atención con calidad total y precios razonables en las ofertas. Los precios abusivos serán el primer motivador de desencanto y mala fama.
En cuanto a la integridad de los nuevos visitantes, no bastaría con la vigilancia de los agentes de Turismo y de la Policía. Sería fenomenal si cada ciudadano se convirtiera en un protector natural, sin sobreactuación.
Sobre la hospitalidad necesaria, las autoridades deberían convocar a las organizaciones y al liderazgo de la comunidad para trabajar en una nueva conciencia respecto del trato a los que circulen por nuestras las calles y visiten los atractivos.
El acoso de pedilones, vendedores y aduladores, ahuyenta. Ya Puerto Plata, el primer polo turístico, sufrió esa amarga experiencia. Y le ha salido muy caro.
Faltan seis meses para la primera prueba de fuego. El desafío del siglo en Pedernales: ser destino de turístico sostenible singular.